Noticia de última hora: parece que fui miembro de la familia Monster
No raro, sino más raro que un perro azul marino con lunares de lentejuelas. Ese debo ser yo. Tuve y tengo la suerte de una familia amplia de esas de padres casados por la iglesia, creyentes y practicantes, hermanos con los que nos hemos peleado de chicos lo que nos dio la gana, abuelos, tíos, primos…
Familia de veinte, treinta… en nochebuena y cuando hiciera falta, donde nadie quedaba solo, la abuela, los tíos sin hijos, y el primo Manolo que había aparecido por el pueblo. Familia de bulla, jaleo, alboroto, risas, discrepancias, bromas.
Como es natural nos hemos ido disgregando, pero mira que nos sabemos familia, y cuando se casa el hijo del primo Fulanito a quinientos kilómetros, allí nos presentamos o se vienen los primos desde no sé dónde porque ha fallecido la tía.


Pues digo yo que fuera de urgencias como enfermos o catástrofes naturales o humanitarias, qué idea tendrán nuestros feligreses de lo que puede ser un horario prudente de atender el teléfono. Parto, lo he dicho muchas veces, que servidor no apaga el teléfono ni para celebrar misa. En ese caso queda en silencio pero luego se mira por si hay alguna urgencia. Pero… nuestros feligreses son como son y la medida del tiempo no la tienen tomada exactamente. Se les ocurre preguntar algo al señor cura… ¡y ahí te va! ¿La hora? No parece importante.
Dios hace las cosas como quiere. Al igual que el pasado año, los coordinadores de los turnos de adoración en la capilla de la adoración perpetua, gente con su fe justita como un servidor, comienzan a ponerse nerviosos en estos días. Que si uno me dice que va a cenar fuera, que si otro no estará en Madrid, que es que parece que Fulanito este año nos falla… Total, que por qué no somos sensatos alguna vez en nuestra vida y nos planteamos cerrar unas horas la capilla en nochebuena al menos.