18.07.13

Purgatorio, Escapulario y «teología del vestido»

San Simon Stock recibe el escapulario

El 16 de julio de 1251, la Madre de Dios le manifestó a San Simón Stock el Escapulario del Carmen con esta promesa: Quienquiera que muera revestido con este santo Escapulario no sufrirá el fuego eterno.

¿El Escapulario tiene alguna importancia en el día de hoy?

Pertenece a los «pia populi christiani exercitia», a los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, tal como dice el Concilio, a las prescripciones y reglas de la Iglesia. Y es que el Escapulario es un sacramental, y el llevarlo significa hacerse acreedor de grandes indulgencias (Dr. Rudolf Graber, Obispo de Ratisbona).

Cuatro razones existen por las que este sacramental es tan poderoso:

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15.07.13

La Virgen del Carmen en Hispanoamérica

Desconstrucción mariana (6)


La devoción mariana es una de las expresiones devocionales más extensa y persistentemente acogida por los pueblos americanos, que constituyó no solamente un factor importante sino decisivo para la evangelización del Nuevo Mundo, así lo reconocen los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Santo Domingo:

«Su figura maternal fue decisiva para que los hombres y mujeres de América Latina se reconocieran en su dignidad de hijos de Dios. María es el sello distintivo de la cultura de nuestro continente. Madre y educadora del naciente pueblo latinoamericano» (SD,15).

En ese catecismo mariológico, la festividad de nuestra Señora del Carmen es uno de los regalos que más debemos apreciar. De gran raigambre en España, la festividad de Santa María del Monte Carmelo, fue extendida mediante Bula del Papa Benedicto XIII en 1725 a Hispanoamérica, entonces colonia española, un año después ampliada también a toda la Iglesia por el mismo pontífice.

La universal devoción del Carmen, ha arraigado profundamente en el catolicismo latinoamericano; y se ha extendido hasta el último rincón que habla la lengua castellana. Si consultamos el Calendario Litúrgico de Bolivia encontraremos la señalización de que nuestra Señora del Carmen es la Patrona religiosa de Bolivia.

Durante las  guerras de Independencia los insurrectos invocaron la protección de la Virgen María según la devoción más arraigada en cada uno de los países v. gr. Guadalupe en México, el Carmen en Chile, asimismo en Bolivia.

El 16 de julio de 1809, el caudillo de la insurrección en la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, D. Pedro Domingo Murillo

«acompañado de dos miembros del Cabildo eclesiástico, avanzó hasta el altar, se puso de rodillas ante la imagen, y respondiendo a unas palabras del Deán, puso una mano sobre el misal y besó la cruz de la espada, reiterando así  su juramento de defender la Religión Católica y la Patria sobre todas las cosas» (Cfr. Cortes, Sobre la Cruz de la Espada, La Paz 1957).

«Consolidada la independencia, esas devociones nacionales, ya de origen colonial, tomaron nueva envergadura como factor religioso y aun de identidad nacional».

El beato Papa Pío Nono, por Breve de 27 de junio de 1852, declaró a la Bienaventurada Virgen María, bajo la advocación del Carmen, Patrona de Bolivia, Breve Pontificio, que el Congreso Nacional mediante ley especial aprobó, declarando a la Virgen del Carmen patrona de Bolivia, posteriormente el 11 de octubre de 1948, el mismo Congreso con el decreto correspondiente la declaró, Generala del Ejercito Nacional.

Resulta chocante la afirmación de una periodista refiriéndose a la inauguración en Oruro (febrero 2013), de la imagen mariana más alta del mundo, dedicada a la Madre de Dios en su advocación de nuestra Señora de la Candelaria (del Socavón), quien escribió sentirse:«fascinada por el exceso ante el altar de la Pachamama, virgencita del Socavón».

Es que, «el indigenismo, el nacionalismo religioso, el pluralismo de religiones, son tendencias relacionadas entre sí, que se han ido acentuando» en los últimos decenios,

«los aspectos más negativos de la Teología de la Liberación se conectan también con esas tendencias. Suele haber en el trasfondo de ellas una exaltación de las religiones naturales y autóctonas pre-cristianas, que devalúa gravemente a Cristo y a la Iglesia, como “sacramento universal de salvación”. En ocasiones la unión sincretista de esas religiosidades naturales –hindúes, budistas, aztecas, incaicas, etc.,- con el Evangelio conduce a una falsificación profunda de la fe católica» (Iraburu, Mala doctrina, 48).

