Yo me solidarizo con Santiago Martín
Acabo de leer la carta abierta que el sacerdote Christopher Hartley Sartorius, diocesano de Toledo y actualmente misionero en Etiopía, acaba de dirigir públicamente a Santiago Martín. En ella, entre otras cosas, dice: “Te escribo también con verdadera tristeza, al constatar, al paso de los días, que ni un solo hermano de tu presbiterio diocesano, ha tenido el valor de dar público testimonio de su solidaridad contigo. Al menos en las pocas páginas digitales que tengo oportunidad de consultar, no veo que nadie, ni un solo sacerdote de Madrid, con su nombre y apellidos y por escrito, haya tenido el valor de salir en tu defensa”.

Los que veranean y tienen vacaciones son los ricos. Los pobres ni vacaciones, ni dejar la ciudad, ni salir del barrio. Por eso, en verano, y especialmente en agosto, en las parroquias y demás instituciones eclesiales, no solo habría que mantener servicios, sino, si me apuran, incluso aumentarlos y mimarlos, porque son los servicios de los pobres y los débiles.
Mantener un blog para escribir cada mañana que Dios es bueno, que es un gozo saludar la novedad novedosa de la creación en el amanecer cotidiano, que la solidaridad con el hermano nos hace libres, que la misericordia ha de guiar nuestros pasos y que es necesario apostar por la libertad y la creatividad en el seguimiento de Cristo, no solo es inútil, es una gilipulluá y, peor aún, un engañabobos que puede hacer creer a la gente que el camino de Cristo es algo así como una comuna hippie rediviva que se abraza entre “Imagine” y “Yo tengo un amigo que me ama”.
Parece ser que con el rey Fernando III, el santo, san Fernando, hubo un lugarteniente llamado Alonso Guadalix y que él solito acabó con cinco moros. De ahí que el escudo del apellido Guadalix vaya orlado con cinco cabezas de moro, las mismas que cortó en su día don Alonso.