El olvido de la memoria (y su rescate a través de la poesía)

                «La puerta de la memoria» Obra de Dante Gabriel Rossetti (1828-1882).

   

 

«Dios nos dio la memoria para que pudiéramos tener rosas en diciembre».

James M. Barrie

 

«Tengo una espléndida memoria para el olvido, David».

R. L. Stevenson. Secuestrado

 

   

 

Al final de la novela Farenheith 451 (1953), de Ray Bradbury, Guy Montag, el protagonista, logra escapar de sus perseguidores y en su huida descubre que no está solo, que hay otros como él, personas que aman los libros y que viven ocultas, lejos de la nueva civilización. Estos exiliados tratan de conservar, para las generaciones futuras, los tesoros literarios proscritos por el régimen, y lo hacen a través de la memoria. Cuando le preguntan a Montag qué obras desea consagrarse a memorizar, menciona dos de los libros de la Biblia: el Eclesiastés y el Apocalipsis.

Comienzo con esta evocación del libro de Bradbury para resaltar que memoria, aprendizaje y literatura han estado juntas desde un comienzo y desde entonces se han entrelazado como los tallos de una enredadera trepando sobre un muro, firmemente unidos y mutuamente dependientes. Pero esta, en un principio, firme unión ha ido resquebrajándose con el tiempo, y si bien la memoria ha sobrevivido a las acometidas de la imprenta, los augurios sobre su futuro en la era de las pantallas son sombríos. Aunque las advertencias nos vienen de lejos. Ya Platón en uno de sus Diálogos (Fedro), pone en boca de Sócrates las siguientes palabras premonitorias, que se refieren al efecto que podrá causar el cambio de la oralidad por la escritura, pero que hoy son igualmente aplicables a nuestra novísima tecnología:

«Esto [la generalización de la escritura], en efecto, producirá en el alma de los que lo aprendan el olvido por el descuido de la memoria, ya que, fiándose a la escritura, recordarán valiéndose de caracteres ajenos, no desde su propio interior y de por sí. No es, pues, el elixir de la memoria, sino el de la rememoración, lo que has encontrado. Es la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que procuras a tus alumnos». (Platón. Fedro).

Probablemente, desde hace ya una generación al menos, se ha impuesto en el campo de la enseñanza la idea de que la memorización es, en el mejor de los casos, innecesaria, y en el peor, francamente dañina. ¿El argumento?, que sería perjudicial para la creatividad de los niños y para la comprensión y el disfrute del aprendizaje, lo que pone de manifiesto una identificación errónea de la memorización como una mera acción mecánica carente de sentido y de significado.

¿Y cómo ha ocurrido esto?

Una de las características de nuestra modernidad es que la historia se ha acelerado, los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo y se devoran a si mismos sin solución de continuidad. Las cosas caen con creciente rapidez en un pasado que semeja irrecuperable.

La respuesta de la modernidad ante esta vorágine epistémica no ha sido potenciar la facultad de la memoria, sino prescindir de ella y crear archivos y registros, bases de datos y pendrives de memoria, para reemplazarla o incluso borrarla. La memoria se ha vuelto irrelevante. Hemos optado por renunciar a la facultad en la que hasta hace no mucho nos basábamos para formar nuestro conocimiento del pasado, para conformar nuestro conocimiento presente y para proyectar nuestras previsiones futuras. Al borrar la memoria y descargar este «peso de conocimiento» sobre esos artificios técnicos, perdemos un recurso precioso que no puede ser sustituido simplemente por un montón de bytes. Pero, ¿por qué habríamos de esforzarnos si estos almacenes de datos cibernéticos nos hacen el trabajo?

Sin embargo, por mucho que se la aparte a un rincón oscuro, la memoria no deja de ser vida, siempre encarnada en sociedades vivaces y vigorosas y en los individuos que las componen y, como tal, en permanente conformación entre el pasado y el presente, en constante reconstrucción… la memoria es tradición y saber, son «las opiniones y reglas de vida antiguas», cuya falta, según el pensador inglés Edmund Burke (1729-1797), nos privaría de una «brújula que nos gobierne».

