Vida de san Isidoro

Cuadro de San Isidoro, Catedral de Toledo. - Foto de @psierra

Isidoro (556-636), el hermano más pequeño en edad, igualó a sus mayores en santidad, y quizás les superó en la sabiduría de sus escritos. Nació después de que la familia tuviera que salir de Cartagena a causa de la dominación bizantina. En Sevilla hay una parroquia dedicada a él donde la tradición considera que estaba la casa en que nació.

Se hicieron cargo de su educación sus hermanos mayores. Florentina hizo las veces de madre y enseñó al pequeño las primeras oraciones, inculcándole una tierna devoción al Señor y a la Virgen, y Leandro asumió su formación académica. En la Escuela Catedralicia de Sevilla aprendió hebreo, griego y latín, y se formó con el estudio de los textos de los Santos Padres, especialmente san Agustín y san Gregorio Magno.

Como era habitual en las escuelas de la Iglesia, al cumplir dieciocho años los estudiantes elegían estado de vida: el joven Isidoro decidió seguir el ejemplo de sus hermanos consagrándose también a Dios, pero no en la vida monástica sino como sacerdote al servicio de la Diócesis. Así fue completando su formación y asumiendo las tareas que le eran encomendadas.

Gracias a su capacidad para el estudio y a la profundidad de sus conocimientos, le fueron encargando responsabilidades cada vez mayores en la Escuela Episcopal en la que él mismo había estudiado. Poseía esta escuela una importante biblioteca, que sería enriquecida más tarde con nuevos volúmenes durante los episcopados de su hermano y de él mismo. Nombrado director de la escuela, escribió unos versos a la biblioteca en la que tanto tiempo pasaban tanto él como sus alumnos.

En el año 599 falleció su hermano mayor e Isidoro fue elegido para sucederle como obispo de Sevilla. No solo continuó la labor de san Leandro en lo concerniente a la formación del pueblo para superar las influencias del arrianismo, sino que fue mucho más allá desplegando su enorme capacidad pedagógica para desarrollar la cultura, las artes, el derecho y las ciencias.

Isidoro de Sevilla fue un escritor muy prolífico, además de un infatigable compilador y recopilador de los textos de autores de prestigio en lo religioso y en lo profano, como se hacía en su época, para dotar las bibliotecas de nuevos manuscritos. Compuso numerosos trabajos históricos y litúrgicos, tratados de astronomía y geografía, diálogos, enciclopedias, un resumen de la historia desde la creación, biografías de personas ilustres, varios tratados teológicos y eclesiásticos, un código de reglas monacales, ensayos sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento, un diccionario de sinónimos y la historia de los visigodos, valiosa fuente de información sobre los godos. También escribió historia de los vándalos y de los suevos.

En De los sinópticos trata de la vida espiritual, del camino del hombre hacia Dios y de las virtudes cristianas. Los Libros de las sentencias están dedicados a la teología y a la moral. Y su obra más reconocida, Las etimologías es una gran enciclopedia dividida en veinte libros donde se recoge todo el saber de la antigüedad, desde las siete artes con que se iniciaban los estudios (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, música y astronomía) hasta el derecho, la medicina, la geografía descriptiva y geografía física, la liturgia cristiana, la teología, los metales, pesos y medidas, la agricultura, las ciudades, los ejércitos, los vestidos, las recetas de cocina…

Durante toda la Edad Media se copiaron y transmitieron abundantemente sus escritos, siendo considerado como el gran maestro de la Europa medieval. De Las etimologías han llegado hasta nosotros más de mil ejemplares manuscritos, lo que indica la enorme difusión que tuvo.

En su predicación de la Palabra de Dios llegaba a los corazones y a las mentes de su pueblo por lo que, como escribió san Ildefonso, «las multitudes acudían de todas partes a escucharle y todos quedaban maravillados de su sabiduría y del gran bien que se obtenía al oír sus enseñanzas».

Conocía, por su labor educativa en la Escuela Episcopal, la gran importancia que tenía la formación de los futuros sacerdotes. Por ello trabajó para acrecentar la madurez cultural y moral del clero, no solo de su Diócesis, sino de toda España. En los sínodos provinciales y nacionales en los que participó, su mano inspiró decretos relativos a éste y a otros asuntos de disciplina eclesiástica. Presidió los Concilios II de Sevilla (año 619) y IV de Toledo (año 633); en este último, además de regular la sucesión al trono y la fidelidad al rey, se dictaron numerosos cánones acerca de la vida de obispos, sacerdotes y demás clérigos, de las celebraciones litúrgicas, y de la importancia de los centros de formación de los futuros sacerdotes, antecedente de los actuales seminarios menores y mayores.

El obispo Isidoro, al igual que otros grandes prelados de la España visigoda, contribuyó al desarrollo de la liturgia con la composición de nuevos textos para el Misal y el Breviario, desarrollando la música religiosa y favoreciendo la unidad celebrativa en todas las iglesias del reino visigodo.

Su inmenso amor a los pobres le llevaba a distribuir abundantes limosnas, por lo que acudían a él gentes necesitadas de todos los lugares. Antes de morir distribuyó entre los pobres todas sus posesiones. Después pidió perdón públicamente de sus faltas, perdonó a sus enemigos y suplicó la oración del pueblo por su alma. Falleció el 4 de abril del año 636, siendo enterrado en una ermita fuera de la ciudad de Sevilla, sobre la cual se fundó en el siglo XIV el monasterio de San Isidoro del Campo. En el año 1063 sus reliquias fueron trasladadas a la basílica de San Isidoro de León.

Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponde (Sevilla)

La fiesta de san Isidoro se celebra el 26 de abril.

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