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23.03.23

Nueve meses antes de Cristo

Hace más de 20 años escuché una homilía de esas que te dejan huella.
El sacerdote (un hombre profundamente espiritual) habló de una idea que te hace entrever “algo” de Dios (dicho sea con todo lujo de comillas por el alcance de lo que esta afirmación puede significar).  

Entresaco algunas frases de las que dijo:

“Soy más devoto de la fiesta de la Encarnación, que de la Navidad. Y es lógico: lo que importa es que Dios se encarne en un ser humano, pues después, que naciera (…) es un acontecimiento natural. Aunque a nuestra mente le parezca el Nacimiento algo más asequible, siempre debemos considerar que lo trascendente es la Encarnación.

Lo importante es pensar que Dios se ha dignado hacerse hombre, no que haya nacido en un pesebre…  pues lo primero es mucho más sobrecogedor e infinitamente superior. Y esto constituye un hecho tan inaudito que la mente humana se niega a creerlo”

Y es que toda persona que se plantea en profundidad el Cristianismo se topa y tiene que luchar intelectualmente contra su propia incredulidad: que el Infinito se hace hombre. Se encarna.

Llevamos más de veinte siglos conociendo esto. Pero no creo que nadie inteligente pueda evitar la gran dificultad de admitirlo y se percate de lo que le falta todavía para creer, de verdad, el hecho de la Encarnación de Dios.
 
Ojalá una idea así nos ayude a profundizar, ahora que se acerca el 25 de marzo, en esta increíble realidad ocurrida nueve meses antes del nacimiento de Cristo.


 

12.03.23

La buena samaritana

Herodes, instigado por su amante, metió en la cárcel a San Juan. Había entonces el peligro de que hiciera lo mismo con Jesús, que se estaba haciendo tan o más famoso que el Bautista, por lo que el Señor y su grupo regresaron a Galilea y con tanta prisa, que para tomar el camino más corto no dudaron en atravesar Samaria, cosa que los judíos, enemistados con los samaritanos a los que consideraban unos herejes, hacían solo muy obligados.

Al llegar cerca de Sicar, que tiene un pozo, los discípulos fueron al pueblo a buscar provisiones (era mediodía) y Jesús se quedó solo. Apareció una mujer que, después de lanzar una mirada recelosa al desconocido, sacó agua. Entonces el Señor le pidió que le diera de beber. Sorpresa de la samaritana que sabía que los judíos (y aquel hombre por su manera de vestir se veía que lo era) despreciaban a los samaritanos y no querían tener trato con ellos. Y desenvuelta como era (la vida que llevaba no era para menos) le preguntó descarada:

   ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?
(Jn 4, 9). 

Jesús le contestó que si ella supiera quién era él, sería ella la que le pidiera de beber.

Asombrada, replicó que si no tenía pozal, cómo le iba a dar de beber. Jesús le respondió:

Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna (Jn 4, 13-14).

La mujer, que debía sentirse atraída por el desconocido, le pidió, ingenuamente, que le diera de esa agua y así no tendría el trabajo de venir al pozo.

A su vez, Jesús, sonriendo tal vez ante su candidez, le hizo una jugarreta:

Vete, llama a tu marido y vuelve acá (Jn 4, 16).

La mujer disimuló:

 No tengo marido

Jesús le dice:

Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad (Jn 4, 17-18).

Debió ruborizarse al verse descubierta, pero era mujer de recursos y desvió la conversación planteando un problema religioso:

Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar (Jn 4, 19-20).

Si empezó la frase como una medida estratégica, la debió terminar fijando una mirada de sincero interés en su interlocutor. Por eso Jesús le explicó que los judíos tienen la razón pero que ha llegado la hora de adorar en espíritu y verdad al Padre. La samaritana, que debía escucharle con extraordinaria atención, quiso aportar su granito de arena:

Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo (Jn 4, 25).

Viendo Jesús que aquella mujer era una descarriada pero no mala, le trasmitió, más que le dijo, el hecho extraordinario:

Yo soy, el que te está hablando (Jn 4, 26).