Es, además, quizá nuestro último reducto de identidad e independencia, pues como dice el también británico Dr. Johnson (1709-1784):

«El futuro es flexible y dúctil, y se moldeará fácilmente por una fuerte fantasía en cualquier forma. Pero las imágenes que presenta la memoria son de una naturaleza obstinada e intratable, los objetos de recuerdo ya han existido, y dejaron su firma detrás de ellos impresa en la mente, para desafiar todos los intentos de deflagración o cambio.

Dado las satisfacciones que surgen de la memoria son menos arbitrarias, resultan más sólidas y, de hecho, son las únicas alegrías que podemos llamar nuestras. Cualquier cosa que hayamos hecho reposar una vez, como Dryden lo expresa, en el sagrado tesoro del pasado, está fuera del alcance del accidente o la violencia, y no puede perderse por nuestra propia debilidad o la malicia de otro».

Por lo tanto, hemos de concienciarnos de que olvidar la memoria –como está sucediendo– traerá consigo una amnesia cultural que conducirá al suicidio de nuestra civilización. El filósofo ruso Nikolái Berdiáyev (1874-1948) ve en este credo del olvido «una deificación totalmente ilegítima del futuro a expensas del pasado y del presente», mientras que filósofo Eric Voegelin (1901-1985) advierte que conducirá a la «muerte del espíritu», y el poeta William Butler Yeats (1865-1939) que nos llevará la «marchitez del corazón».

Pero eso no es todo. Además, la proscripción de la memoria ha perjudicado el aprendizaje de los niños. El niño nace con un deseo instintivo de memorizar que está estrechamente relacionado con la adquisición del lenguaje. Si lo ignoramos o permitimos que se desarrolle al azar, no solo perderemos una de las mayores oportunidades de construir patrones de lenguaje sofisticados, sino que empobreceremos su inteligencia. Lo queramos o no, el niño, de forma automática, memorizará aleatoriamente todo aquello que encuentre en su entorno (constituido hoy, preferentemente, por la televisión, los videojuegos e internet). En otras palabras, si no le proporcionamos rimas populares, o a Lorca o a Stevenson, por ejemplo, memorizará los eslóganes de los anuncios de juguetes y las letras de Lady Gaga.

Por esta razón, desde hace tiempo han comenzado alzarse voces discrepantes contra ese apartamiento del aprendizaje memorístico, tanto autorizadas como profanas. Y en la neurociencia y en la mejor pedagogía ya hay poca discusión al respecto de la bonanza y el valor cultural, neurológico y lingüístico del aprendizaje memorizado.

Dice santo Tomás en su Summa Theologica: «Nadie se deleita a no ser en algún bien que le es conveniente, bien sea en la realidad, bien sea en la esperanza, o por lo menos en la memoria». Para esto último, podemos y debemos entrenar la memoria y hacer que esa facultad, tan deleznada y abandonada hoy, sea rehabilitada, posibilitando el disfrute de ciertos tesoros cuando los necesitemos.

Pero hay algo más. Porque aunque la lectura y memorización de la literatura ––y en especial de la poesía–– es, como nos dice santo Tomás, su propia recompensa, hacerlo desde la primera infancia crea además una rica base lingüística que facilita no solo la futura apreciación literaria, sino que, a mayores, enriquece a la persona.

Los franceses llaman «lieux de memorie» a cosas cuyo propósito es detener el tiempo, para bloquear el trabajo del olvido, objetos que representan una voluntad de recordar, de conservar y, a un tiempo, de facilitar el nacimiento de nuevos recuerdos. Los libros son «lieux de memorie» por excelencia y más excelentes cuanto mejores sean. Allí se almacenan hechos, sentimientos, emociones, experiencias, adulaciones, valoraciones, críticas, enseñanzas, alabanzas, distracciones o estímulos, pero, no solo sirven de almacén, sino que también tienen la capacidad de generar nuevos significados y de resucitar los antiguos en un juego constante entre la memoria, la imaginación y la razón.

