La capilla de adoración perpetua en nochebuena
Dios hace las cosas como quiere. Al igual que el pasado año, los coordinadores de los turnos de adoración en la capilla de la adoración perpetua, gente con su fe justita como un servidor, comienzan a ponerse nerviosos en estos días. Que si uno me dice que va a cenar fuera, que si otro no estará en Madrid, que es que parece que Fulanito este año nos falla… Total, que por qué no somos sensatos alguna vez en nuestra vida y nos planteamos cerrar unas horas la capilla en nochebuena al menos.
Lo mío no sé si es por fe o por tesón, cosas de los serranos que como hemos nacido y nos hemos criado entre piedras berroqueñas somos así de brutotes, pero ya les he dicho que de cerrar la capilla nada de nada. Aún recuerdo el pasado año cuando, ante un posible aviso de cierre en nochebuena, alguien colocó un espectacular ¡ni hablar! Tampoco olvidaré la nochevieja, en la que un servidor, brutico y algo escaso de fe, decidió que si no había nadie habría al menos un cura rezando a las doce de la noche. Je… un cura y otros seis más.

Complicado eso de ir recogiendo ovejitas para traerlas al redil de Cristo. Trucos de esos que en dos meses pasan los asistentes a misa dominical de cero a casi infinito, no existen. Ideas geniales para logran conversiones y colas en los confesionarios no conozco. Las cosas como son. Así que uno se dedica a lo de siempre: misas, confesiones, catequesis, su poquito de despacho, Cáritas y a partir de ahí a ver cómo nos las apañamos para conseguir traer gente a Cristo con la parroquia como mediadora, ojo que no a la parroquia como final.
Hay gente que se debe pensar que la liturgia de la Iglesia son rúbricas colocadas al tun tun y que las fórmulas que se emplean no son más que la ocurrencia de un mindundi. Movidos de tan perspicaz apreciación –je- hay gente que no tiene reparo en modificarlas a su antojo convencidos de que su originalidad, profundidad teológica y sentido pastoral sobran para dar sopas con honda a toda la tradición de la Iglesia, desde Agustín a Tomás de Aquino, desde Éfeso al Vaticano II, desde los primeros misales al último de Pablo VI.
Don Jesús era como era. Siempre hizo lo que le dio la gana y de simpático lo justo. Relación con la gente del pueblo, la imprescindible. Llegaba con su coche a la puerta de la iglesia sin demasiado tiempo, bajar, misa, algún aviso y punto y final. Con Rafaela, Joaquina y ese pequeño grupo apenas lo justo por la cosa de que no queda más remedio que aguantar a las que, en definitiva, son las únicas capaces de echar una mano. Pues vale. Tampoco Rafaela pide milagros.