El cestillo de las medicinas
Esta mañana, a la hora del desayuno, me he fijado en el cestillo de las medicinas que ocupa un lugar estable en la cocina de la casa parroquial. He vuelto la vista atrás, mucho más atrás, y pensaba que un servidor, hace años, no sabía qué era eso. Lo más que había en casa era una caja de aspirinas para el caso de algún dolorcillo de cabeza o un catarro imprevisto, alcohol, agua oxigenada, tiritas y mercromina y ya.
Una de las cosas que cada día me recuerda que voy cumpliendo años y que ya soy un pensionista, es ese cestillo de medicamentos tenazmente empeñados en volverme a la realidad por más que me empeñe en decir que me sigo sintiendo joven por dentro. Sí. Todo lo que quiera, pero las pastillitas que no falten.

Aquí el que no se consuela es porque no quiere. Los hay emocionados por el proceso sinodal en España. Hacen bien. Las emociones son libres. Los ridículos, también.
He vuelto feliz de Santa María de Refet. Socio tanto o más que yo. Volveremos.
Algún día me cansaré de hablar del sínodo, pero hasta ahora no es el caso.