InfoCatólica / La cuartilla / Archivos para: Marzo 2023

30.03.23

Leyre, elogio de la vida monástica

Hace unos días recordaba en este blog aquella homilía  sobre la Encarnación que tanto me marcó. Hoy puedo contar que, por esas delicadezas que Dios brinda, tuve el privilegio de celebrar, precisamente ese día de la Encarnación, en compañía de la comunidad de monjes benedictinos de la Abadía de San Salvador de Leyre, acogido en su hospedería monástica en unos inolvidables días de reflexión y oración.

Aprendí de mi maestro, el padre Miguel de Bernabé, a admirar (sin idealizaciones) y a valorar (con objetividad) la vida monástica.

Él, que fue un extraordinario formador de seglares y que trabajó intensamente en pro de la fundamentación, definición, características, tarea y praxis del seglar, no perdió ocasión de mostrarnos la excelsitud del orden monástico (cuando se comporta como tal, no en su decadencia), el estímulo que un monje es para un seglar y el agradecimiento que de ello les debemos tener.  

Nos decía: ¡qué cosa más admirable que ver a unos hombres (o mujeres) que, llevados por el amor a Dios, frente al afán de dinero, la fama estúpida, el egoísmo feroz y luchando con la sexomanía más absorbente, la pérdida del sentido común y los clichés más estúpidos, no dudan en separarse de ese penoso espectáculo para ayudarnos con su ejemplo y hacernos recobrar un poco de razón!

¿Qué católico sensato no recibirá fuerza, ante esa conducta tan significativa? No para irse a un monasterio, sino para dar su justo valor a su permanencia en el mundo, trabajando heroicamente, hombro con hombro, con sus hermanos monásticos que tal ejemplo y ayuda le dan.

Y es que, si los seglares debemos trabajar cada día en las distintas facetas de nuestras vidas para construir un mundo ideal; los monjes, en la clausura de sus monasterios, construyen cada día una especie de pre-cielo en la tierra.

Cuando estos días admiraba la belleza del oficio divino en la voz del padre Ignacio o disfrutaba de la cristiana hospitalidad del padre Oscar; cuando recibía la fraterna bendición del padre abad en las Completas o me quedaba anonadado ante la piedad del padre Eduardo en la misa que oficiaba, este pobre seglar se beneficiaba agradecido de todos esos excelsos bienes espirituales que nos sirven de estímulo y aliento para no desfallecer en el deseo que Dios tiene sobre todos nosotros, pues…

Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo  (Jn 3,16)

Nota.- Me he atrevido a mencionar en este post nombres que, por uno u otro motivo, he podido conocer, y facetas que, por alguna circunstancia, me han ayudado especialmente. Pero me hubiera gustado nombrar a todos y cada uno de los monjes pues a todos recuerdo con gran afecto y admiración.

23.03.23

Nueve meses antes de Cristo

Hace más de 20 años escuché una homilía de esas que te dejan huella.
El sacerdote (un hombre profundamente espiritual) habló de una idea que te hace entrever “algo” de Dios (dicho sea con todo lujo de comillas por el alcance de lo que esta afirmación puede significar).  

Entresaco algunas frases de las que dijo:

“Soy más devoto de la fiesta de la Encarnación, que de la Navidad. Y es lógico: lo que importa es que Dios se encarne en un ser humano, pues después, que naciera (…) es un acontecimiento natural. Aunque a nuestra mente le parezca el Nacimiento algo más asequible, siempre debemos considerar que lo trascendente es la Encarnación.

Lo importante es pensar que Dios se ha dignado hacerse hombre, no que haya nacido en un pesebre…  pues lo primero es mucho más sobrecogedor e infinitamente superior. Y esto constituye un hecho tan inaudito que la mente humana se niega a creerlo”

Y es que toda persona que se plantea en profundidad el Cristianismo se topa y tiene que luchar intelectualmente contra su propia incredulidad: que el Infinito se hace hombre. Se encarna.

