Chilenos bajo ataque del lobby abortista
El sábado recién pasado se publicó en el periódico El Mercurio, una carta firmada por 127 académicos, en su mayor parte extranjeros y un par de ellos de universidades católicas, donde pedían la legalización del aborto en Chile, en atención a los casos recientes de menores de edad embarazadas. La carta hacía referencia a la marcha de pro abortistas que se realizó el día anterior a su publicación, por lo que es evidente que ambas acciones estaban coordinadas, pero desde luego no hacía referencia a ninguno de los criminales actos realizados por los participantes de la marcha en el interior de la catedral de Santiago, como se muestra en la imagen adjunta, donde se puede ver un altar rayado con la frase “el aborto es lo mejor".
Es claro que una misiva como esta, suscrita por académicos chilenos, argentinos, colombianos, españoles, mexicanos, no es algo que se prepara y coordina en un día. La única conclusión lógica es que dichas iniciativas, la marcha y la carta, lejos de responder a una aspiración de la ciudadanía, son producto de un enorme lobby originado en el extranjero, para legalizar el aborto, y privarnos a los chilenos del honor de defendernos a los más débiles entre nosotros, desde la concepción hasta la muerte natural.

Con el tiempo y luego de tantos años publicando argumentos sobre el tema, he llegado a darme cuenta que hay dos grandes grupos de defensores del aborto: por un lado están quienes niegan la humanidad del feto; y por otro, los que admiten que
Algunos años atrás conversaba acerca de las violaciones a los derechos humanos en Chile durante el régimen militar, y le decía a mi interlocutor que me costaba mucho creer que las torturas y desapariciones de personas eran abiertamente conocidas entre la población, porque eso implicaría que al 44% que votó por el “sí” no les importaban en lo más mínimo los delitos que se cometían al amparo del gobierno. En otras palabras, admitir que todos sabían y buena parte de ellos justificaban esos sucesos, significaba que vivíamos en medio de personas con un nivel tan bajo de juicio ético, que no podían reconocer y denunciar claramente esas conductas como inaceptables, sin importar las circunstancias.
En una columna de hace ya algún tiempo, el Decano de la Facultad de Derecho de la U. Diego Portales y columnista de El Mercurio
El artículo 4° de la Convención Americana de Derechos Humanos, señala:


