El dinero de la iglesia es para evangelizar y ayudar a los pobres
“El dinero público no es de nadie”. La frase la pronunció en su momento Carmen Calvo, que fue ministra de cultura y secretaria de igualdad con el PSOE. También eso nos lo debemos pensar en la Iglesia, que el dinero no es de nadie y por tanto los administradores podemos hacer con él básicamente lo que nos dé la gana.
Tenemos sobre la mesa el asunto de los abusos y las multimillonarias indemnizaciones que se están pagando a las víctimas de las que se hace responsable subsidiaria a la iglesia a través de las respectivas diócesis. Pues bien, hace no mucho algunos fieles se mostraban indignados con el hecho de que las limosnas que con generosidad y sacrificio entregan para el anuncio del evangelio y la ayuda a los pobres se estén empleando en indemnizaciones a víctimas de las tropelías de sacerdotes, obispos y hasta algún cardenal. Dicen, y no les falta razón, que es muy sencillo agarrar el cepillo de las limosnas y dedicarse a reparar entuertos. Malversación de fondos llegan a llamarlo.

Somos país de misión le pese a quien le pese. Tan de misión que en España, nuestra España, no se bautizan ni la mitad de los niños nacidos. Tan de misión que los mismos católicos no conocen prácticamente nada de la doctrina, reducida en muchiiiiiiisimos casos a que Jesucristo era un revolucionario, que hay que compartir y que lo del sexo ya no es pecado.
Lo mejor y más peculiar de este blog consiste en el hecho de que se va constituyendo en algo así como parroquia virtual, de modo que los lectores no solo leen y comentan, que es su función principal, sino que, especialmente desde que comencé mi ministerio pastoral en estos tres pueblitos de la sierra madrileña, se han convertido en feligreses a distancia que conocen, sienten y aman las tres parroquias, participan de su vida espiritual desde una entrañable comunión de los santos a la que aportan sus oraciones y sacrificios, y hasta de cuando en cuando se pasan por los pueblos para vivir en vivo y en directo la fe con estas buenas gentes.
Cada cual es dueño de tener sus devociones especiales. Mis debilidades dentro de la corte celestial se las llevan San Isidro y San José.
Es pregunta que me hacen de vez en cuando, entre otros, algunos compañeros sacerdotes. Viene, yo creo, esta pregunta, porque estamos contagiados de una mentalidad mundana según la cual todo se valora en clave de eficacia, y de una mentalidad eclesiástica inclinada a valorar el trabajo del sacerdote en clave de misas, confesiones, reuniones, papeles, asambleas, coordinaciones y mucha puesta en común. Con estas claves, evidentemente no es fácil comprender el trabajo pastoral en pueblos de pocos habitantes.