Antes de que se repusiera de su sorpresa llegaron los discípulos, y ella, abandonando el cántaro, corrió, llena de admiración, a contar a los hombres lo que le había sucedido, y preguntando ¿será este el Cristo?

Contagiados por el entusiasmo de la mujer, muchos samaritanos fueron a ver a Jesús, y creyeron, y le rogaron que se quedara con ellos. El Señor estuvo dos días, y los buenos lugareños decían a la mujer:

Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo (Jn 4, 42).

Se oye decir neciamente en nuestros días que Cristo es amigo de los pecadores, pero este relato de la samaritana nos hace conocer lo que falta en la frase: amigo de los pecadores que se arrepienten. ¿Es que Jesús era amigo de Herodes, de Pilatos, de los fariseos, del Mal Ladrón…? En cambio sí lo fue del Buen Ladrón, de San Pedro, de Zaqueo, de San Mateo…; y, como hemos visto, de esta gran, pero arrepentida, pecadora. Y tanto, que hasta llevó a sus paisanos a Cristo.

(fragmento del libro “El Evangelio vivido”, del padre Miguel de Bernabé. Buenas letras, 2017)

2.02.23

Centenario del padre Miguel de Bernabé, fundador del Gardendal y formador de seglares

Con ocasión de la clausura del centenario del nacimiento del padre Miguel de Bernabé (1922-2022), fundador del Gardendal y formador de seglares, entrevistamos a Jaime Cidoncha López, ingeniero naval, presidente del Gardendal y de la Fundación Padre Miguel de Bernabé. Muy cercano colaborador del mismo durante casi cincuenta años es un profundo conocedor de su vida y su obra.

Quizá, para muchos lectores, la primera pregunta debería ser quién fue el padre Miguel de Bernabé.

Fue un sacerdote (de la diócesis de Cádiz) que, como él mismo dice en sus memorias, tras su ordenación, se dio cuenta de lo mal preparado que estaba para orientar a quien se acercaba a él buscando guía para ser un cristiano santo, a no ser llevándolo por el camino del consagrado: sacerdocio o votos. Intuía que eso no podía ser así, y que la instrucción y la praxis de los católicos seglares no podía ser una adaptación de la monástica, y buscó respuestas, pero no las encontró convincentes. A la vista de ello, junto con el grupo de jóvenes que ya le rodeaban, para paliar esa carencia, inició una búsqueda que ha durado toda su vida. Paralelamente, estudió los males de la Iglesia a fin de encontrarles solución. Sus trabajos en esta doble búsqueda han dado resultados de un valor extraordinario.

El padre Miguel de Bernabé y el presidente de la fundación en 2003


¿Qué rasgos destacaría de él?

Era un hombre de extraordinaria calidad humana, de vida austera y sencilla, con una elegancia innata, delicado, muy alegre y muy sensible a la belleza y a lo espiritual. Cautivaba inmediatamente al que lo trataba. Apasionado por Cristo, y de profunda devoción a Nuestra Señora, amaba a la Iglesia.

En cuanto a lo intelectual, era un gran pensador y un gran conocedor de la Historia. Tenía una inteligencia y una memoria fuera de lo común. En él todo era lógico y coherente. Planteaba las cuestiones ⸺por difíciles que fuesen⸺ con toda claridad y rigor, y las estudiaba hasta resolverlas sin dejar puntos nebulosos. Ello le ha llevado a dar soluciones claras y fundamentadas a cuestiones importantes sobre las que hay una general confusión. Además, y esto escasea, era extraordinariamente conciso, es más, detestaba la verborrea y la consideraba un gran mal de la Iglesia actual y de la sociedad en general.

¿Y como sacerdote?

Destacaré su forma de celebrar la Eucaristía. Tal vez era en la misa donde mejor se nos mostraba su talla espiritual: sensibilizaba lo Divino. Participar de ella era como ser testigo de un diálogo con Dios y penetrar un poco, llevados de su mano, en el milagro de la Eucaristía. Nos sentíamos partícipes del Sagrado Misterio.

