Sembrar gominolas
Estábamos en cierta ocasión un grupo de sacerdotes reflexionando sobre la parábola del sembrador que leeremos en la liturgia de este domingo. La conclusión era que tenemos que sembrar, sembrar y sembrar, hartarnos de esparcir la semilla, y que luego ya sabemos que los frutos serán más bien escasos, o incluso, muchas veces, aparentemente estériles. Quién sabe, repetía una vez un buen sacerdote, si los frutos los recogerán otros dentro de mucho tiempo. Como ven, nada original.
Hasta que uno tomó la palabra y exclamó: el problema es que, a lo mejor, en lugar de sembrar la Palabra, estamos sembrando gominolas.

He oído la historia varias veces, aunque sin demasiadas concreciones. En resumidas cuentas, era más o menos de este tenor:
Llevo tiempo diciendo que se nos ha ido la olla. Espero que sea solo eso. Pero es que ves y lees unas cosas que no sabes si reír, llorar, patalear o directamente cachondearte.
Y cada vez más. Pues si los “jefes” nos explican que Dios, que Cristo no nos hacen falta, que la doctrina de la Iglesia es del todo irrelevante, ya podemos dedicarnos a otra cosa y lo que tiene que hacer nuestra gente es olvidarse de cosas caducas como el pecado, la conversión, la oración o la gracia para apuntarnos a cualquier ONG laica y reducir el mensaje de salvación a puro altruismo y el cielo a un paraiso en la tierra ¿de qué me sonará a mí esto?





