Liturgia: lo mínimo, lo bueno, lo óptimo y lo posible
En la liturgia, como en tantas cosas de la vida de la Iglesia, hay que saber distinguir entre lo mínimo, lo bueno, lo óptimo y lo posible. Lo mínimo es celebrar según mandan las rúbricas. Qué menos. Lo bueno, poder disponer de algo más como lectores que sepan su oficio, monitor si es necesario, algo de canto, acólitos.
Ayer estuve en la catedral de la Almudena en la misa que presidió el señor cardenal. Así cualquiera. Un cardenal, concelebrando un obispo, varios vicarios episcopales y unos cuantos sacerdotes. Diácono, varios acólitos, maestro de ceremonias, ayudante del maestro, religiosas, laicos contratados al servicio de la catedral, imponente órgano de tubos, organista, señora solista excelente por cierto animando el canto. Insisto: así cualquiera. Pero eso sí, en la catedral.


Es igual lo que se diga ni lo que suceda en realidad. Hay gente que sigue estando convencida de que a los curas nos paga el estado y de que la iglesia vive de los presupuestos generales del ídem. Pues me gustaría, una vez más, explicar estas cosas, partiendo de lo que uno escucha en los medios de comunicación y a bastante gente todavía. Voy a hacerlo tratando de explicarlo frase a frase, sabiendo que al que ha decidido que la Iglesia vive del Estado le da todo lo mismo, lo ha decidido y punto y le dan igual los datos.
No. No es que nos estamos volviendo tontos. Al revés, somos demasiado listos, por eso la libertad de expresión, el respeto a las ideas ajenas, la tolerancia, el diálogo y todas esas cosas, son siempre para los mismos.
Al final parece que lo que proclamó Manuel Azaña el año 1931, que “España ha dejado de ser católica” se está convirtiendo en realidad. Ahora no tanto por la vía de la violencia, la quema de iglesias y los ataques a los católicos, que estos últimos ciertamente se están dando, sino más bien a través de esa “apostasía silenciosa” que ha conseguido ofrecer un catolicismo nominal sin implicaciones éticas.