Ya en el siglo XVI ante quienes miraban como sincretismos o favorecimientos idolátricos las manifestaciones marianas populares, por ejemplo en las multitudinarias expresiones devocionales hacia nuestra Señora de Guadalupe, en sentido de que «la enorme concurrencia de masas hacia ella, pudiera tornarse fácilmente como una sustitución de la diosa Tonantzin», Robert Richard, el historiador de la conquista espiritual de México escribió:

«Qué más da que, para honrar a la Virgen de Guadalupe, el indio de hoy realice el gesto que hacían sus antepasados para honrar a Tonantzin, si lo hace con la intención de honrar a la Virgen y no a Tonantzin. A nuestro parecer, es tan poco serio considerar estas fiestas de sustitución como supervivencias precortesianas como identificar el uso del latín en la Iglesia con una supervivencia del paganismo romano» (La conquista espiritual de México, Paris 1933).

En el abanico de publicaciones de la pseudo «teología india» encontramos afirmaciones que señalan a la evangelización inculturada como una «super-posición, re-interpretación  y transculturación de divinidades» y como queriendo dar a entender que las «religiosidades y cosmovisiones» alcanzaron «las máximas alturas a que ha podido llegar la mente humana en su reflexión sobre Dios».

La necesidad de objetividad nos impela a recoger esta expresión de la Encíclica Redemptoris missio:

«Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación. Es ésta una exigencia que ha marcado todo su camino histórico»(52),

la misma Redemptoris missio, n. 54 coloca las condiciones fundamentales para una correcta inculturación: «La inculturación en su recto proceso debe estar dirigida por dos principios: “la compatibilidad con el Evangelio y la comunión con la Iglesia universal".»

No son únicamente gestos, sino que hay una meta deliberadamente construida para desconstruir la devoción mariana hacia el culto panteísta de la Pachamama (madre tierra), en un forzado proceso que se quiere hacer transitar desde una «despachamización» del campo, (por la «fuerte influencia modernizante», «todos los rituales de producción, decaen, se transforman en folclore y tienden a desaparecer»), hacia una «pachamización» urbana. Es decir, 1) efectivizar una sincretización del culto mariano con la Pachamama, y luego, 2) sustituir el culto mariano por un culto a la Pachamama, en una forzada y consecuentemente pseudo espiritualidad.

Y no se trata solamente de una devoción local: “Copacabana, El Socavón de Oruro, Urcupiña, La Tirana, Las Peñas, Ayquina, etc, en todos ellos se venera la Virgen María –del Carmen, del Rosario, de la Candelaria, etc., pero siempre es la Virgen con rostro de la Pachamama” (Pachamama, la Virgina, la que creó el mundo y la que fundó el pueblo, P. Juan van Kessel), es decir que, no hubo y no debe haber inculturación, sino sincretismo puro y duro.

Como afirma el P. José María Iraburu: «la peligrosidad del nacionalismo exacerbado es muy grande. En lo político lleva fácilmente a la guerra. Y en lo religioso, a la apostasía».

Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros

11.07.13

La Iglesia manos y pies no cumple su deber

La Hora de los Laicos (15)

Comentarios a la Exhortación apostólica Christifideles laici

Apostolado social y presencia pública de los fieles cristianos laicos

La Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, puntualiza cinco «criterios de eclesialidad» que permitan a las respectivas instancias eclesiales animar y orientar el discernimiento y reconocimiento eclesial de las asociaciones y movimientos de apostolado seglar.

El quinto criterio de eclesialidad exige:

«comprometerse en una presencia en la sociedad humana, que, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre. En este sentido, las asociaciones de los fieles laicos deben ser corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad» (CL 30).

Los seglares están llamados a dar testimonio y a actuar en la sociedad, no solo como individuos, sino también cuando sea necesario en agregaciones, asociaciones, movimientos y grupos, con apostolado individual o asociativo para que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim, 2, 4), vivir «la fe como virtud pública», a «reconocer los signos de los tiempos… aprovechar las oportunidades y a mirar lejos».

