Primer Domingo de Pasión: Jesús se ocultó y salió del Templo (Jn 8, 59).

En el día de ayer, la Liturgia nos introduce en el tiempo de Pasión. Las lecturas del Breviario en este tiempo de Cuaresma han ido in crescendo en cuanto a intensidad; en este Domingo, en el que se lee Jn 8,46-59, la tensión entre los «judíos» -término con el que San Juan denomina a los fariseos y las autoridades del Templo de Jerusalén (los saduceos) – llega a tal punto que éstos recogen piedras para lapidar al Señor. Cristo huye del Templo y esconde su rostro.

El tiempo de Pasión es de una presión espiritual aplastante. En el Oficio de Maitines del sábado anterior, Cristo se presenta como la luz del mundo que permite a sus discípulos no caminar entre tinieblas. Es la luz de la vida. El texto evangélico forma como una gran inclusión con el prólogo. Cristo es el Verbo de Dios hecho carne. «En Él había vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz en las tinieblas brilla, y las tinieblas no lo acogieron» (Jn 1, 4-5)

En el domingo de Pasión, Cristo dice que aquel que es de Dios escucha su voz, por ende, los que no Le escuchan, como los judíos del Evangelio, no son de Dios. El Invitatorio del tiempo de Pasión, que se lee en el Salmo 94 de Maitines precisamente hace referencia a lo anterior: Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones.

Cristo es el que, como dice el profeta Ezequiel, cambiará nuestro corazón de piedra, por uno de carne (Ez 36, 26).

Los «judíos» pretenden echarle mano al Señor de la forma que sea: desacreditándolo, llamándolo sirviente de Satanás, violador del sábado, etc. El Señor en estos momentos se revela abiertamente como Dios: «Amen dico vobis, ántequam Ábraham fíeret, ego sum». Al denominarse de la misma manera con la que Dios se presenta ante Moisés («Ego sum»), los judíos pretenden matarlo. Y no por sus obras, como dirán mañana, de nuevo en el Oficio de Maitines (Jn 10, 22 – 38), sino por llamarse Él mismo Dios - ¿qué tiene que decir la exégesis modernista en este punto? –.

La Liturgia es acongojante. Cristo, el Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, esconde su rostro. Se está preparando el Deicidio. La Iglesia quiere morir con el Señor. La Liturgia se llena de tristeza. Las doxologías se eliminan del final del Salmo 94 – repitiéndose una y otra vez la advertencia: no endurezcáis vuestros corazones -, y de los responsorios breves. Durante la Semana Santa la tristeza y el congojo será tan grande que también se quitarán de los salmos.

Y las imágenes se velan. Los santos, que glorifican al Señor, también se esconden bajo un paño morado, color penitencial. La carga teológica, emocional es muy profunda, directo al corazón. Nuestro Señor no se glorifica a Él mismo, sino que es glorificado por el Padre, así entra en Su Pasión. Los judíos y paganos no pararán hasta que su rostro sea irreconocible, llegando a lo que dice el Salmo 21, «Ego autem sum vermis, et non homo» (Salm 21,7). Las doxologías se eliminan hasta que Nuestro Señor asuma su gloria plena, siendo glorificado por Su Padre a quién complacerá con Su Sacrificio.

La tradición de velar las imágenes se mantiene, aunque de facto muy pocos la mantienen, sin embargo el fundamento de esta tradición inmemorial ha desaparecido en el Novus Ordo. Este pasaje evangélico ha sido suprimido, en los tres ciclos. ¿Por qué? ¿Porque explícitamente se muestra la oposición radical existente entre la Sinagoga y la Iglesia? Hay una separación entre los que han endurecido su corazón y los que no, los verdaderamente fieles a Abraham y los profetas, los que se abrieron completamente a Jesucristo, el Hijo del Dios Vivo. La Liturgia de la Iglesia nos lo pone para contemplación y meditación de lo que posteriormente lelgará, la celebración de la Muerte de Cristo por nuestros pecados, y Su resurrección de los muertos y la Glorificación por el Padre, en definitiva, el Misterio de la Redención.


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