Señores curas párrocos: más flexibles en lo de la territorialidad de la parroquia
Los curas párrocos solemos ser bastante celosos de lo que antes se llamaban “derechos parroquiales”. Cada parroquia tiene asignado un territorio geográfico concreto y de siempre se ha reivindicado que ciertas cosas, especialmente bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, bodas, entierros y funerales, se celebraran en la parroquia propia del sujeto para el que se solicitaba el servicio.
Es decir, si usted vive en la calle Pepito Pérez, 57 y esa dirección corresponde a la parroquia de San Apapucio, eso quiere decir que el expediente matrimonial, su boda, el bautizo del niño, la comunión de la niña, la confirmación del mozalbete y el funeral de la abuela que vive con ustedes, todo eso ha de celebrarse en la susodicha parroquia.

Cuando estamos esperando la llegada a España de Miguel Pajares, religioso de San Juan de Dios, es asqueroso lo que en las redes sociales se vomita contra esta decisión y la persona misma del religioso. Cuánta bajeza moral, cuánto hijo de mala madre, cuanta mierda puede caber en las mentes de algunas personas.
Para los que no lo saben, la tirilla es ese pedacito de plástico blanco, o material similar, que nos colocamos los sacerdotes en la camisa negra para dejar constancia de nuestra condición de tales. No es especialmente cómoda ni incómoda. Te acostumbras como el ejecutivo a la corbata y punto final. No sé cuántas tengo. Te las regalan con cada camisa.
Nada que nos deba extrañar. Cuando las cosas se desmadran, se salen de lo previsto, y se transforman en lo que jamás se pensó, normal que alguien diga algo. Lo del rito de la paz, especialmente en celebraciones “especiales” (bodas, comuniones, funerales) se había convertido en un jolgorio de no te menees. Llegaba el momento de la paz y se montaba una como si acabáramos de ver llegar a los tíos de América después de cuarenta años. No era normal.