¿Alguna anécdota que nos muestre cómo era?

Una que me parece muy expresiva es lo que una persona comentó sobre él: «Cuando llego al salón siempre me resulta fácil saber dónde está el padre. En el grupo donde más animación y más risas hay, allí está él».Así de alegre era y así su amor al prójimo.

Otra anécdota que muestra también su amor al prójimo y, en este caso, su cristiana paciencia, la conocemos por la persona que le cuidó durante su enfermedad y que la cuenta así: «Le oía, a veces, quejarse de dolor cuando se creía solo; pero que al entrar en la habitación para atenderle, siempre me recibía con una sonrisa, como si no le doliera nada».

Permítame ahora otra cuestión. En concreto, ¿qué legado deja a la Iglesia?

Me temo que aquí no me va a quedar más remedio que alargarme.

El padre De Bernabé se ocupó de los católicos, digamos, «ordinarios», es decir, de aquellos que no se sienten llamados ni al sacerdocio ni a profesar los consejos evangélicos (en ninguna de sus fórmulas). Este conjunto de fieles (que son casi un 99 % de los miembros de la Iglesia Católica) no tienen hoy un nombre que los identifique, por lo que, para entendernos, me referiré a ellos como «seglares». Pues bien, sobre estos «seglares» está casi todo por hacer (definición, características, misión, instrucción, praxis…) y esta es una grave carencia. Las aportaciones del padre De Bernabé en este campo abren caminos nuevos para la Iglesia y el mundo y son ya de por sí un legado extraordinario.

Complementario a lo anterior, desarrolló un completo programa de instrucción con numerosas aportaciones (en lo relativo a la praxis), y en el que trata aspectos tan fundamentales como, por ejemplo, el progreso en las etapas de la vida espiritual («Heptalogía»), basada en Las Moradas de Santa Teresa, o recordar y revitalizar el mandato bíblico de construir en la tierra un paraíso y una humanidad modelo, que es la tarea por excelencia del seglar.

Además, para llevar a cabo esta importantísima tarea, ha ideado y comenzado a desarrollar la «Mundotecnia», la ciencia de la construcción de un mundo ideal, de la que ha dejado fundamentación, definición, principios y otras valiosas contribuciones.

Por otro lado, están sus trabajos sobre los males que aquejan hoy a la Iglesia y sus soluciones. El asunto, como ve, es importantísimo; el valor de su aportación depende, lógicamente, de lo acertado de su diagnóstico y de los remedios que aconseja. El tiempo lo dirá.

Como ve, su legado trata de materias importantísimas, y sus ideas impresionan por la amplitud de sus metas y porque aún así se ven realizables. Por cierto, para evitar, en lo posible, el deterioro de sus enseñanzas las ha dejado grabadas. Imagínese la tranquilidad y ventajas que implica esto.

¿Alguna otra aportación a resaltar?

Resaltaré, también, el Gardendal, el grupo que formó en vida y que puede ser un modelo (aún incipiente) de praxis seglar. En nuestra opinión, una de esas “minorías creativas” que determinan el futuro de las que hablaba Benedicto XVI.

También que transmitía (y así intentamos hacerlo nosotros) un cristianismo brillante, de planes grandiosos: la santidad, la perfección, el mundo ideal, la evangelización universal, la felicidad también aquí, en la tierra…

¿Y la Fundación Padre Miguel de Bernabé?

En la línea de lo que vengo diciendo, al ser conscientes del valor de su obra (que consideramos un tesoro para la Iglesia y para la sociedad en general), algunos de sus colaboradores más cercanos hemos constituido la Fundación Padre Miguel de Bernabé, a la que, a su fallecimiento, legó su obra y el patrimonio relacionado con ella, y que tiene como fin su custodia, ordenación, publicación y divulgación.