El profesor Andrew Pudewa nos dice que la memorización también es útil (y fundamental) en estos otros aspectos:

1º.- Facilita el correcto crecimiento neurológico de los niños: «Las neuronas establecen conexiones en función de la frecuencia, la intensidad y la duración de la estimulación. Cuando los niños memorizan –y mantienen la capacidad de recitar–, estas tres variables están involucradas de manera poderosa, fortaleciendo la red de conexiones neuronales que construyen los cimientos de la inteligencia bruta».

2º.- Refuerza su capacidad de aprendizaje, puesto que «el sentido de logro que acompaña a la memorización de la poesía construye la confianza lingüística e incluso académica y se extiende a otras áreas». De esta manera, el niño «creerá que puede aprender cualquier otra cosa». En suma, «el aprendizaje de memoria no solo fortalece la mente, sino también el corazón y el espíritu del niño».

Vista la importancia de traer de nuevo con nosotros y sobre todo con nuestros hijos a esa adusta ama de llaves (la memoria) para que se ponga a jugar con la «loca de la casa» (la imaginación), la gran pregunta es ¿cómo hacerlo? El primer paso es comenzar por un programa de ejercicio intensivo y una dieta de alimentación equilibrada para hacer crecer el músculo memorístico. Después llega el mantenimiento, para no perderlo.

Es un hecho conocido que en una etapa inicial (aproximadamente de los 3 a los 12 años), las mentes de los niños son como esponjas. Se empapan de información y absorben hechos, hechos y más hechos. En este período su imaginación vaga sin rumbo y demanda ansiosamente alimento, y estos datos, hechos, fragmentos, deben ser su dieta. Contrario al desprecio moderno que hoy enfrenta este tipo de aprendizaje, no hay nada equivocado en conocer datos y hechos y dominarlos para, depositándolos en el granero de la memoria, gestionarlos después como almacén de información. Aunque puede ser inicialmente algo un poco árido y laborioso, los niños pronto podrán retener fácilmente esa información y les encantará exhibir su dominio sobre la misma.

Tras esta primera etapa de crecimiento, la memoria debe continuar siendo alimentada, ejercitada y fortalecida en los niños mayores y los jóvenes.

Pero, ¿cual es el alimento y el tipo de ejercicio ideal para este régimen, tanto de grandes como de chicos? En suma, ¿qué deberían memorizar? La respuesta es clara: poesía.

La poesía parece hecha ex profeso para entrenar la memoria y hacerla crecer en el recuerdo y la belleza, pues en ella ambas cosas se potencian mutuamente: la música del poema ayuda a recordarlo y su letra esculpe las notas de la melodía en la memoria.

El poeta británico Isaac Watts (1674-1748) publicó en 1715 una obra titulada Canciones Divinas en lenguaje fácil para el uso de los niños. Se trató de uno de los primeros intentos por parte de un literato reconocido de escribir versos específicamente para niños. Watts creía en la importancia de la educación temprana y en el poder del verso para el aprendizaje: «lo que se aprende en el versículo es más largamente retenido en la memoria y más pronto recordado».

Abundando en esta idea, Andrew Pudewa señala:

«Los poemas, por su propia naturaleza, son más fáciles de recordar que la prosa (…). Como las canciones, las rimas y los patrones rítmicos intrínsecos a la poesía, crean una previsibilidad que ayuda y acelera la memorización. Las rimas infantiles existen por una razón».

