5.05.10

Adiós la Misa en actos oficiales militares

Hay una ley física impepinable, que no admite discusión. Todo suceso o consecuencia viene originado por una causa. Esto, la relación causa-efecto, también enunciado como “teoría de la causalidad” (para los más eruditos), nos trae la clave para afrontar los efectos de nuestra nefasta actualidad.

Podemos perder el tiempo describiendo minuciosamente la perversidad de la consecuencia, podemos filosofar y dejar ríos de tinta en su análisis. Pero sin buscar la causa, nuestras divagaciones quedan cojeando.

Digo esto en general, pero lo traigo al terreno para hablar sobre la nueva iniciativa de nuestros iluminados gobernantes. El Ministerio de Defensa suprime de los actos militares oficiales la Santa Misa.

Abordando el análisis causa-efecto, ¿cuál es la causa de esta consecuencia? La causa somos nosotros. Los católicos. Después de asumir la demonización de que el Estado tenga una confesión acorde a su propia identidad, a su tradición y al espíritu de su nación. Después de comernos –en la práctica- el Estado laicista, o lo que es lo mismo, confesionalmente agnóstico. Hemos tragado progresivamente con las falacias de la “no imposición”, de la religión recluida en la vida privada, de la neutralidad espiritual de cualquier realidad colectiva. Nada más lógico que de aquella causa, ésta consecuencia.

Podemos rebajar la Tradición al estatus de “folclore ritual que se lleva haciendo muchos años”, para apelar contra el fuego a discreción que venimos recibiendo. Eso es lo que vienen haciendo la gran mayoría de opinadores de público católico. Pero esa actitud no deja de ser sumisa, acomplejada, una excusa contraproducente y poco fundamentada para salir al paso.

Podríamos sin embargo tomar el toro por los cuernos, es decir, el efecto por la causa, y empezar a no tener miedo. Chesterton dijo que la Tradición es la más perfecta de las democracias, porque votan hasta los muertos. Una nación centenaria, que nace en torno a la fe, es una realidad colectiva de contenido espiritual. Es natural e irremediable que las instituciones que viven para su defensa, se impregnen de la realidad espiritual de la nación, indiscutiblemente católica. Y como tal, lo expresen.

Las expresiones públicas e institucionales de catolicismo, no lo son por derecho de costumbre, sino que lo son por coherencia con aquello que -les guste o no a algunos- irremediablemente somos. Porque no somos las encuestas, las fluctuaciones de opinión de los que vivimos hoy completamente manejados. Somos más, mucho más, y si no lo decimos ahora, con contundencia, pronto dejaremos de serlo.

Javier Tebas
[email protected]

22.04.10

La cuestión de fondo del velo islámico

El velo islámico de la mediática niña de Pozuelo, ha levantado un debate difícil. Mientras se asume con normalidad la existencia de más de 600 mezquitas en España, nos escandaliza el velo, una consecuencia lógica más de la importación de la cultura islámica a nuestro país.

Quizás por morbo, cercanía, o porque nos impactan más las impresiones estéticas, el revuelo se ha provocado a raíz del uso del velo. Pero el fundamento de la cuestión va mucho más allá. El origen de la controversia, que no conseguirá arreglar Zapatero con su alianza de civilizaciones, radica en la imposibilidad de asumir determinados aspectos sociales del islam en la sociedad occidental.

El multiculturalismo nos propone como dogma la idea de que todas las religiones y culturas son igual de buenas, y de que su convivencia e integración no solo es posible, sino que es necesaria. Pues no. Asumamos que muchos de los preceptos culturales, sociales y tradicionales de la religión islámica son incompatibles con nuestros valores cristianos.

El velo es un resquicio cultural heredado de los pueblos semíticos, cubrir el pelo se ha convertido en muchas ocasiones en una tradición casi más estética que de sometimiento (no hablo del burka, sino del velo). El origen parece ser evitar la atracción sexual que sugiere una melena femenina (qué imaginación tienen algunos). Pero hay aspectos que para mí son mucho más denigrantes para la mujer; se acepta la poligamia, mientras el adulterio de una mujer se considera extremadamente grave y se fomenta el sometimiento violento de la mujer al hombre.

Vayan a clase con velo o sin él, me preocupa más el fondo de la proliferación del islam en España en detrimento de nuestros valores tradicionales católicos y occidentales. Me preocupa más la ley de libertad religiosa que se está gestando, y el hecho de que nuestras instituciones equiparen el islam a la fe Católica.

