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31.12.12

De la nochevieja al nuevo año

Para los paganos, la historia es cíclica, una rueda de la fortuna, una serie de eventos que ocurren en círculos. Para el cristiano la historia avanza en línea recta hacia una meta muy concreta.

El 31 de diciembre es una fecha importante. Quitar la última hoja del calendario, produce la sensación de que se ha cercenado algo, y es verdad, ya que el cambio de un nuevo calendario, lleva consigo la pérdida o la ganancia de un año que no retorna. Quitamos el calendario que nos ha servido de orientador durante 365 jornadas, y muchos lo quitamos con temor, porque en cada hoja que hemos retirado de él, se ha ido parte de nuestra vida.

El año viejo se va con un inmenso gozo para quien lo ha aprovechado con miras a la eternidad, para quien ha tratado de ser fiel a Dios en el cumplimiento de sus mandamientos, para quien se ha acercado continuamente al hermano desconocido para verter en él simpatía y ayuda, para quien ha luchado como buen soldado en cumplir sus obligaciones profesionales, humanas y sociales.

Y es estremecedor para el que no ha aprovechado cada una de las grandes oportunidades que Dios le ha concedido para que pudiera alcanzar el contenido de la invitación de Jesús: Amontonen los tesoros del cielo.

Escribió el beato Federico Ozanam:

Todos somos siervos inútiles, pero servimos a un Señor absolutamente económico, que no permite se pierda nada, ni una gota de sudor de nuestra frente, como tampoco se pierde una sola gota de rocío. No sé qué suerte espera a este libro; si lo terminaré o siquiera llegaré a terminar la página que oprimo bajo mi pluma. Pero sé bastante como para poner en ella el resto, grande o pequeño, de mi fuerza o de mis días.

Para muchos, el acto de cambiar de calendario ha sucedido sin inquietudes, como si nada trascendental ocurriera. El nuevo calendario trae novedad y nos anuncia que borrón y cuenta nueva, pero no debe ser así, porque quizás no tengamos oportunidad de cambiar muchos calendarios más, y cada substitución debe considerarse con mucha seriedad.

El año nuevo que recibimos supone un regalo de Dios que sigue tolerándonos, avisándonos, recibiéndonos, perdonándonos. Y, sobre todo, animándonos a aprovecharlo completamente, porque podría ser lo último que nos ofrece.

No es un juego de palabras: es un año nuevo que debería ser un nuevo año. Nuevo significa que nos vamos renovando, arrojamos toda la basura humana para substituir nuestro interior con la sala bien acondicionada. Nuevo, porque hemos adoptado el camino de la fidelidad con Dios, y cada hojita del calendario está llena de nuestros méritos por las buenas obras realizadas. Nuevo año, porque nos armamos de mayor fe y confianza en Dios a quien tratamos cada vez más íntimamente. Nuevo año, porque nos preocupamos mucho de qué tesoros podemos y debemos conquistar en nuestra existencia, sin perder un solo día para enriquecernos. Nuevo porque somos más amables y caritativos con todos, sobre todo con los que se hallan en una situación más deplorable que la nuestra. Nuevo año, porque no nos empujan en nuestro peregrinar sentimientos puramente materiales sino el impulso continuo de una gran esperanza de alcanzar la felicidad plena que Dios nos quiere regalar.

El año nuevo es un día más, pero debería no serlo, ya que la pérdida del año anterior y el comienzo de uno nuevo que podríamos desaprovechar con nuestras negligencias da mucho que reflexionar, hasta el punto de constituirse en una persistente preocupación que nos ayude a elevarnos un poco más de las realidades terrenas para sumergirnos en Dios como en una atmósfera normal y graciosa.

No se trata de cosas nuevas, sino viejas. Predicadas ya por los profetas, por Jesucristo y por sus apóstoles. Aunque quizás para alguien sean nuevas, por desgracia.

No se trata de cosas tristes. Aunque hay una tristeza que “se convierte en alegría” y engendra salvación (cf. 2 Cor 7, 10).

No se trata de dedicar algunos días a la piedad. Aunque sería justo dar días al alma, ya que damos meses y años al cuerpo. Escribía San Bernardo: Si no siempre, al menos con frecuencia; si no con frecuencia, al menos alguna vez.

Se trata de ordenar la vida, es decir resolver los problemas de nuestra existencia temporal y el negocio de la vida eterna.

