Esto me pasó ayer en el confesionario
Ayer domingo por la mañana. Estoy en el confesionario. Una persona se arrodilla y comienza a llorar. Un llanto que acongoja el alma. Yo permanezco en silencio. Hay lágrimas y lagrimas. Las hay de emoción, de alegría, de arrepentimiento, de desesperación, de horror. Las de ayer eran mansas, serenas, hondas, de esas que salen de las entrañas más profundas.
Padre… años y años sin confesarme. Años y años lejos de Dios y de la Iglesia. Supe que habían abierto una capilla de adoración perpetua y vine un día por curiosidad. He vuelto más veces y no puedo más. No puedo mirarle estando así. Por eso estoy aquí…
No puedo añadir más.

Son las cuatro de la mañana. Llevo en la capilla de la adoración perpetua desde las tres. Es mi turno de cada domingo: de tres a seis de la madrugada. Feliz turno. Mi compañero y yo nos habíamos ofrecido una noche cada uno y finalmente sólo ha sido necesario pasar una noche entre los dos.
Antes de nada decir que reconozco que en esto de los niños pequeños en misa hay curas y curas, pero también hay niños y niños, y sobre todo hay padres y padres.
Hace unas semanas me llegó la invitación para participar en uno de los programas de “Cuarto milenio”, que emite la “Cuatro” y que se dedica al ocultismo, los enigmas y las cosas raras. La razón es que querían hablar de unas supuestas brujas de mi pueblo, Miraflores de la Sierra, sobre las cuales un servidor había publicado alguna cosa. Evidentemente que dije que no. Soy poco dado a medios de comunicación y si encima es para hablar de ocultismo, sacar la inquisición, explotar el morbo y vivir de montar enigmas pues más a mi favor.