Memeces coronavíricas
Cuando se nos va la olla, se nos va del todo. O al menos yo lo veo así.
No sé los días que llevamos con el coronavirus de las narices o masculinas zonas más abajo. Que será muy serio, que yo no digo que no lo sea, pero no me negarán que nos ha venido muy bien para que no se hable de otras cosas, especialmente en la televisión, que es la casi única fuente de información para un buen número de españolitos de a pie. Tanto hay que hablar del virus este que no queda tiempo ni para economía, lo de la ministra de Venezuela, la mesa de negociación con los catalanes, la excarcelación de los del proceso ese o la última ocurrencia de Podemos.
Las bobadas por lo civil me superan. Me encocoran las que vienen por lo eclesiástico.

Cosas de uno que jamás había contado, pero sí, ya ven, me encantaría ser abadesa del Monasterio de las Huelgas de Burgos.
En nuestros pequeños pueblos serranos la fe se ha mantenido, más que con reuniones y grupos, que también hubo algo, por ejemplo hermandades y cofradías, a base de ir marcando la vida con las cosas de la fe. Los domingos, por supuesto. Además, santos y fiestas litúrgicas.
No es que Rafaela y D. Jesús hayan hecho las paces. En realidad tampoco lo necesitan. Se quieren, se respetan, se aprecian y mucho, lo que no es óbice para que Rafaela, que jamás tuvo pelos en la lengua, diga siempre lo que piensa. Ella tiene su formación elemental, la de la señorita Asunción y D. Pedro, el sacerdote, a base de Astete, y a partir de ahí todo es claridad.
Mal negocio. Mal negocio en el que se cae con demasiada frecuencia. Lo podemos contemplar sobre todo en la liturgia. Cuántas misas disparatadas, cuantas morcillas en cualquier momento, qué celebraciones tan improvisadas y supuestamente tan maravillosas, campechanotas y chachi guay. Es que, sabes, a le gente no le gustan esas misas tan serias, lo que a la gente le gusta son misas más cercanas, más participadas, más alegres… Ya. Tan participadas que dice el celebrante “El Señor esté con vosotros” y no responde nadie.