Y, ya que estamos con ello, ¿ha organizado la Fundación algún programa de actividades para celebrar este Centenario?

Sí, por supuesto. Durante todo el año 2022 hemos puesto empeño e ilusión en preparar una serie de eventos bajo el lema “Celebrar, profundizar y agradecer”. Por citar algunos, destacaría el estreno de seis audiovisuales de producción propia que muestran diversos aspectos de su vida y su obra; la audición de su composición “Oratorio de Navidad”; la visita a diversos lugares de España significativos en su vida; la publicación y presentación de su libro “Maravillosa Santa Teresa”; varias conferencias y, sobre todo, lo que tal vez ha marcado estas celebraciones: la presentación en el pasado mes de agosto de su biografía, que estamos preparando para su edición.

Volviendo de nuevo al grupo que formó, ¿qué fines tiene el Gardendal?

Se trata de un grupo de católicos que aspiran a la santidad sin más compromisos que los del Bautismo, y tiene como fin ayudar a sus miembros (y que se ayuden mutuamente) a instruirse en cristianismo y vivirlo. Además, y esto es muy importante, es el principal medio que tenemos de transmitir a otros lo mucho que hemos recibido. Y en eso estamos.

Finalmente, para el que esté interesado, ¿cómo es posible conocer más sobre las enseñanzas del padre De Bernabé?

El camino más directo es acudir a sus páginas web donde hay más información y, a través de ellas, a la fundación que lleva su nombre o al Gardendal. Aparte lo anterior, al alcance de cualquiera están sus obras ya publicadas como, por ejemplo, sus libros sobre el Evangelio («El Evangelio vivido», «El Evangelio en ideas» y «El Evangelio Olvidado»),o «Askesis, el viaje misterioso», sobre cómo progresar en el amor a Dios.

Muchas gracias por todo. ¿Desea añadir algo más?

¡Ojalá haya sabido transmitir el valor de la obra del padre De Bernabé!, aunque soy consciente de la dificultad de conseguirlo solo enunciando ideas que, lógicamente, necesitarían explicación.
Muchas gracias.

23.01.23

Un cuento alsaciano

Un atardecer, en el Cielo, despachados los asuntos del día, Dios se propuso descansar haciendo su paseo habitual.

Acompañado por el Arcángel San Miguel, deambuló por el Supra-supra de los Cosmos, hasta que un poco cansado se sentó en un blanco poyete, que a modo de balcón dominaba el Universo.

Apoyando la mano en la mejilla de su Divino Rostro admiraba complacido las maravillas que Él había creado, sus inmensidades, sus esplendores…, hasta que interrumpió su contemplación, señalando, allá lejísimo, un insignificante de entre los insignificantes, punto diminuto, y volviéndose hacia el Arcángel, sentado respetuosamente a sus pies, y que le miraba embelesado, le preguntó:

Oye, San Miguel ¿qué es ese punto tan pequeño?

Asombro del Ángel, que con un levísimo acento de reproche le respondió:

Señor, ¡es la Tierra que habéis creado!

¡Ah!… Y esa especie de pequeños seres que se arrastran por ella, ¿qué son?

Pasmo de San Miguel:

¡Pero Señor, son los hombres!

¿Y para qué sirven?

Estupefacción del Arcángel: 

Para adoraros, y trabajar para venir al Cielo…

Movimiento afirmativo y complacido. Pausa y nueva pregunta del Señor:

Veo que han construido unas bellas torres góticas, cúpulas… ¿para qué?

San Miguel al ver tanta “ignorancia”, ya sólo creía que Dios se estaba divirtiendo con él. Y muy reverentemente atufado, respondió con todo respeto:

¡Señor, son templos para adoraros…, confraternizar, ayudarse…!

Pero… veo que muchos no entran en ellos…

Embarazo del Arcángel:

Es que hay muchos que… al no haber desarrollado el mínimum dicen…

… se impacientó el Señor:

¡Vamos! ¿qué dicen?

