2.11.13

Padres ¡Los necesitamos!

Habitualmente paso por el sitio web iglesia.cl, a pesar que rara vez encuentro algo de interés (excepción hecha del canal de videos), porque, después de todo, es la presencia oficial de la Iglesia chilena en Internet. Por eso me llevé una sorpresa al leer en el titular de uno de los enlaces destacados “Iglesia en Concepción ofrece Subsidio por Elecciones 2013“.

“¡Por fin!” pensé “alguien en la Iglesia se ha puesto las pilas y se ha sentado a pensar algunas ideas acerca de la situación de los votantes católicos en esta próxima elección.”

Mis expectativas no eran altas, pero eso en nada suavizó la enorme decepción que me produjo el “documento al que se refería la nota: un díptico, es decir, una hoja carta doblada por la mitad, con la cuartilla frontal ocupada por una imagen, las interiores con una lista de las funciones de diputados, senadores y consejeros regionales, y la posterior usada para diagramas de la forma en que hay que marcar el voto.

No sé. Tal vez soy yo el del problema. Tal vez en las poblaciones de mi país todavía hay gente que, a pesar que hay elecciones cada dos años por los últimos 20 años, todavía no sabe cómo marcar el voto, o qué hace un diputado o un senador. Si es así, les ruego me disculpen por esta monserga, pero si no…

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31.10.13

Notas en el debate de las 5 vías de Santo Tomás (parte II)

Continuamos con la segunda parte de estas notas sobre las 5 vías de Santo Tomás. Aquí les dejo un enlace a la primera parte.

3ª Vía, de la contingencia:
“No es cierto que si algo existe siempre ese algo sea Dios, pues la energía no se crea ni se destruye, existe siempre”.

Esta objeción se basa en la primera ley de la termodinámica que dice “la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma", de lo que deducen que la energía podría ser ese ser necesario al que apunta esta demostración.

Para responderla, hay que recordar el hilemorfismo de Aristóteles, que es el sustrato filosófico que está detrás de las explicaciones de Santo Tomás y que, como decíamos al inicio, es indispensable conocer para saber qué nos quiere decir.

Brevemente, el hilemorfismo postula que todos los seres corporales están compuestos de materia y forma, de modo que para que exista una silla debe haber materia de silla (madera o metal) y forma de silla (cuatro patas, asiento). Ni la materia ni la forma por si solas resultan en una silla, se requiere de ambas cosas para que exista la silla en la realidad. Solo una vez que existe la silla, ella puede soportar otras características, llamadas accidentes, como el color, el peso y la altura de la silla, y ciertas relaciones como su distancia o velocidad.

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30.10.13

Notas en el debate de las 5 vías de Santo Tomás (parte I)

Quería dejar algunas reflexiones, sobre objeciones habituales con que nos hemos encontrado, cuando conversamos acerca de las pruebas de la existencia de Dios, específicamente las 5 vías de Santo Tomas. Disculpen si el conjunto resulta algo desordenado y disperso.

Pero antes, un breve repaso: En la mayor de sus obras, la Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino hace una relación ordenada del conocimiento teológico común a su época, y lógicamente inicia por preguntarse si es posible demostrar la existencia de Dios, para luego examinar si Dios existe. Como era la costumbre en la academia medieval, el artículo en cuestión inicia explicando las tesis contrarias a las del autor, y así el Aquinate señala que sólo hay dos buenas razones para negar la existencia de Dios: que exista el mal y que todo parece funcionar sin necesidad de Dios. Luego pasa a exponer sus famosos 5 argumentos (a partir del movimiento, de la causa eficiente, de la contingencia de los seres, de los grados de perfección, y de las regularidades en la naturaleza) y finalmente responde las objeciones que había mencionado.