Más aún «los laicos, que tienen responsabilidad dentro de toda la vida de la Iglesia, no solo están obligados a procurar animar el mundo de espíritu cristiano, sino que están también llamados a ser testigos de Cristo en medio de todos, es decir, también en medio de la sociedad humana» (Gaudium et Spes, 43d).

La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es obligatoria para todos los bautizados que deben vivir y actuar según sus principios. La Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) define así a la DSI:

«es la enseñanza moral que en materia social, política, económica, familiar, cultural, realiza la Iglesia, expuesta por quien tiene la autoridad y la responsabilidad de hacerlo.»

La enseñanza y la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia forman parte de su misión evangelizadora. Juan Pablo II, habla del anuncio de la DSI; expresión llamativa porque implica analogarla al anuncio del Evangelio, de lo que se deduce que la DSI tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización (Centesimus Annus, 54).

Consecuentemente, animando el mundo de espíritu cristiano, «tendrán que descubrir, cada vez mejor, la vocación propia de los laicos, llamados como tales, a “buscar el reino de Dios», tratando las cosas temporales y ordenándolas según Dios” (Novo Millenio Ineunte, 46), y también a llevar a cabo «las tareas propias en la Iglesia y en el mundo… con su acción para la evangelización de los hombres» (ib.).

«En el contexto de las perturbadoras transformaciones que hoy se dan en el mundo de la economía y del trabajo, los fieles laicos han de comprometerse, en primera fila, a resolver los gravísimos problemas de la creciente desocupación, a pelear por la más tempestiva superación de numerosas injusticias provenientes de deformadas organizaciones del trabajo, a convertir el lugar de trabajo en una comunidad de personas respetadas en su subjetividad y en su derecho a la participación, a desarrollar nuevas formas de solidaridad entre quienes participan en el trabajo común, a suscitar nuevas formas de iniciativa empresarial y a revisar los sistemas de comercio, de financiación y de intercambios tecnológicos.

Con ese fin, los fieles laicos han de cumplir su trabajo con competencia profesional, con honestidad humana, con espíritu cristiano, como camino de la propia santificación, según la explícita invitación del Concilio» (CL, 43).

Juan Pablo II, en su homilía conclusiva del Sínodo de 1987 calificó al seglar cristiano como el nuevo protagonista de la historia, cuando afirmó:

«He aquí al fiel laico lanzado en las fronteras de la historia: la familia, la cultura, el mundo del trabajo, los bienes económicos, la política, la ciencia, la técnica, la comunicación social, los grandes problemas de la vida, de la solidaridad, de la paz, de la ética profesional, de los derechos de la persona humana, de la educación, de la libertad religiosa».

Ante el egoísmo y la dominación que se erigen como tentaciones importantes en los hombres, se hace también necesario un discernimiento cada vez más afinado, para poder comprender en su raíz las nacientes situaciones de injusticia e instaurar progresivamente una justicia siempre menos imperfecta.

Luminarias en la noche (cf. Flp 2, 15). «Es difícil encontrar una metáfora evangélica más adecuada y bella para expresar la dignidad del discípulo de Cristo y su consecuente responsabilidad», (Juan Pablo II, homilía a los laicos, Toledo, 4-11-1982).

El problema estriba, en la interpretación y aplicación y a los fines que se orienta la DSI, por lo que los fieles laicos empeñados en lo social, no pueden olvidar el problema de la contaminación cultural, siendo por lo tanto necesario que se ponga gran atención a su acción, para que ésta pueda ser, incluso culturalmente, reconocida de una manera clara como autentico testimonio cristiano, que no acepta tratados dialógicos ni compromisos (cf. Dominus Iesus).

Por eso interesa señalar lo que no es la DSI, y, no es pues, un conjunto de recetas prácticas para resolver la «cuestión social», no es una «ideología» ni contiene elementos ideológicos, y no es una «tercera vía», un punto medio o «modelo alternativo», sino una doctrina que los trasciende, por esa misma razón, la DSI

«no propone ningún sistema particular, pero, a la luz de sus principios fundamentales, hace posible, ante todo, ver en qué medida los sistemas existentes resultan conformes o no a las exigencias de la dignidad humana»(Libertatis conscientia, 74).

