Historias del economato: Paco, María y Javier
Parado de muy larga duración y sin cualificar. Malviviendo de cuatro perras que saca como puede. Un usuario más del economato. Dicen los voluntarios, especialmente las voluntarias, que no conocen a nadie que haga la compra mejor que Javier. Calculando al céntimo y sabiendo lo que necesita, lo importante, sin que se le vaya una moneda en algo que no sea estrictamente necesario.
En estos días, cómo no, hemos puesto a disposición de las familias turrones y dulces navideños. A precio de economato, como debe ser. Los turrones clásicos, jijona y almendra, a un euro la tableta.

Complicado eso de ir recogiendo ovejitas para traerlas al redil de Cristo. Trucos de esos que en dos meses pasan los asistentes a misa dominical de cero a casi infinito, no existen. Ideas geniales para logran conversiones y colas en los confesionarios no conozco. Las cosas como son. Así que uno se dedica a lo de siempre: misas, confesiones, catequesis, su poquito de despacho, Cáritas y a partir de ahí a ver cómo nos las apañamos para conseguir traer gente a Cristo con la parroquia como mediadora, ojo que no a la parroquia como final.
Hay gente que se debe pensar que la liturgia de la Iglesia son rúbricas colocadas al tun tun y que las fórmulas que se emplean no son más que la ocurrencia de un mindundi. Movidos de tan perspicaz apreciación –je- hay gente que no tiene reparo en modificarlas a su antojo convencidos de que su originalidad, profundidad teológica y sentido pastoral sobran para dar sopas con honda a toda la tradición de la Iglesia, desde Agustín a Tomás de Aquino, desde Éfeso al Vaticano II, desde los primeros misales al último de Pablo VI.
Don Jesús era como era. Siempre hizo lo que le dio la gana y de simpático lo justo. Relación con la gente del pueblo, la imprescindible. Llegaba con su coche a la puerta de la iglesia sin demasiado tiempo, bajar, misa, algún aviso y punto y final. Con Rafaela, Joaquina y ese pequeño grupo apenas lo justo por la cosa de que no queda más remedio que aguantar a las que, en definitiva, son las únicas capaces de echar una mano. Pues vale. Tampoco Rafaela pide milagros.
La gente de nuestras parroquias es más buena que el pan, tanto que se fía de nosotros los curas sin ningún tipo de espíritu crítico, aunque afortunadamente algo van espabilando. Quien más y quien menos al llegar a una parroquia se ha encontrado con un pequeño coro formado por gente de buena voluntad que, a falta de otras posibilidades, y nula formación o expresa deformación, se dedica a “amenizar” las misas entre kumbayás, palacagüinas, batir palmas, adaptaciones músico-literario-gestuales y simpáticas canciones que igual podían haberse entonado en un congreso de dentistas.