Historias de la capilla de adoración perpetua: me llevo el mocho
Acudir cada día y cada noche a la capilla de adoración perpetua no nos libra de manías personales ni es antídoto frente a las pequeñeces humanas. Anoche tuvimos reunión de coordinadores de turnos de adoración y la verdad es que fue una reunión interesante, provechosa y, sobre todo, divertida. ¡Ay Señor, qué cosas nos pasan a los humanos! Tantas las anécdotas, tantas las curiosidades que les dije: “mañana tengo que escribir alguna en el blog”.
Los protagonistas son adoradores, gente extraordinaria, buena donde la haya, enamorados del Santísimo, y que todo lo que les pasa es a base de buena voluntad, generosidad y amor a la Eucaristía. Pero es que tenemos a veces unas ocurrencias… Les cuento tres o cuatro anécdotas de estos últimos días.

En marzo escribí un post que titulé 
El cuarto, ya saben: “honrar padre y madre”. Cuando fallecen, gente hay que dice eso de que “ya hicimos todo lo que había que hacer”. No es así. Cuando fallecen ha terminado una parte de nuestras obligaciones hacia ellos, y si quieren no la más fundamental. Seguimos teniendo obligaciones, no pequeñas, y para siempre.
Prometo solemnemente que todo lo que cuento es real y en parejas que habían asistido a las catequesis bautismales.