Tenemos una DSI con las directrices de los Papas y de los obispos, la Iglesia cabeza ha cumplido ciertamente con su deber, pero si los intelectuales católicos no la estudian, si los fieles no la leen, si los empresarios católicos no la practican, si los obreros católicos no la propagan entre sus pares, estamos perdidos. La Iglesia manos, la Iglesia pies, no ha cumplido con su deber. «Si la Iglesia quiere llegar a las estructuras del mundo, lo hará por el laicado o no lo hará» (Cardenal Quarracino).

La vida cristiana laical es el mejor antídoto contra el cáncer devorador de la corrupción moral que corroe las entrañas de la sociedad actual.

8.07.13

La doctrina del odio

El Sacrosanto Concilio Vaticano II dice:

«La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios (San Agustín, De civ Dei, 18, 52, 2; PL 41, 614), anunciando la cruz del Señor hasta que venga (1 Cor 11, 26). Está fortalecida con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos» (Lumen Gentium, 8).

Ya desde sus inicios la Iglesia de Cristo tuvo que enfrentar diversos errores y herejías. Las epístolas de San Juan, San Pablo y San Pedro dan cuenta de ello. Las definiciones de la Iglesia son frecuentemente provocadas por el brotar de los errores. No indican pues una novedad en la Fe de la Iglesia, sino más bien fuera de ella: en el campo oscuro de las negaciones y de las herejías.

Jesús ya avisó a sus discípulos que como Él ya había sido perseguido lo serían también ellos, simplemente porque predicaban una doctrina en la que condenaba al malvado. Los fariseos y los escribas, sobre todo en el último año de su predicación no tienen más que un objetivo: desacreditarlo ante el público que le escucha con gusto, por eso no debemos extrañarnos de que hoy mismo haya muchos y muy poderosos enemigos de Jesús, de su Iglesia, y de los responsables más conspicuos de la misma.

Desde sus inicios la Iglesia esposa de Cristo, ha experimentado la persecución constante de tres enemigos, y por eso estamos siempre en «lucha con la carne, con el mundo y con el diablo» (Trento: Dz 1541). Así nos lo enseña Jesús en varias ocasiones, concretamente en la parábola del sembrador (cf. Mt 13, 1-8. 18-23). Los tres enemigos están aliados contra el cristiano y atacan a éste con una coordinación permanente, reforzándose mutuamente.

Jesús, al anunciar persecuciones a sus discípulos, habla muy claramente de la persecución del mundo (Jn 15, 18-21).

Toda la vida cristiana, vivida con fidelidad, es, pues un martirio continuo, es un testimonio permanente de la verdad del Evangelio, es una ofrenda espiritual que no cesa, siempre impulsada por Cristo desde su Cruz y su Eucaristía (cf. Iraburu, El martirio de Cristo y los cristianos).

El prejuicio político del Imperio Romano contra el cristianismo, ponía a los hijos de Dios «en el trance de volver al paganismo o morir», experiencia martirial «que no es característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que marca también todas las épocas de su historia» (Juan Pablo Magno, 7-V-2000).

Bajo el principio de «quien no está con nosotros es nuestro enemigo», 27 millones de cristianos durante el siglo XX fueron víctimas de las ideologías totalitarias. El marxismo que en su concepción totalitaria identifica sociedad con Estado, ha buscado no sólo manipular obispos, sacerdotes y fieles a favor de su ideología, sino incluso dirigir la Iglesia como ocurrió en Polonia, Hungría y otros países de la Cortina de Hierro, formando «iglesias católicas» paralelas.

En China donde Mao Tse Tung en 1957 ordenó la creación de la Asociación Patriótica, una «iglesia nacional» títere para colaborar con el Estado en orden a levantar una nueva China y someter a la jerarquía y los católicos a la dictadura comunista, obispos fieles a Roma fueron obligados por los comunistas a consagrar obispos y ordenar sacerdotes para tal Asociación Patriótica. La Iglesia fiel a Roma sufre hasta hoy persecución.

Pero no solamente tras la Cortina de Bambú, hoy por hoy, en varios países hispanoamericanos, empleando los viejos métodos totalitarios y buscando controlar también la Iglesia, varios de los gobiernos donde actúa el «socialismo del siglo XXI» están buscando el control del clero mediante el soborno, o, el establecimiento de «iglesias nacionales independientes».