Llevamos más de veinte siglos conociendo esto. Pero no creo que nadie inteligente pueda evitar la gran dificultad de admitirlo y se percate de lo que le falta todavía para creer, de verdad, el hecho de la Encarnación de Dios.
 
Ojalá una idea así nos ayude a profundizar, ahora que se acerca el 25 de marzo, en esta increíble realidad ocurrida nueve meses antes del nacimiento de Cristo.


 

12.03.23

La buena samaritana

Herodes, instigado por su amante, metió en la cárcel a San Juan. Había entonces el peligro de que hiciera lo mismo con Jesús, que se estaba haciendo tan o más famoso que el Bautista, por lo que el Señor y su grupo regresaron a Galilea y con tanta prisa, que para tomar el camino más corto no dudaron en atravesar Samaria, cosa que los judíos, enemistados con los samaritanos a los que consideraban unos herejes, hacían solo muy obligados.

Al llegar cerca de Sicar, que tiene un pozo, los discípulos fueron al pueblo a buscar provisiones (era mediodía) y Jesús se quedó solo. Apareció una mujer que, después de lanzar una mirada recelosa al desconocido, sacó agua. Entonces el Señor le pidió que le diera de beber. Sorpresa de la samaritana que sabía que los judíos (y aquel hombre por su manera de vestir se veía que lo era) despreciaban a los samaritanos y no querían tener trato con ellos. Y desenvuelta como era (la vida que llevaba no era para menos) le preguntó descarada:

   ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?
(Jn 4, 9). 

Jesús le contestó que si ella supiera quién era él, sería ella la que le pidiera de beber.

Asombrada, replicó que si no tenía pozal, cómo le iba a dar de beber. Jesús le respondió:

Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna (Jn 4, 13-14).

La mujer, que debía sentirse atraída por el desconocido, le pidió, ingenuamente, que le diera de esa agua y así no tendría el trabajo de venir al pozo.

A su vez, Jesús, sonriendo tal vez ante su candidez, le hizo una jugarreta:

Vete, llama a tu marido y vuelve acá (Jn 4, 16).

La mujer disimuló:

 No tengo marido

Jesús le dice:

Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad (Jn 4, 17-18).

Debió ruborizarse al verse descubierta, pero era mujer de recursos y desvió la conversación planteando un problema religioso:

Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar (Jn 4, 19-20).

Si empezó la frase como una medida estratégica, la debió terminar fijando una mirada de sincero interés en su interlocutor. Por eso Jesús le explicó que los judíos tienen la razón pero que ha llegado la hora de adorar en espíritu y verdad al Padre. La samaritana, que debía escucharle con extraordinaria atención, quiso aportar su granito de arena:

Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo (Jn 4, 25).

Viendo Jesús que aquella mujer era una descarriada pero no mala, le trasmitió, más que le dijo, el hecho extraordinario:

Yo soy, el que te está hablando (Jn 4, 26).

Antes de que se repusiera de su sorpresa llegaron los discípulos, y ella, abandonando el cántaro, corrió, llena de admiración, a contar a los hombres lo que le había sucedido, y preguntando ¿será este el Cristo?

Contagiados por el entusiasmo de la mujer, muchos samaritanos fueron a ver a Jesús, y creyeron, y le rogaron que se quedara con ellos. El Señor estuvo dos días, y los buenos lugareños decían a la mujer:

Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo (Jn 4, 42).

Se oye decir neciamente en nuestros días que Cristo es amigo de los pecadores, pero este relato de la samaritana nos hace conocer lo que falta en la frase: amigo de los pecadores que se arrepienten. ¿Es que Jesús era amigo de Herodes, de Pilatos, de los fariseos, del Mal Ladrón…? En cambio sí lo fue del Buen Ladrón, de San Pedro, de Zaqueo, de San Mateo…; y, como hemos visto, de esta gran, pero arrepentida, pecadora. Y tanto, que hasta llevó a sus paisanos a Cristo.

(fragmento del libro “El Evangelio vivido”, del padre Miguel de Bernabé. Buenas letras, 2017)