Apuradísimo el Arcángel le soltó:

Pues muchas idioteces: que Vos no existís…; que la razón no vale…; que hay que explotarse unos a otros…; mentir, matar…; que no hay que obedecer Vuestras órdenes… y que creen en la Nada todocreadora…

Mientras oía Dios esta sarta de disparates sus labios se iban dilatando con un principio de burlona sonrisa, hasta que al oír la sandez de lo de la Nada todocreadora, no pudo más y una carcajada homérica salió de su augusta boca que rodando, rodando, recorrió los Cielos, los Cosmos… ¡y que hicieron eco a la “sabiduría” de ciertos hijos (en este caso hijastros) del Señor!

Y así, atravesó la Galaxia, recorrió el Universo, siguió por el Extra-Cosmos, el Trans-Universo, la Ultra-dimensión, las Regiones que ni siquiera podemos imaginar…

Y de esta manera, ante el bueno y abochornado Arcángel, siguió la risa por los siglos de los siglos y eternidad de eternidades.

Nota: es esta una versión libre del cuento, adaptada por el P. Miguel de Bernabé.

3.01.23

Matrimonios de plata

Hoy día que se intenta, a toda costa, sustituir la palabra “matrimonio” por la de “pareja”, y que las estadísticas dicen que cada cinco minutos se produce un divorcio en España, tengo que decir que vivo rodeado de matrimonios que, como lo más natural, celebran sus Bodas de plata y de oro.

De hecho, escribo este post porque mañana uno de estos matrimonios amigos, Vicente y Lidia, celebran sus bodas de plata. Y en breve será otro, el de Carlos José e Inma, los que le sigan.

Alguno pensará que soy un tipo con suerte o una rara avis en proceso de extinción y, seguramente, no les falte razón, pero yo prefiero decir que lo que soy es un tipo con amigos que son cristianos auténticos.

«¿Cristianos auténticos?; querrás decir… practicantes», pensará más de uno.
Pues no. No digo practicantes. Lo que digo es «auténticos».

Y justifico lo de añadir este adjetivo al de cristianos (debería ser innecesario) porque lo contrapongo a otra categoría que desgraciadamente abunda hoy entre los bautizados: el de semicristiano.

Algunos achacarán como causa de las rupturas matrimoniales aspectos como la secularización de la sociedad, la crisis de valores, la pérdida del sentido del pecado o la influencia nefasta y el bombardeo continuo de los medios, y no les falta razón. Pero yo, insisto, viendo estos casos de éxito, y repasando sus vidas, prefiero afirmar que estos matrimonios que conozco tienen algo que hoy no abunda: un cristianismo auténtico.

En alguna ocasión, alguien me explicó muy gráficamente la diferencia entre un «auténtico» y un «semi». Puedes tener en tu copa ―me dijo― un rioja, un ribera, un valdepeñas o un vino peleón y en todos estos casos tendrás vino. Pero si le echas agua, sea el tipo de vino que sea, ya lo que tendrás no será vino en tu copa, sino una mezcla…  un «semivino».

No es el objeto de este post describir ahora los rasgos de ese semicristianismo imperante, pero sí destacar que lo que yo he visto en esos matrimonios durante estos veinticinco años, y que estoy convencido que es la clave de su éxito, ha sido una cosa: la ilusión y el esfuerzo perseverante por alcanzar JUNTOS los dos deseos que Dios tiene para el ser humano:

  • Que le amemos con toda el alma y logremos ser santos
  • Que amemos al prójimo por Él y, por ello, construyamos un mundo (matrimonio, familia, entorno, sociedad…) ideal  

En realidad, no son más que los dos «viejos» mandamientos fundamentales.
Esos, que (siguiendo con el símil), son nuestra auténtica denominación de origen: la de cristianos.

Esto es lo que yo he visto en ellos estos veinticinco años, y por eso, lo cuento.

Feliz aniversario, amigos, por vuestras bodas de plata. 
¡Y a por el oro!