No le habré pillado en la cama...
Pues digo yo que fuera de urgencias como enfermos o catástrofes naturales o humanitarias, qué idea tendrán nuestros feligreses de lo que puede ser un horario prudente de atender el teléfono. Parto, lo he dicho muchas veces, que servidor no apaga el teléfono ni para celebrar misa. En ese caso queda en silencio pero luego se mira por si hay alguna urgencia. Pero… nuestros feligreses son como son y la medida del tiempo no la tienen tomada exactamente. Se les ocurre preguntar algo al señor cura… ¡y ahí te va! ¿La hora? No parece importante.

Dios hace las cosas como quiere. Al igual que el pasado año, los coordinadores de los turnos de adoración en la capilla de la adoración perpetua, gente con su fe justita como un servidor, comienzan a ponerse nerviosos en estos días. Que si uno me dice que va a cenar fuera, que si otro no estará en Madrid, que es que parece que Fulanito este año nos falla… Total, que por qué no somos sensatos alguna vez en nuestra vida y nos planteamos cerrar unas horas la capilla en nochebuena al menos.
Complicado eso de ir recogiendo ovejitas para traerlas al redil de Cristo. Trucos de esos que en dos meses pasan los asistentes a misa dominical de cero a casi infinito, no existen. Ideas geniales para logran conversiones y colas en los confesionarios no conozco. Las cosas como son. Así que uno se dedica a lo de siempre: misas, confesiones, catequesis, su poquito de despacho, Cáritas y a partir de ahí a ver cómo nos las apañamos para conseguir traer gente a Cristo con la parroquia como mediadora, ojo que no a la parroquia como final.
Hay gente que se debe pensar que la liturgia de la Iglesia son rúbricas colocadas al tun tun y que las fórmulas que se emplean no son más que la ocurrencia de un mindundi. Movidos de tan perspicaz apreciación –je- hay gente que no tiene reparo en modificarlas a su antojo convencidos de que su originalidad, profundidad teológica y sentido pastoral sobran para dar sopas con honda a toda la tradición de la Iglesia, desde Agustín a Tomás de Aquino, desde Éfeso al Vaticano II, desde los primeros misales al último de Pablo VI.