Entregamos (PP y PSOE) terrenos públicos para la construcción de mezquitas, subvencionamos asociaciones islámicas, nos deshacemos en loas al multiculturalismo y al islam, a la integración y a la alianza de civilizaciones, y cuando nos damos de bruces con su puesta en práctica de sus costumbres sociales. ¡Escándalo! ¿Nadie sabía de que iba la cosa?

Javier Tebas
[email protected]

13.04.10

Clerofobia

Conocemos la xenofobia, como el temor y el odio a lo extranjero. Conocemos la homofobia, y toda una lista de términos que definen multitud de rechazos, miedos y odios infundados. Quizás entre estas “fobias sociológicas”, tan manoseadas últimamente por la demagogia barata, olvidaron apuntar una recalcitrante, extendida y visceral fobia, que sin embargo parece no preocupar demasiado: La “clerofobia”.

El anticlericalismo militante es un posicionamiento que no suele atender a razones. Lejos de ser fruto de un planteamiento racional, suele fundamentarse en impulsos meramente pasionales contra el clero y contra la Iglesia. Y es natural que en una sociedad existan variedad de criterios, pero habitualmente el tono de los “clerófobos” se aleja de una discrepancia normal, para entrar en el terreno de los odios viscerales.

Es difícil de entender porqué una institución que no funciona con la coacción, que propone un modelo de vida en positivo y se dedica como nadie a la caridad, levante odios irracionales tan extremos. Todavía no lo puedo entender. Lo que sí es cierto, es que el anticlericalismo es más viejo que el hilo negro, y como si se tratase de una patología inherente al hombre, ha acompañado a la Iglesia desde el principio de los tiempos.

Cuando el anticlericalismo ha alcanzado sus cotas más altas, la historia nos ha llenado de mártires. Cuando, como ahora, las circunstancias no permiten pasar por los leones o los paredones a la Iglesia, vale toda difamación, vale todo insulto, vale toda forma de tirar mierda sobre sus sacerdotes y su jerarquía.

Bastó con que entre los cientos de miles de personas que han ejercido el ministerio sacerdotal durante la segunda mitad de siglo, cuatro fueran repugnantes pedófilos de comportamiento execrable, para que se desate una persecución donde la mesura, la razón y la lógica quedan apartadas. Esto sólo consiste en repartir a troche y moche contra la Iglesia.

Basta una camiseta impresa para la ocasión y una rueda de prensa, para que cualquier anónimo pase a la primera plana de todos los telediarios exigiendo al Papa una audiencia privada para que le pida disculpas.

Insinúan tras todo esto, que el celibato reprime a los sacerdotes y les convierte en pedófilos. La falsedad de esa afirmación es totalmente demostrable, claro que hace falta ver como se pone el frente mediático cuando el Cardenal Bertone pone los puntos sobre las íes.

Ya decían los profesionales del anticlericalismo en la segunda república que las monjitas repartían caramelos envenenados, y la turba quemó el convento. Difamen, vuelvan a difamar, ¿acaso su rabia será la impotencia de saber que nunca acabarán con la Iglesia?.

Javier Tebas
[email protected]

7.04.10

La infinita superioridad de la Fe Verdadera

Perdonen que me salte las buenas formas, la diplomacia de las altas instancias, y que quizás no utilice los términos más idóneos, pero somos superiores. No me refiero a mí, Javier Tebas, el primero de los pecadores, ni a ti que -en menor medida- probablemente también lo seas. Me refiero a la Fe que profesamos, a Jesucristo, a sus santos y mártires, a la obra de la Iglesia, a los sacramentos, a su mensaje y a su Doctrina. Lo digo plenamente convencido, sin cortapisas. La Religión Católica es infinitamente superior a otras creencias. De hecho es la Única y Verdadera.

¿Ha sonado presuntuoso? lo absurdo sería que no lo pensase. Donde estaría mi Fe si la equiparo a aquellas creencias que siguen “misteriosas revelaciones” de profetas polígamos de dudosa moral. Se llame Joe Smith y presente unas láminas de oro entregadas por el ángel Moroni, o se llame Mahoma, y presente un libro de versos lleno de contradicciones dictado por el arcángel Gabriel.

Lo siento de veras si alguno cree que me aparto del ecumenismo, pero no puedo equiparar la Fe católica con quienes esperan reencarnarse en una vaca, o viajar en una nave espacial a un nuevo planeta. Creo que el ecumenismo es asumir y admirar todo lo de verdad y virtud que cada creencia pueda tener.

