Confesarse uno para que la Iglesia mejore
El cura Paco, siempre fue Paco para los compañeros, mantuvo siempre su pequeño ten con ten con su madre la Iglesia. No recuerdo cura más fraterno con los curas, ni hombre que quisiera más a su Iglesia. Quizá por eso sufría tanto.
Se ordenó allá por los sesenta, con su sotana como estaba mandado. Tras el concilio se embarcó gozoso en lo que comprendió como la necesidad de “aggiornamento”. Siempre parroquias poco cómodas. Pasó de la sotana a la camisa según entendió que había que hacer en aquel momento. Me decía hace años ¿tú crees que deberíamos volver otra vez a la sotana?
Pasó momentos difíciles. Vital, entusiasta, visceral en ocasiones, cada documento, cada declaración, cada gesto lo estudiaba, analizaba, intentaba vivirlo… aunque algunas cosas le hacían chirriar y le rasgaban el alma. No voy a decir qué cosas concretas, pero a veces nos decía: “si lo dice la Iglesia será así, pero yo no entiendo nada, a mí me parece una barbaridad, un disparate”. Ya. ¿Y qué hacemos?

Nos quejamos de que en demasiadas ocasiones apenas viene gente a las convocatorias parroquiales. Sin embargo hoy he de decir que me alegro de que a algunas llamadas no aparezca nadie o casi nadie. Mucho mejor.
Tengo el mejor de los recuerdos de monseñor
Ayer mismo. Y que me perdone si cuento su historia, pero como me imagino que no me va a leer, y además cambio su nombre, pues todos felices. De todos modos, si alguien llegara a identificarla, tampoco pasa nada.