Adiós la Misa en actos oficiales militares
Hay una ley física impepinable, que no admite discusión. Todo suceso o consecuencia viene originado por una causa. Esto, la relación causa-efecto, también enunciado como “teoría de la causalidad” (para los más eruditos), nos trae la clave para afrontar los efectos de nuestra nefasta actualidad.
Podemos perder el tiempo describiendo minuciosamente la perversidad de la consecuencia, podemos filosofar y dejar ríos de tinta en su análisis. Pero sin buscar la causa, nuestras divagaciones quedan cojeando.
Digo esto en general, pero lo traigo al terreno para hablar sobre la nueva iniciativa de nuestros iluminados gobernantes. El Ministerio de Defensa suprime de los actos militares oficiales la Santa Misa.
Abordando el análisis causa-efecto, ¿cuál es la causa de esta consecuencia? La causa somos nosotros. Los católicos. Después de asumir la demonización de que el Estado tenga una confesión acorde a su propia identidad, a su tradición y al espíritu de su nación. Después de comernos –en la práctica- el Estado laicista, o lo que es lo mismo, confesionalmente agnóstico. Hemos tragado progresivamente con las falacias de la “no imposición”, de la religión recluida en la vida privada, de la neutralidad espiritual de cualquier realidad colectiva. Nada más lógico que de aquella causa, ésta consecuencia.
Podemos rebajar la Tradición al estatus de “folclore ritual que se lleva haciendo muchos años”, para apelar contra el fuego a discreción que venimos recibiendo. Eso es lo que vienen haciendo la gran mayoría de opinadores de público católico. Pero esa actitud no deja de ser sumisa, acomplejada, una excusa contraproducente y poco fundamentada para salir al paso.
Podríamos sin embargo tomar el toro por los cuernos, es decir, el efecto por la causa, y empezar a no tener miedo. Chesterton dijo que la Tradición es la más perfecta de las democracias, porque votan hasta los muertos. Una nación centenaria, que nace en torno a la fe, es una realidad colectiva de contenido espiritual. Es natural e irremediable que las instituciones que viven para su defensa, se impregnen de la realidad espiritual de la nación, indiscutiblemente católica. Y como tal, lo expresen.
Las expresiones públicas e institucionales de catolicismo, no lo son por derecho de costumbre, sino que lo son por coherencia con aquello que -les guste o no a algunos- irremediablemente somos. Porque no somos las encuestas, las fluctuaciones de opinión de los que vivimos hoy completamente manejados. Somos más, mucho más, y si no lo decimos ahora, con contundencia, pronto dejaremos de serlo.
Javier Tebas
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