Gracia y privilegio de ser cura de aldea
Hace unas semanas, preparando los ejercicios espirituales que dirigí a un grupo de sacerdotes de la diócesis de Lugo, pregunté al delegado de clero, D. Miguel Asorey, si estaba interesado en que planteara alguna cosa especial, algún tema que pudiera parecer interesante o necesario para los sacerdotes que pudieran acudir. D. Miguel solo me pidió una cosa: aquí, me dijo, prácticamente todos somos párrocos de pueblos y aldeas y a veces nos cansamos. Necesitamos que nos animes…
A raíz de esta sugerencia, ofrecí a los sacerdotes una meditación que, precisamente, llevaba este título y en la que quise compartir con ellos la gracia y el privilegio que supone ser cura de aldea. Siempre lo intuí, pero desde que me he convertido en cura más que de pueblo de aldea (de hecho, en el pueblo en el que vivo apenas llegamos a los cincuenta habitantes en invierno) cada día experimento con mayor abundancia la gracia y el privilegio que supone ser cura de aldea. Bendito sea Dios.

Estamos llegando a un momento en que eso de desayunarnos cada día con una sorpresa se nos queda corto. Qué digo desayunar. Esto parece la medicación del crónico: sorpresa con desayuno, comida y cena, susto con el aperitivo y pasmo en la merienda. Lo de nuestra santa madre Iglesia es un sin vivir.
El señor Mariano, aunque jamás lo reconocerá, hace tiempo que dejó de ser católico. Es verdad que de niño aprendió el catecismo y hasta se planteó una posible vocación sacerdotal. Fue un hombre piadoso, de misa dominical, confesión alguna vez y sus rezos de siempre. Es decir, que era un hombre católico. Pecador, sí, pero católico.
Ya tocaba alguna alegría y de las gordas. Son ya unos cuantos años en los que las palabras que nos van marcando son algo así como “bueno”, “depende”, “hay que matizar”, las circunstancias”, “la acogida”, “no hay que ser inflexible”. Todo esto, que en principio podría hacerse pasar por prueba de madurez, caridad constante y profundidad evangélica, no es más que una bajada de pantalones o subida de sotanas que claudican ante el más burdo relativismo presentado como el no va más de la evolución católica personal. Somos tan católicos, tan maduros, tan evangélicos y tan misericordiosos, que hemos llegado a la conclusión de que todo depende.
Ayer me enteré de que el señor ministro del interior, Fernando Grande Marlaska, ha notificado a la entidad HazteOír el acta de revocación de la declaración de Utilidad Pública. La razón es que fletar un bus, con su dinero, por cierto, proclamando que los niños tienen pene y las niñas vulva es altamente ofensivo y va contra la dignidad de ciertos colectivos.





