Crónica de un viaje a Roma (IV)
Al día siguiente, martes, antes de entrar en las conferencias, me acerco a escuchar misa a una Iglesia que se encuentra muy cerca del hotel donde me alojo: San Francisco a Ripa.
Erigida sobre el antiguo Hospicio de San Blas donde, según cuentan, «el poverello» vivió cuando visitó Roma en 1.219.
La bella fachada de la Iglesia no delata, desde luego, el aún más hermoso interior. En el altar mayor, el titular de la Iglesia, San Francisco. En una capilla lateral, muy cerca del presbiterio se encuentra la poderosa escultura de la beata Ludovica Albertoni, obra del gran Bernini. La beata, en éxtasis, se tienta la ropa, en un escorzo que mezcla el dolor – Bernini la quiso representar en el momento de su muerte – y de placer: las manos cerca de los senos, el estertor que nos intenta mostrar la salida del alma hacia el Amado.