¿Quién falta al respeto a los demás?
Nuestro Señor Jesucristo tenía poco de diplomático especialmente en lo que a engañar al personal se refería. Todo lo que tenía de misericordioso ante el pecador arrepentido, lo tenía de dureza ante embaucadores y manipuladores de los demás. Seguro que recordamos cómo se refería a los fariseos como sepulcros blanqueados y raza de víboras, porque si hay algo que repugna a Dios es que se escandalice a los sencillos y se echen sobre los demás cargas insoportables.
Hay gente experta en el rasgado de vestiduras, aunque no acabo de comprender sí propias o ajenas. Son esos que en cuanto leen cualquier descalificación de alguien claman al cielo por la supuesta falta de caridad de quien lo hace y se escandalizan de que al cura Pepe, la hermana Juana o el teólogo García alguien les diga que están resolviendo sus imperativos físicos fuera de tiesto.

Me gustaron tanto estas dos palabrejas como lo que un amable comentarista ayer me dejaba en el blog: “pretenden hacer creer que los católicos de a pie somos pagolitos y forcaditas que estamos en contra de lo que dicen los obispos.”
Comprendo que para gente como Elena Valenciano la educación esté bien así. Somos la cola de Europa y nuestros niños no saben nada de nada. Mejor, mucho mejor. Porque si nuestros niños y jóvenes hubieran estudiado historia simplemente del siglo XX, sabrían perfectamente que eso de que la democracia la inventó la izquierda es algo más falso que un billete de quince euros. Por eso es mejor que no sepan historia ni geografía, y que dediquen su tiempo a ser adoctrinados en lo buena que es la izquierda y lo mala que es la derecha, y que lo que han de hacer es revolcarse en sus gustos más íntimos como sea y caiga quien caiga.
Joaquina se nos ha dado de baja en las misas. El caso es que sigue acudiendo a la capilla de la adoración perpetua, donde por cierto echa horas. Pero dice que a misa no vuelve, que se ha enfadado con la parroquia y que se acabó. ¿La razón? Que ella no está dispuesta a rezar a un Cristo de espaldas.