Los más pequeños tendrán de empezar con las rimas y canciones tradicionales, para ir creciendo poco a poco en complejidad, combinando estas con autores como Stevenson, Beatrix Potter, Gloria Fuertes e incluso otros que, si bien no escribieron poesía específicamente para niños, tienen en su producción notables ejemplos de poemas infantiles (algunos de ellos podemos encontrarlos en antologías como la ya clásica Mi primer libro de poemas (1997), con poemas de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y otros).

A los mayores (a partir de los 12 años), no será necesario que les hagamos memorizar el Eclesiastés, como Guy Montag, el protagonista de Farenheith 451, ni La Divina Comedia de Dante, al menos por ahora. Bastará con que sigamos el consejo del profesor Denis Quinn, el colega de John Senior, de que «la primera cosa que debe hacerse con un poema o canción es simplemente aprenderlo de memoria», y apliquemos este principio primero a poemas cortos para luego ir ampliando el campo a obras de mayor extensión y complejidad. Aquí se puede acudir también a diversas antologías, algunas de ellas ya citadas en este blog: Antología de la literatura infantil en lengua española (1966) de Carmen Bravo-Villasante, El silbo del aire (1965) de Arturo Medina, y 350 poemas para niños de la biblioteca Billiken. Hay que empezar por lo más bajo, pues ya sabemos que «lo más alto –como recuerda Thomas Kempis– no se sostiene sin lo más bajo».

Y leamos los poemas en voz alta. El crítico Harold Bloom (1930-2019) nos dice algo al respecto:

«He aquí un primer punto crucial sobre cómo leer poemas: en lo posible, hay que memorizarlos. (…) A las relecturas silenciosas de un poema breve que realmente nos ha tocado debería seguir el recitado en voz alta, hasta que nos descubrimos poseídos por el poema (…). Confiado al recuerdo, el poema nos posee y así podemos leerlo con más atención, que es lo que exige la gran poesía para dar sus recompensas».

Hagamos entonces que los niños memoricen poemas y los reciten en voz alta; no hay mejor ejercicio para el gusto y la memoria. Y sigamos el consejo que el malogrado pensador ruso Pável Florenski (1882-1937) daba a sus hijos en la distancia, desde su prisión siberiana:

«No dejes nunca de leer en voz alta hermosos poemas».

 

P.D. Además de las obras citadas, querría recomendarles dos libros de poesía editados por dos pequeñas editoriales católicas. Uno, un breve pero intenso libro del que ya hablé aquí, Elogio de la niñez, del poeta argentino y amigo José A. Ferrari, editado por Vórtice. El otro, 400 poemas para explicar la fe (selección de poemas religiosos para la catequesis) de Yolanda Obregón y editado por Vita Brevis, una antología de poesía religiosa diferente por la forma en que la autora la presenta, ordenada y en correspondencia con las Sagradas Escrituras, inspiración principal y origen y destino de todos los poemas.

 

10 comentarios

  
Manoletina
Quisiera poner un comentario inteligente, pero después de este genial artículo, cualquier cosa que diga sólo serán pretenciosidades.