También debemos recordar que, a pesar de ser las más conocidas, estas no son las únicas demostraciones de la existencia de Dios –hay otras como el argumento cosmológico, el argumento ontológico y los argumentos morales, que han sido defendidos por grandes filósofos–, pero debido al rigor de Santo Tomás en su exposición, es habitual que los suyos sean los más discutidos. No siempre son expuestos con la precisión que amerita el trabajo de Santo Tomás, y nunca está demás repasarlos, así que aquí les dejo el enlace.

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27.10.13

El amor mató al matrimonio

Creo que cuando San Pablo escribió “33 En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su mujer como así mismo, y la esposa debe respetar a su marido” (Ef 5), sabía perfectamente que estaba iniciando una revolución.

Hasta ese momento, la mujer había sido considerada apenas superior al ganado, de modo que el cristianismo, al poner el amor a la esposa como una “piedra de toque” de la relación conyugal, dio la partida a un cambio fundamental para recuperar la dignidad que tenía la mujer en el principio, y para dejar atrás la idea de matrimonio como un acuerdo económico entre familias.

Pero supongo que el santo jamás se imaginó que sería esa misma palabra, el amor, la que acabaría usándose para destruir el matrimonio.

Algunas entradas atrás les comentaba cómo he llegado a darme cuenta que la enseñanza cristiana acerca del matrimonio es absolutamente incomprensible para nuestra cultura, porque hemos perdido completamente el concepto mismo de amor, como servicio y auto entrega, y lo hemos reemplazado por una idea romántica de auto expresión y auto satisfacción.

Las razones de este cambio radical se suelen trazar hasta la abierta aceptación del divorcio, que comenzó a ganar terreno en las naciones occidentales a mediados del S. XX, y que ha culminado en el presente con una liberalización tal de las leyes de familia (especialmente en cuanto a los divorcios sin culpa), que hoy en día es más fácil disolver un matrimonio que poner término a un arriendo.

Sin embargo, uno podría ir todavía más atrás, y argumentar que el sólo hecho de que el matrimonio sea definido en la ley como un contrato, que deje de ser un sacramento y se convierta en “el contrato del amor", proceso que se inició hace unos dos siglos, ya lleva en sí el germen de su destrucción.

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22.10.13

Votación en Chile

Nuevamente es aquella época cada cuatro años, en que los ciudadanos somos convocados a las urnas en nuestro país para… no tengo muy claro para qué, pues todos saben que Michelle Bachelet será la próxima presidenta de Chile. Y tanto así que al 67% de los chilenos le da lo mismo la elección presidencial.

Lo habitual en Chile desde el regreso de la democracia, ha sido tener 4 ó 5 candidatos presidenciales, uno de izquierda y centro, otro de derecha, un comunista y dos o tres “independientes". Esta vez, como nunca antes, hay 9 candidatos… y ninguno representa una opción viable para un católico.

En una cuestión tan básica como la protección del débil y desamparado, todos los candidatos, salvo la postulante de la Derecha Evelyn Matthei, han dicho que modificarán la actual ley que prohíbe el aborto, en mayor o menor medida. Eso parecería dejar a Matthei como una opción viable, si no fuera porque la misma posición que tienen todos los otros candidatos, de permitir el homicidio de los humanos indeseables, fue defendida y justificada por ella, y admite que no ha cambiado de opinión, pero que no va a avanzar en esa dirección “porque claramente la mayoría de la gente con la que estoy trabajando de mi coalición no lo apoya“.

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17.10.13

Y un par de ejemplos (Parte IV)

No pensaba hacer una cuarta parte de esta serie, acerca de si la Iglesia ha cambiado su doctrina, pero al parecer no he sido todo lo claro que se necesitaba.

En los comentarios de la entrada anterior, nos consultan:

Me parece que estás intentando nadar y guardar la ropa al mismo tiempo, Pato. ¿Que hay un magisterio ordinario que puede cambiar y otro que no puede cambiar? ¿Y cómo se distingue el uno del otro?