Para ello necesitamos que Dios ilumine nuestro entendimiento y excite nuestra voluntad. (Un mundo que busca a Dios, Eduardo Arcusa, S.I.).

Dios nos ha dado un año. En él podemos conquistar la felicidad eterna del cielo, o, en este año podemos perder la última oportunidad. Solo depende de cada uno. Acostumbrémonos a ver en el calendario algo más que una colección de hojas que nos señalan tiempos; ver a través de ellos las oportunidades de enriquecerse para la eternidad. De nuestra parte hemos de guardar la consigna que daba Roothaan: Calla. Escucha. Reflexiona. Ora.

27.12.12

La causa de la vida y la familia

Herodes combate la Navidad matando inocentes, en efecto, la Sagrada Escritura nos refiere la reacción del poderoso monarca, al escuchar de parte de los Magos que habían visto la estrella en  el Oriente y les había llevado a Jerusalén para adorar al Rey de los judíos.

Turbado e impaciente, esperaba el regreso de los Magos, y ya en trance de desesperación, al no haber retornado los Reyes por el mismo camino, viendo justificados sus temores, ya sabemos lo que hizo: ordenó a su guardia personal, la guardia beduina, el infanticidio de todo niño varón de dos años para abajo de Belén y sus alrededores, para sacar de escena al Cristo.

La liturgia católica recuerda el 28 de diciembre a esos Santos Inocentes. Los honra como mártires porque fueron los primeros en conocer el martirio por la causa del Rey de reyes, perseguido por un reyezuelo, caprichoso y sanguinario.

Hoy mismo se juega la vida, no por unos cuantos facinerosos, sino teniendo como contrincantes a los poderosos más importantes e influyentes del mundo.

La licitud del aborto es, sin duda, el drama más importante de la sociedad actual, porque se pretenden acuñar como leyes, sentencias y movimientos que atentan al fundamental derecho de toda persona: su vida, admitiendo la eliminación del ser humano por motivos que, aunque literalmente parezcan apabullantes, son meras excusas ante la solidez de la defensa de toda vida.

Leyes inicuas tratan de situar en el mundo espaciosos argumentos para bendecir y verificar el aborto, asesinato vil de inocentes. No son tontos los que defienden el abominable crimen del aborto, pero sí falsos disimuladores que tratan de eliminar la población de los países pobres, insuflando la conclusión de que, a más gente en el mundo, más hambre, más pobreza, menos desarrollo. Pero, situados en la atalaya del bienestar, no pretenden confesar que, si ellos distribuyeran con justicia los bienes que botan lamentablemente, no se necesitaría de tanta planificación asesina, porque la repartición equitativa de las fortunas llegaría a enjugar las lágrimas de la pobreza y el subdesarrollo.

Nuevos Herodes son los poderosos señores de poderosos países y organizaciones internacionales conculcadores del principal derecho humano, el derecho a la vida, derecho natural, sacrificado a menudo por un sin número de causas sociales.

Hoy por hoy, la ONU proclama la libertad humana, una libertad sin fronteras, de modo que toda persona queda muy por encima de sus gravísimas obligaciones familiares, en cuanto que se confunde con la descarada búsqueda de la felicidad. La familia no puede quedar a merced de un timonel que desconoce las exigencias del sextante o de la carta náutica, para ser dirigida por los caprichos amenazadores de un timonel embriagado por el ansia del placer y nada más.

En lo que respecta al aborto, el derecho a la vida prometido a “todos” en la Declaración Universal (Artículo 3) raramente se aplica a los no natos, mientras que el derecho a la salud o a un nivel de vida adecuado (Artículo 25) se ha ampliado considerablemente para incluir el presunto derecho de la mujer a acceder a los servicios de aborto.

En vísperas de la Navidad, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, presidida por el peruano Diego García-Sayán conocido en su país como el rey del aborto, en un lamentable ejemplo de la cultura de la muerte, ha condenado al Estado de Costa Rica por haber prohibido la fecundación in vitro (FIV) hace 12 años. Este organismo, arrogándose el poder de decidir cuándo comienza la vida humana, ha perpetrado el más grave mal contra la vida del niño por nacer y la defensa de la persona humana, introduciendo una peligrosa distinción entre ser humano y persona de manera tácita, abriendo las puertas al homicidio del aborto, la manipulación de embriones, etc.

