Adoración perpetua. Al final, Rafael acabará creyendo
Rafael es básicamente racionalista. Creyente, practicante, comprometido, pero de cabeza cuadriculada. Confía en Dios, no duda de la divina providencia, pero reconoce que en ocasiones le puede su quizá excesiva prudencia. Por eso cuando comenzamos la adoración eucarística perpetua se lanzó a la piscina, colabora en lo que puede, hasta coordina uno de los tramos horarios. Eso sí, mientras consigue que cuadren malamente los horarios, que van cuadrando, no deja de manifestar sus temores: “Hemos conseguido iniciar, pero a ver si la gente no se cansa”. Más adelante: “Ya veremos en semana santa”. Vencido el inicio, superada la semana santa, el temor le llevaba a pensar en junio: “No sé yo si cuando acaben los colegios comenzaremos con problemas”. Pues nada. La capilla sigue. Pero ¡ay amigo! que vienen las vacaciones de verano. A ver qué hacemos… “Nos quedamos solos… será imposible”.

Tengo la impresión de que es un sacramento medio en desuso. Rarísima vez me llaman para administrar la unción a un enfermo. No digamos eso de las urgencias nocturnas. Nada. Pienso que parte, sobre todo en grandes ciudades, se debe a que la gran mayoría de las defunciones se producen en centros hospitalarios y son los capellanes de hospital los que atienden a los enfermos en esos momentos. Pero también influye el rechazo de la familia para que el enfermo “no se asuste”. Seguimos con la idea de que si un enfermo grave ve a un sacerdote se llevará el susto de su vida.
Cada vez están proliferando más. La imagen que mucha gente aún tiene de Cáritas es la de unos cuantos voluntarios de buena voluntad repartiendo bolsas de comida de forma gratuita a quien nada tiene. No ha quedado más remedio que hacerlo y cuando no hay, pues no hay.
Acabo de releer el documento “