Entiendo perfectamente la objeción implícita.

A todos nos gustaría tener un listado de verdades fijas y permanentes, escritas definitivamente, en un lenguaje lo más claro posible, y así nos aseguraríamos que no cambiara. Sin embargo, la Iglesia no puede funcionar así, porque su mensaje no es un libro ni una verdad, sino una persona. Por eso me pareció necesario explicar en la segunda entrada de esta serie, la centralidad de la persona de NSJC para la Iglesia y el mensaje cristiano.

Pero la pregunta sigue siendo válida ¿Cómo distinguimos el magisterio definitivo del que no lo es? La respuesta no es tan simple como nos gustaría, por eso las advertencias de la primera entrada, y en esto seguramente me corregirán los expertos, pero entiendo que en definitiva todo va a averiguar si quien hace la declaración tuvo la intención de dotar a esa declaración con el carisma de infalibilidad que NSJC prometió a su Iglesia.

Tal vez un par de ejemplos ayuden a dilucidar la cuestión.

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15.10.13

¿Ha cambiado la Iglesia su doctrina? (Parte III)

Decíamos que cuando la Iglesia propone una doctrina para ser creída por los fieles, ella no hace más que manifestar a la persona de Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre. Por eso no puede haber una verdadera contradicción entre dos verdaderos pronunciamientos de la Iglesia.

Sin embargo, no siempre es tan fácil saber cuándo la Iglesia manifiesta una doctrina. Desde un inicio, la Iglesia apuntó a la Sagrada Escritura y a la Tradición, como fuente inspirada e inerrante de su enseñanza. La Constitución Dogmática Dei Verbum reitera la doctrina tradicional de la Iglesia en este sentido:

9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad. (negritas nuestras)

Al servicio de esta doble fuente, se encuentra el Magisterio de la Iglesia, que, nuevamente en palabras de la Dei Verbum “enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.”

Este Magisterio es ejercido por los obispos en comunión con el sucesor de Pedro (Catecismo 88), autoridad que cada obispo puede ejercer por separado cuando enseñan a los fieles alguna doctrina, pero que se manifiesta especialmente cuando se encuentran todos reunidos en un Concilio Ecuménico, o en las definiciones dogmáticas que hace el Papa.

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9.10.13

¿Ha cambiado la Iglesia su doctrina? (Parte II)

En esta segunda entrada, comenzamos a responder el desafío de los ateos y agnósticos, que nos dicen que la Iglesia ha cambiado su doctrina a través del tiempo.

En la entrada anterior, hacíamos tres advertencias: que la Iglesia es única en este sentido, que algún grado de flexibilidad debe admitirse y que no por ser sutiles, las distinciones son inválidas. Ahora, para responder a la pregunta de fondo, todavía tenemos que hacer una precisión más: establecer qué es en el fondo la doctrina de la Iglesia, es decir, qué es aquello que los católicos deben predicar en todo tiempo y lugar.

Y desde un inicio, ya desde San Pablo, los católicos han dicho que en centro de la fe no se encuentra un libro como en el islam, ni las “nobles verdades” como aquellas de las que habla el budismo. La revelación cristiana es, ante todo, la revelación de una persona, NSJC, quien dijo “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Más allá de las implicaciones pastorales y espirituales de tal propuesta, es claro que esto impone severas restricciones a lo que puede cambiar en la predicación de la Iglesia, porque NSJC no es una idea ,más o menos novedosa o una escuela de interpretación textual, dentro de varias posibles, sino un hombre de carne y hueso, que existió en la historia, en un tiempo y lugar determinados, y que fue perfecto en todo, no dejando nada por hacer ni revelar.

De esto se sigue, lógicamente, que lo que predica la Iglesia no podría cambiar: si agregara alguna enseñanza nueva, ello implicaría que NSJC “olvidó” decir algo que debía haber dicho; si ella rectificara lo que Él enseñó, estaría diciendo que NSJC se equivocó en hacerlo; si declarara que cierta regla de fe o moral era obligatoria antes, pero ya no, necesariamente debería invocar una nueva revelación más reciente para hacerlo (como los mormones).