Con razón la Beata Teresa de Calcuta expresó:

El aborto mata la paz del mundo. Es el peor enemigo de la paz, porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo, ¿qué me impide matarte? ¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento,

y con razón también el Papa ha remarcado una vez más que en la lucha por la familia está en juego el hombre mismo.

24.12.12

Con Jesús o contra Jesús

Luego del pecado cometido por nuestros primeros padres en el jardín, Dios dijo a la serpiente: Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3, 15). Este sagrado texto del protoevangelio, revela una lucha crucial, singular y absoluta, entre el tentador Satán y el futuro Redentor, Jesucristo, que resonó a través de los tiempos y los pueblos. Cuántas esperanzas no descansaron sobre esta profecía en espera del Redentor prometido del género humano, que terminará en triunfo para la descendencia de la mujer (cf Lumen Gentium, n. 55).

Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf Lc 2, 6-7); unos sencillos  pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf Lc 2, 8-20).

Emociona contemplar la actitud de humilde fe de los pastores ante el mensaje que reciben de los ángeles la noche de la Navidad. Dejan sus rebaños a buen recaudo, toman algunos sencillos obsequios y se dirigen hasta la gruta donde adoran a su Dios, le expresan su gratitud y su amor y dejan en sus manos lo mejor que tienen entre sus pertenencias.

Un poco más tarde los Magos reciben el mensaje de la estrella, también ellos dejan su hogar y se embarcan a la arriesgada aventura de un largo viaje, llegan a Belén, adoran reverentemente a Jesús como a Dios y Señor. Le ofrecen, oro, incienso y mirra, y le manifiestan su admiración por su categoría, su sumisión por la dignidad, su amor por la delicadeza que mostró al venir al mundo y avisarnos de tan maravillosa noticia.

Pero hay un personaje desconfiado, diverso, enemigo de la realidad de la Navidad, es Herodes. La noticia del nacimiento de su Salvador no le alegra, disimula su estupor ante los magos y les pide que le manifiesten dónde lo han hallado para aniquilarlo.

Actitudes contrarias de la Navidad, que se repiten también hoy, y parten en dos a la humanidad: El egoísmo tanto del grupo como el individual, nos tiene prisioneros de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros. Despertad nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran verdad común, en la comunión del único Dios (Benedicto XVI, 24-XII-2009).

Por una parte quienes necesitan a su Dios, se preparan íntimamente a recibirle, anhelan el encuentro personal con su Redentor en la cuna de Belén y gozan con el mensaje de su Dios, que desde la cuna les dirá: ¡no, yo no quiero la condenación del pecador, sino que se convierta y viva! Es un mensaje repetido por casi todos sus grandes profetas a través de los siglos.

Hay que elegir a tiempo. Interesa mucho la actitud que elija cada uno de nosotros ante el Dios Niño: lo aceptamos o lo rechazamos.

Lo adoramos y acogemos como los pastores y magos, o lo tratamos de degollar como Herodes. De este Niño no se ríe nadie, ya que Él juega la última carta y la última partida. Ante su tremenda y majestuosa presencia de Juez Eterno acudiremos todos, uno por uno, con tiempo suficiente para contentar nuestra vida con sus transgresiones y traiciones, y con actos generosos de bondad, nadie, ninguno se escapa de ese puente. El poderoso Herodes debería presentarse ante el Juez Jesús, lo mismo que el más modesto de los pastores. Como también pasaremos ante ese tribunal Usted y yo.

Importa mucho como conciba yo la Navidad, y como me prepare a celebrarla, como fiesta profana, o como encuentro gozoso, amistoso con mi Dios hecho Niño.

Herodes combate la Navidad matando niños. Es la ideología del mal encarnada en las estructuras sociales, que atenta contra la sacralidad de la vida humana, promoviendo la manipulación genética, esterilizaciones masivas, corrupción de la inocencia, eutanasia -ahora extendida también a los niños-, y, sobre todo el aborto que ataca la raíz misma de la vida.

Más que la lucha marxista de clases, lo que divide a los hombres en dos vertientes es la Navidad: o se acoge dignamente al Divino Niño en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y gozo en el cielo, o se la rebaja a una especie de carnaval.

Apresuremos con nuestro deseo el momento de su llegada; purifiquemos nuestras almas para que sean su mística morada y nuestros corazones para que sean su mansión terrenal; que nuestros actos de mortificación y desprendimiento “preparen los caminos del Señor y hagan rectos sus senderos”.