Muchas gracias.
16/11/20 10:14 AM
  
África Marteache
He luchado por la pervivencia de la memoria toda mi vida, la he puesto en práctica con mis alumnos de primaria a base de poesías, romances y canciones antiguas que despertaban un gran entusiasmo en las abuelas, las cuales siempre ofrecían alguna variación dependiendo de su lugar de origen. Recuerdo aquel romance que cantaba mi abuela y no lo puedo encontrar en ninguna parte, si alguien lo supiera, le agradecería que lo escribiera. Comenzaba así:
"Fue San Francisco de Borja
aquel Duque de Gandía,
aquel que en España el grande,
le llamaron algún día".
Después recuerdo otras estrofas, pero no el romance completo.
Lo que no está en la memoria no está en ninguna parte, hay dos clases de memoria:
1) La que recuerda sin ayuda.
2) La que recuerda con ayuda (y para eso es importantísimo disponer de otra persona que complete el recuerdo).
Ejercí desde 1970 hasta 2003 y entonces los medios audiovisuales, por lo menos internet -y no digamos nada del móvil y las tablests - no estaban tan adelantados, pero la memoria había caído en desuso totalmente durante todo el periodo en que ejercí. Mis alegatos a favor de la memoria no encontraban eco en mis compañeros y me quedé sola con mis teorías en favor de esa facultad.
Años después, cuando me sumergí en los terribles periodos del S. XX en el que las personas estuvieron esclavizadas (sobre todo en el GULAG soviético) la importancia de la memoria, que aquellas personas habían ejercitado, se hizo patente. Eugenia Ginzburg hizo frente al aislamiento de su celda recitando en voz alta todas las poesías que había aprendido; profesores de literatura sobrevivieron al acoso de los urkis (prisioneros comunes, es decir asesinos y ladrones) por su habilidad para narrar novelas clásicas como "Los Tres Mosqueteros" o "Robinson Crusoe"; sacerdotes ortodoxos o rabinos por recitar la Biblia, etc...
Según Ginzburg los memoriosos tenían más posibilidades de sobrevivir y la pérdida de la memoria era el principio del fin.
16/11/20 10:41 AM
  
África Marteache
Un caso de memoria con ayuda lo cuenta Varlam Shalámov cuando en uno de sus relatos breves narra que un alemán del Volga, antiguo pastor protestante, murmuraba por la noche los nombre de los 12 apóstoles y terminaba siempre con Saulo de Tarso. El que dormía en la litera de arriba, no pudiendo contenerse, le dijo: "Pastor, Saulo no fue un apóstol", a lo que siguió un murmullo y un movimiento continuo del hombre de la litera de abajo. A la mañana siguiente el alemán del Volga parecía haber envejecido diez años y empezaba a hacer cosas raras. El hombre de la litera de arriba sabía lo que significaban esos síntomas y se arrepintió de haber hablado. Cada mañana el pastor parecía estar peor y, cuando ya su compañero auguraba la locura, se encontró que amaneció radiante, se fue hacia él y lo abrazó diciendo: "Gracias, hijo, gracias, me olvidaba de Bartolomé y no me salían los Doce".
Mi hermano y yo reforzamos mutuamente la memoria, yo me acuerdo de algo y eso le refresca a él sus recuerdos; él se acuerda de algo e inmediatamente yo lo comparto. Debió ser la base de la transmisión verbal que ahora ya no se utiliza: los puntales de la memoria no eran las máquinas sino las personas que compartían información.
16/11/20 10:57 AM
  
Scintilla
Sin memoria, ¿cómo rezar, cómo alabar armoniosamente a Dios? Por eso hay que declamar en voz alta, que es como de verdad estremece un poema, al que lo declama y al que lo escucha, y rezar en voz alta. Para luchar contra Dios, contra el beneficio de Dios a los hombres, hay que luchar no sólo contra la razón y la voluntad, hay que destruir la memoria.
16/11/20 2:10 PM
  
África Marteache
Scintilla: Las potencias del alma han sido atacadas con toda la artillería hasta su destrucción: La memoria porque se la ha desterrado; el entendimiento porque se ha creado confusión y la voluntad, que es la única alabada y permitida, porque se ha convertido en capricho. Desmemoriados, confusos y caprichosos estamos maniatados frente al enemigo. La sociedad perfecta para la manipulación.
16/11/20 3:56 PM
  
Scintilla
Y como el entendimiento y la voluntad, África (se me hace difícil no llamarle Palas; África es en mi memoria nombre para una hermosa y desgraciada mujer a la que conocí de joven), a la memoria no la puedes dejar sin objeto. Como el depósito (tesoro la llamaba con gran acierto santo Tomás) que es hay que suministrarle todas esas tonterías a la que tiende el capricho y confusión de nuestra voluntad e intelecto. La lista de los jugadores del Cádiz desde 1899, la canción de moda de la última estrellita. Y con estos bueyes hay que arar. Dios sabrá por qué.
16/11/20 4:43 PM
  