Cualquiera de estas tres posibilidades es absurda, conforme a la enseñanza tradicional de que la revelación se cerró con la muerte del último apóstol.

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3.10.13

¿Ha cambiado la Iglesia su doctrina? (Parte I)

Algunas entradas atrás, quedó pendiente responder a un verdadero desafío de un grupo de comentaristas escépticos, en base a esta pregunta.

La posición católica es conocida. Ante la constante revisión a que están sujetas las ideas en el mundo moderno, ante el relativismo que lo permea todo y parece ser la única constante, los católicos se empeñan en destacar la estabilidad de sus dogmas, como prueba de su veracidad y de su origen divino.

Los escépticos, a su turno, nos replican:

Pues mire, lo siento pero … va a ser que no. Y le pongo algunos ejemplos:
a) Hasta el año 381 (primer Concilio de Constantinopla) habia discrepancias sobre la naturaleza divina del Espiritu Santo.

b) Hasta el año 1215 (cuarto Concilio de Letrán) no estaba cerrado el concepto de la Transubstanciacion.

c) Hasta el año 1432 (concilio de Basilea) no se cierra definitivamente el Canon Biblico.

d) Hasta el año 1854 no se establece como dogma la Inmaculada Concepción.

¿Quién tiene la razón?

Nosotros, desde luego. Pero claro, no basta con mostrarlo, hay que demostrarlo, y para eso vamos a examinar qué queremos decir cuando afirmamos que las doctrinas católicas son inmutables.

Pero eso tendrá que esperar, porque antes de abordar directamente el tema, debemos hacer algunas advertencias.

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27.09.13

Refórmanos, Señor, te rogamos.

Durante toda mi infancia, juventud y vida adulta, Juan Pablo II fue “El Papa". Su visita a Chile revolucionó el país y nos dio la esperanza de que podíamos salir adelante en un proceso político tremendamente polarizador y complicado, como un pueblo unido y reconciliado. Sin esa visita, es probable que jamás hubiéramos tenido la ocasión de escuchar una voz quieta que nos decía “sin odio, sin violencia, vota No". El rostro de Juan Pablo II estaba (y todavía permanece) en muchas casas de personas humildes, en calendarios y estampas, como un símbolo del hogar.

Bajo esa imagen recuperé mi catolicismo, tal vez no tanto como realidad espiritual al principio, sino como construcción filosófica, pero Juan Pablo II era ambas cosas. También me encontré con las diferentes corrientes dentro de la Iglesia, pero la presencia del Papa me hacía confiar en que había una mano a la vez firme y cariñosa a cargo de la barca de San Pedro. Admiré y admiro especialmente su testimonio de sacrificio durante su última enfermedad, a nombre de tantas personas que deben permanecer postradas a causas de la edad y la salud, sobre todo por su rebeldía ante el modelo de obligatoria juventud y máxima productividad que nos impone la cultura. Cuando falleció, ni siquiera fue tanta la tristeza, simplemente era el momento de volver a la casa del Padre, a recibir su recompensa.

Cuando se realizó el cónclave en 2006, todo era novedoso para mí, y debo reconocer que estaba muy nervioso. Eran cerca de las diez de la mañana, y yo estaba escuchando una radio a pilas en mi oficina de San Vicente de Tagua Tagua, cuando el Cardenal Medina anunció al Cardenal Ratzinger, con esa “r” arrastrada a más no poder. Me emocioné hasta las lágrimas. Desde luego, racionalmente no podía menos que confiar en que Dios cuidaría de su Iglesia, pero ahora me doy cuenta que en un nivel emocional, tenía miedo sobre el futuro, sin “mi Papa", Juan Pablo II.

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