El silencio del miedo
No sé si es virtud o defecto, según a quien se pregunte, pero tengo que reconocer que en un servidor se dan dos características de la personalidad de manera notable. La primera es que he de reconocer que uno para diplomático no sirve. Conozco gente capaz de acomodarse, disimular, sonreír a todo el mundo, quedar bien con todos, saber decir a cada uno y en cada situación lo que conviene y desean escuchar. Soy incapaz. No me sale. Lo que me gusta, me gusta, lo que no es no y lo de según, pues según queda. Ni sé disimular ni lo intento.
La segunda cosa que me pasa es que tengo por costumbre, vicio o manía decir exactamente lo que pienso de cada cosa. Lo he hecho siempre.
Ya digo que todo es matizable. Decir con claridad lo que uno piensa, procurando, eso sí, unir claridad y caridad, puede ser virtud de sinceridad o vicio de imprudencia. Ser claro y no disimular es transparencia según unos o ganas de tocar las narices, según otros.


El otro día, tras afirmar que no sabía de qué escribir, varios lectores me dieron sus opiniones y fueron amables hasta el punto de que me sugirieron varias posibilidades. Una, la de contar cómo se espera la semana santa por estos pueblos, entre otras cosas por si alguien se anima a acompañarnos en estos días.
¿Y entonces por qué lo haces? Pues por varias razones:
Que es que ustedes solo hablan de cosas malas de la Iglesia, que ya está bien. Pobres de nosotros, si estamos locos por contar lo bueno y hasta hacemos esfuerzos, pero reconozcan mis lectores que no siempre nos lo ponen fácil.