Es cierto que cuando el hombre busca lo trascedente y la relación con Dios, encuentra muchas veces la necesidad de practicar valores como la caridad y la honradez. Por eso también entiendo que millones de musulmanes, judíos, hindúes, budistas, jainistas, mormones y hasta los amigos de la Pachamama, serán muy superiores a mí en su práctica de la caridad. Y sabemos que no sirve el “sola fides”, solamente la Fe no salva. Por eso el comienzo del artículo hay que matizarlo por segunda vez, no somos superiores nosotros (ningún ser humano lo es sobre otro), lo es nuestra Fe, la Única Fe, por el hecho de ser Verdadera.

Aunque quieran hacerlo parecer, aceptar la Fe católica como Única y Verdadera no supone creer en un supremacismo matón, de aire creído y chulesco, no tenemos siquiera por qué enorgullecernos puesto que poseer la Verdad no ha sido cosa nuestra. No es un llamamiento fanático a una guerra santa. Muy al contrario, el convencimiento de que nuestra Fe es superior, ahonda en la disposición de llevar impetuosamente el mensaje del Evangelio al último rincón del mundo. Desde el respeto, desde la aceptación de que Dios nos ama por igual, desde la comprensión de los obstáculos que cada uno pueda encontrarse para recibir el Don de la Fe.

Convencidos de nuestra Fe, es cuando más buscaremos la virtud en la caridad y los valores cristianos, completamente refrendados por la moral natural inherente hombre.

En el sentido inverso, dar un mismo valor a todas las creencias y culturas, conlleva por pura lógica que se desvanezca el convencimiento de aquello en lo que creemos. Si todas las culturas y creencias son igual de buenas y tienen la misma autoridad moral, no existen motivos fundados para que la nuestra prevalezca sobre el resto. Si lo mismo es, y por igual debemos considerar a todo el que alaba a Dios, no habrá reparo en que unos chavales lleguen a una catedral, echen las alfombras, y pongan las nalgas al Oeste y la cabeza a la Meca.

Javier Tebas
[email protected]

18.03.10

Se apagará la fe

Nunca me han gustado las posiciones catastrofistas, los agoreros de turno que vaticinan el apocalipsis a la vuelta de la esquina. No me gustaría representar ese papel. Por eso empezaré diciendo –para tranquilidad de todos- que lo más probable es que el mundo no acabe inminentemente, incluso que el “estado del bienestar” occidental se mantendrá razonablemente a pesar de las crisis.

Cubiertas estas dos expectativas: la supervivencia del espacio tiempo, y la satisfacción de las facilidades mínimas de la vida moderna, creo sin embargo que en manos de mi generación, se presenta una ruptura histórica muy profunda. Una divergencia que nace en el espíritu, rompiendo directamente con lo fundamental, aquello que llena de sentido nuestra vida.

Por desgracia, no se puede pasar por alto un análisis estrictamente objetivo, que desde una perspectiva sociológica, nos presenta a un joven de hoy que no aspira a lo trascendente. Es más, que lo considera ridículo y hasta absurdo. Para el joven de hoy (generalizando el término) no sólo la fe le es una cuestión indiferente, sino que lo son todas aquellas cosas que, por su propia condición, no alcanzan con el voluntarismo hedonista.

La familia ya no es un valor, sino una rémora, una realidad completamente caduca. Pero si hasta hoy la inercia de una sociedad viva, lo ha sido en tanto en cuanto se ha transmitido a sí misma a través de la familia, ¿qué va a ser de una generación si desprecia la propia institución familiar? ¿Qué testigo entregará mi generación, vacía de grandes ideales, y llena de dogmas-eslogan extremadamente simplones y pobres?

Como en una carrera de relevos, los corredores esperan dispuestos a recibir el testigo para continuar. Pero si no reciben nada, porque el corredor anterior ha dado por perdida la carrera, no tendrán ni siquiera la oportunidad de ganar. De una forma parecida, la sociedad del futuro no va a recibir ningún testigo. Un testigo abandonado que debía transmitir nuestra identidad, los valores humanos recibidos, y lo más importante - porque engloba y supera lo anterior- la oportunidad de conocer la fe, para con el Don de Dios mediante, profesarla o no.

Qué dirán, allá donde estén, aquellos españoles que cruzaron el mundo entero, entregando la vida hasta el martirio, por dar la oportunidad de conocer el Evangelio, cuando sepan que aquí en España, a nuestros muchachos la sola palabra les suena a chino cantonés.

Se apagará la fe si triunfa la nueva mentalidad que elimina lo trascendente. Y se apagará la fe si deja de transmitirse, de cultivarse en la familia, cuando entre la anestesia de la vida moderna, nuestra sociedad ni siquiera sea capaz de dar la oportunidad de conocerla.

Javier Tebas
[email protected]