¡Feliz y santa Natividad del Señor!

20.12.12

Profetas de calamidades

Tres fuentes actuales de profecías irrumpen con fuerza la cultura religiosa: 1) la fuente protestante; 2) la proveniente del mundo secular, y, 3) la del mundo profético católico.

Respecto del profetismo proveniente del mundo secular, hace tres años Carlos Eduardo Rodríguez Cañón, decía en una jornada de presentación de sus libros:

un abanico de futurólogos de distintas disciplinas, profesionales que estudiando las distintas culturas y hechos científicos, ecológicos y cosmológicos muestran que en muchas culturas y épocas ha habido un mundo profético que habla sobre una futura generación que ha de sufrir una serie de tribulaciones. Según ellos muchas de estas, dan épocas aproximadas de su cumplimiento y coinciden con la época actual: por ejemplo las llamadas profecías mayas; vemos este despliegue -desde hace ya varios años- en la llamada televisión cultural como History Chanel, Infinito, y NatGeo, que amalgamando un cientificismo y calidad técnico-comunicativa demuestran que se están cumpliendo todas las profecías de los mayas, de Nostradamus, etc…. ¡Hasta se atreven a poner fecha para el “fin del mundo”!: 21 de diciembre de 2012.

El fin del mundo es una trampa muy utilizada por los charlatanes del catastrofismo, para engañar a los ignorantes. Hubo varios falsos profetas que creyéndose especialmente inspirados por revelaciones particulares divinas señalaron fechas concretas en el calendario. Todos ellos fracasaron absolutamente porque llegaron dichas fechas señaladas con tanta solemnidad y Cristo no ha llegado aún en su segunda venida. Un elenco extenso de sectas fundamentalistas, anunciaron varias veces la cercanía del fin del mundo y del juicio final, pasaron las fatídicas fechas y el mundo sigue su curso, y consecuentemente, por ejemplo, los Testigos de Jehová, no se atreven ya a señalar una fecha concreta, no fueran a caer nuevamente en ridículo, si no volvieran a acertar.

Giorgio Bongiovanni, el falso estigmatizado que anuncia la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo en un platillo volador, predijo el fin del mundo para 1991, 1993 y 1996, y hasta  el afamado diseñador de modas conocido como Paco Rabanne en un repentino acceso de adivino,  anunció al mundo que la estación espacial rusa Mir iba a caer sobre París el 11 de agosto de 1999, en coincidencia con el último eclipse total de Sol del milenio, lo quesegún una peculiar lectura de las Centurias de Nostradamus— iba a suponer la aparición del Gran Rey del Terror.

Nuestro Señor Jesucristo manifestó que el fin del mundo y el juicio final eran dos enigmas, ya que Dios mismo no quiso manifestar a ninguno qué fecha sería. Ni al Papa de Roma por mucha categoría que tenga, ni al fundador de los Testigos de Jehová ni a ningún otro profeta. Lo dijo nítidamente Cristo: En cuanto se refiere a ese día y a esa hora no lo sabe nadie, ni los ángeles de Dios, ni siquiera el Hijo, sino el Padre” (Mc 13, 32).

Es cierto que Cristo ha de llegar en su segunda venida para juzgar a vivos y muertos, puesto que lo afirma Él mismo. Otra cosa y muy distinta es cuándo haya de venir. La fecha queda en el misterio, de ahí que la gran preocupación de Jesús en su predicación, es de que estemos preparados en todo momento (cf.: Lc 17, 26-28). Y ¡ay de aquél que no se haya preparado suficientemente!

Bien está que se aproveche de esta nítida verdad de la Escritura, de la venida definitiva de Jesús como Juez para excitar a las almas a la conversión. Si Jesús nos habló de esa su venida, nos habló con la intención de que en ningún momento olvidásemos que llegaría el Juez y que todos pasaríamos por ese juicio, y que podría ser hoy mismo, ya que la Biblia no se opone a esta posibilidad. Lo que quiere Jesús es que estemos atentos, vigilantes para que ese día no nos sorprenda como un ladrón (1Tes 5, 4).