África Marteache
Yo creo que ni siquiera eso. La memoria fragmentada ha ido avanzando y no creo que ya se memorice nada, ni siquiera la lista de los jugadores del Cádiz desde su fundación, porque la memoria tiene un fundamento, que es la repetición, una actividad en desuso y considerada absurda. Cualquier manifestación de eso ya no tiene cabida más que en los concursos televisivos en los que se considera a las personas con una gran memoria una especie de fenómenos. Evidentemente es una facultad que depende de muchas cosas, entre ellas la herencia genética y, sobre todo el interés. La memoria es selectiva y solo almacena aquello que en el a priori del sujeto memorioso resulta interesante, no cualquier cosa.
La burla a la que se ha visto sometido aquel que sabía los afluentes del Tajo, orilla derecha e izquierda, calculaba mentalmente o sabía montones de poesías le ha hecho callarse al no encontrar interés en el resto de las personas y, aún más, al ser considerado pedante.
Yo he visto ponerse muy nerviosas y reaccionar agresivamente a personas solo por hacer en algún momento un alarde memorístico.
La memoria es la facultad que nos ayuda a relacionar y por eso en Budapest al ver en el hotel un cartel informativo en un idioma que no era conocido y, al decirme que habían venido lingüistas y estaban alojados allí, deduje que serían finlandeses.
-¿Y eso por qué?- Me dijo una señora del grupo.
-Porque ese idioma no es germánico ni eslavo, estamos en Budapest y lo más lógico es que sea una convención de estudio de los orígenes comunes del ugro-finés que es, junto al vasco, los únicos idiomas no indoeuropeos.
-¿Qué pasa, que ahora eres lingüista?.
-No, pero puedo memorizar la página del libro de Magisterio en la que se veía el mapa de Europa con sus principales idiomas.
-En Magisterio no se estudiaba eso, yo también soy maestra y nunca lo he estudiado.
Llamamos a la intérprete para preguntarle a qué se refería el cartel y volvió diciendo que era el programa de un grupo de lingüistas finlandeses que habían venido a una convención. A mi compañera le sentó fatal.
Se estudiaba en Magisterio, pero solo es recordado por aquellas personas que están interesadas en el tema y de ahí a hacer una deducción va un paso, deducción que puede ser errónea pero que tiene muchas posibilidades de estar en lo cierto y eso no se perdona.

16/11/20 7:28 PM
  
Y. O. G.
Muchas gracias por recomendar mi libro.
El que cita de Ferrari, del cual mi antología recoge algunos poemas, es excelente.

Por lo demás, muy de acuerdo en todo lo que el post dice acerca de la memoria, especialmente sobre su triste abandono en las aulas.

De nuevo, gracias.
17/11/20 12:05 AM
  
África Marteache
En el caso de la poesía es importante leerla en voz alta porque eso ayuda a darle el tono apropiado. Recuerdo que hace unos cincuenta años todavía había rapsodas, como la argentina Berta Singerman, que fue muy famosa. En España lo hacía muy bien Paco Valladares. Pero los recitales de poesía han caído en picado.
17/11/20 11:48 AM
  
Haddock.
Es regla fundamental de la poesía, que la belleza surge en un segundo tiempo. El primero puede ser un acto anodino, un momento de intimidad con tu amor mientras canta la fuente, la primera vez que tu hija te llama aita,e incluso embellecer un mundo de suyo muy despreciable (léase a Proust). En este segundo tiempo pasado por el alambique de la memoria, descubrimos realidades que estaban ahí y en su momento no supimos apreciarlas. Entonces surge el poema.

También nuestra vida requerirá ese segundo momento, cuando frente a Dios podamos entender el significado de nuestras vidas, y captemos la belleza y el amor que nos acompañó y nosotros no supimos leerlo.

17/11/20 7:46 PM

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