El escándalo de la libertad de expresión
Un completo escándalo, o al menos es lo que piensa gente otrora tan imprescindible como José María Castillo. Bueno, José María Castillo y bastante gente más.
Sigue coleando el asunto del sínodo sobre la familia y lo que te rondaré morena. La impresión que tenemos muchos es que aquello, la primera parte, fue un cachondeo de padre y muy señor mío y una manipulación de voluntades como no se había visto en mucho tiempo. No lo digo yo, lo dice muchísima gente.
En el inicio del sínodo el papa Francisco, siguiendo su tónica habitual, pidió a todos los sinodales que hablasen sin temor y que no dejasen nada por expresar. Más aún, como preparación del sínodo de la familia, se lanzaron a toda la catolicidad una serie de preguntas con la supuesta sana intención de recabar opiniones, sugerencias e informaciones de todo el mundo. Es decir, que queremos saber su opinión, señores.


Pues digo yo que fuera de urgencias como enfermos o catástrofes naturales o humanitarias, qué idea tendrán nuestros feligreses de lo que puede ser un horario prudente de atender el teléfono. Parto, lo he dicho muchas veces, que servidor no apaga el teléfono ni para celebrar misa. En ese caso queda en silencio pero luego se mira por si hay alguna urgencia. Pero… nuestros feligreses son como son y la medida del tiempo no la tienen tomada exactamente. Se les ocurre preguntar algo al señor cura… ¡y ahí te va! ¿La hora? No parece importante.