Algunas notas del Profesor Ratzinger sobre creación y evolución
He estado con fiebre estos días, lo que espero me excuse por la falta de actualizaciones en el blog. Les ofrezco a continuación mi traducción de una parte del libro “In the Beginning…”, escrito hace algunos años por cierto prelado alemán que actualmente reside en Roma, cuya ortodoxia y capacidad intelectual tengo en muy alta estima.
En este capítulo se viene refiriendo precisamente al relato de la creación en el Génesis, como el hombre fue creado de la tierra y con el aliento de Dios. Con Uds., el profesor Ratzinger.
Todo esto está bien puede decir uno pero ¿acaso no es el último término contradicho por nuestro conocimiento científico de cómo el ser humano evolucionó desde el reino animal? Espíritus más reflexivos hace mucho tiempo han estado conscientes que no hay un verdadero problema aquí. No podemos decir: creación o evolución, en tanto estas dos cosas responden a dos realidades diferentes. La historia del polvo de la tierra y el aliento de Dios, que acabamos de escuchar, de hecho no explica cómo el ser humano llegó a ser sino más bien lo que es. Explica su origen más íntimo y arroja una luz en el proyecto que él es. Y, viceversa, la teoría de la evolución busca entender y describir su desarrollo biológico. Pero al hacerlo no puede explicar de dónde proviene el “proyecto” que es la persona humana, ni su origen interno, ni su naturaleza particular. En este sentido estamos ante dos realidades complementarias, y no mutuamente exclusivas.
Pero veamos un poco más de cerca, porque aquí también el progreso del pensamiento en las últimas dos décadas nos ayudan a entender nuevamente la unidad interna de creación y evolución y la de fe y razón. Fue una característica particular del siglo XIX el apreciar la historicidad de todas las cosas, y el hecho que hayan llegado a existir. Este siglo percibió que las cosas que solíamos considerar como invariables e inmutables eran, ante todo, el producto de un largo proceso de llegar hacer. Esto era cierto no sólo en el reino de lo humano sino también de la naturaleza. Se hizo evidente entonces que el universo no era sólo algo como una gran caja, donde todo estaba puesto en su estado final sino que era comparable a un árbol que vive y crece, y gradualmente eleva sus ramas, más alto y más alto hacie el cielo. Esta visión común fue y es frecuentemente interpretada en formas extrañas pero a medida que avanza la investigación se ha vuelto más claro cómo debe ser correctamente entendida.
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