El obispo auxiliar de Managua, Nicaragua, denunció «que el gobernante Frente Sandinista compra con dinero y prebendas la voluntad de líderes católicos y párrocos con el objetivo de que no critiquen la gestión del presidente Daniel Ortega o que callen ante acciones que sectores de la sociedad civil y de la oposición han considerado autoritarias», otros prelados nicaragüenses han denunciado también acoso y amenazas a sus sacerdotes.

Recientemente, como en su momento había procedido Chávez en Venezuela creando la herética y disidente colaboracionista «Iglesia Católica Reformada», en Bolivia, junto a los intentos de dar forma a una nueva religión de Estado sincrética y panteísta con el culto a la Pachamama, se ha procedido a conformar una pseudo iglesia, llamada «Iglesia Católica Apostólica Renovada del Estado Plurinacional de Bolivia».

«Estamos en el glorioso tiempo de los mártires, pero estamos también en el vergonzoso tiempo de los apóstatas» (Iraburu, El martirio de Cristo y los cristianos).

4.07.13

«¡La Iglesia a sus sacristías!»

«La corrupción no es un acto, sino un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir». Estas palabras tan vigentes en la sociedad actual las escribió el propio Papa Francisco cuando todavía era arzobispo de Buenos Aires.

Y recientemente el Santo Padre reflexionó así:

«Judas empezó, de pecador avaro terminó en la corrupción. El camino de la autonomía es un camino peligroso: los corruptos son grandes desmemoriados, han olvidado este amor, con el cual el Señor ha plantado la viña, ¡los ha hecho a ellos!».

Los corruptos, dijo el Papa,

«¡han cortado la relación con este amor! Y ellos se convierten en adoradores de sí mismos. ¡Cuánto daño han causado los corruptos en las comunidades cristianas! Que el Señor nos libre de resbalar en este camino de la corrupción».

Lo mismo podríamos afirmar de muchos de nuestros países, la corrupción está generalizada, el vicio acampa por nuestras ciudades, la institución familiar se descompone rápidamente, la niñez es carne de prostitución, los negocios fraudulentos forman el tejido económico, la justicia ejercida en los tribunales deja todo que desear, nuestra sociedad está moralmente enferma.

¿Y que la Iglesia se meta en sus sacristías? Eso es lo que anhelan los corruptos.

A los obispos colombianos, les dijo Juan Pablo II:

«Si los países se hallan en descomposición, allá debe presentar la Iglesia los verdaderos remedios ofrecidos por Jesús, la Iglesia ha de estar presente en un periodo en que decaen y mueren viejas formas, según las cuales el hombre había hecho sus opciones y organizado su estilo de vida, y ha de inspirar las corrientes culturales que están por nacer en este camino (…). No podemos llegar tarde con el anuncio liberador de Jesucristo a una sociedad que se debate en un momento dramático y apasionante entre profundas necesidades y enormes esperanzas. Se trata de una coyuntura socio-cultural que se presenta como una ocasión privilegiada para seguir encarnando los valores cristianos en la vida de un pueblo, e impregnar todos los ambientes con el anuncio de una salvación integral. Ningún aspecto, situación o realidad humana puede permanecer fuera de la misión evangelizadora».

Quien examine la actuación pública de la Iglesia, observará que está activamente presente en las reuniones de las Naciones Unidas, en las asambleas mundiales sobre la mujer, sobre el obrero o sobre el inmigrante, ofreciendo su clara opinión.

Ya en 1891 que León XIII en su encíclica Rerum Novarum, expuso la sociología más avanzada, produciendo una inquietud punzante en los propietarios y latifundistas que abusaban del obrero, señalando las líneas maestras de un arreglo de la detonante cuestión obrera equivocadamente señalada como lucha de clases.

Los Papas siguientes han revelado las injusticias sociales, con toda clase de pelos y signos y han pretendido señalar claras soluciones en las encíclicas que denuncian los abusos que emanan de todas partes, de los empresarios, de los políticos, de los obreros y de los vagos, hasta la mágica encíclica de Juan Pablo II sobre el valor y la calidad del trabajo humano del 14 de septiembre de 1981, que nos regala esta breve y sustanciosa afirmación:

«El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo» (Gaudium et spes, 35).

La Iglesia en todo momento debe ser el Buen Pastor para todos: empresarios, políticos, obreros, hombres y mujeres, ricos y pobres.