De cuando Rafaela y Joaquina se quedaron in puribus
He manifestado en múltiples ocasiones mi debilidad por la religiosidad popular. Despreciada durante muchos años por considerarse floja, pobre, poco ilustrada, se pretendió reemplazar por algo mucho más serio, formativo, profundo. Decisión completamente antievangélica, por cierto, que olvidaba que Dios se manifiesta a los sencillos y se carcajea de los soberbios.
La religiosidad de Rafaela y Joaquina se nos hacía demasiado infantil y del todo prescindible, mientras que las paraliturgias de sor Purificación, Puri para la comunidad, las reflexiones de Manolo y los nuevos poemas de Tagore y Coelho el summum de la modernidad y la profundidad evangélica.
Seamos claros. Rafaela, Joaquina y toda su gente quedaron desnudas. Una fe, religiosidad si quieren que dirían los espabilados, compuesta de oraciones, novenas, signos, rezos que iban impregnando de fe el día a día de la gente, despreciada. A cambio, realmente la nada.


Hay que ver lo que se aprende en los pueblos, aunque sea a través de refranes y dichos o quizá precisamente gracias, en parte, a ellos. Por ejemplo, eso de que “si el cura anda a peces, cómo andarán los feligreses”. Se entiende a la primera. Es decir, si los mismos curas no nos tomamos en serio las cosas, qué podemos pedir a nuestros feligreses.