Jesús recomendó vivamente que estuviéramos en estado de alerta ya que ignorábamos el día y la hora de su llegada. La actitud de los fundamentalistas tiene su explicación en la Biblia misma. Desean estar preparados a la venida del Señor, algunos abandonan sus bienes y se despojan de todo. En lo que se engañan es en señalar un día concreto para esta venida definitiva de Jesús ya que ese día lo ocultó expresamente el mismo Dios.

Así, esperar la Parusía de nuestro Señor Jesucristo, significa tomar en serio nuestra condición presente. Cada vez que se hace necesaria una decisión, el hombre compromete su destino eterno. Esto explica la afirmación que hallamos en el Evangelio de san Juan: Ahora es ya el juicio del mundo (12, 31).

El verdadero cristiano vive con esto la realidad del juicio en todos sus pasos. Su vida toda adquiere una terrible seriedad por su conexión con el destino eterno. Espera todavía el último día y exclama el Maranatha – el Señor viene-, pero sabe también que quien escucha la palabra y cree… tiene la vida eterna y no está sujeto al juicio (de condenación) sino que ha pasado de la muerte a la vida (Juan 5, 24).

14.12.12

La hora de los laicos (3) - Viña próspera o masa amorfa

A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”

VIÑA PROSPERA

La viña de Jesús es próspera, pues se alimenta de la savia del Espíri­tu Santo, que la fecunda visceralmente. Es substancial que los viñadores se percaten de la riqueza de la viña, pero también de los valiosos instrumentos que Dios les puso a las manos cuando les envió a su parcela.

Todo laico bautizado lleva el sello de Dios. Recibió su gracia en forma de savia irrumpente que purifica, fortalece, fecunda su propio sarmiento. Si Jesús es el soporte de la cepa y productor de su sangre vegetal, el laico puede ser rama que reciba esa misma savia, que es sangre y vida divinas.

Este enriquecimiento es

misterio porque el amor y la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son el don absolutamente gratuito que se ofrece a cuantos han nacido del agua y del Espíritu, llamados a revivir la misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia (misión).

El viñador laico, que se apresta a su tarea, no puede olvidar que no es mercenario a sueldo, sino participante pleno del crecimiento y de la fructi­ficación de la viña:

Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto, ellos especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no solo de pertenecer a la Iglesia, si­no de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra.

LA EFICACIA DEL BAUTISMO

Muchos son los bautizados, pocos los que conocen y admiran su grandeza. Atrofia y esclerosis -como dice el Siervo de Dios, P. Tomás Morales, SJ- padecemos hoy la mayoría de los bautizados.

La raíz más profunda que atraviesa el mundo, de la inseguridad que nos amenaza en todo momento y nos asedia por todas partes, hay que buscarla en la deserción de los bautizados que, en medio del mundo, dejan de ser fermento para convertirse en masa amorfa.

De obrero extraño a hijo participante llega el laico mediante el bautis­mo, que verifica en sus entrañas tres fabulosos efectos: 1) los regenera a la vida de los hijos de Dios; 2) los une a Cristo y a su Cuerpo que es la Iglesia; 3) los unge en el Espíritu Santo constituyéndolos en templos espirituales.

Tres hitos que transforman la naturaleza espiritual del hombre, empi­nándolo hasta Dios, de quien reciben inspiración, savia, impulso y gozo. No es la Iglesia la que arrincona al laico, sin él mismo al no pretender conocer todos los misteriosos tesoros sobrenaturales con que Dios le ha engrandeci­do. Fuera de los privilegios ministeriales, el laico posee la misma contextura divina que el sacerdote. Los laicos son viña de la que Jesús se presenta co­mo tronco y el Padre como el podador que elimina ramas estériles y adoba las útiles para que produzcan más fruto.

El laico, fiel a su Señor, se convierte en un maravilloso templo de la Trinidad, que pasa a habitar en su consagrado recinto. Dignidad que le crea nuevas situaciones y nuevos horizontes, pues “participan, según el modo que les es propio en el triple oficio de Jesús: sacerdote, profeta y rey (Christifideles laici, 14).

Son sacerdotes por sus oraciones, sus iniciativas apostólicas, la vi­da conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso corporal y espiritual: dones propios que pueden añadir al Cuerpo y Sangre de Cristo constituyen­do un mismo sacrificio agradable a la Trinidad.

Son profetas, ya que se les habilita y compromete a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía.

Decía Lacordaire, (considerado el mejor orador sagrado de Francia): Un cristiano es un hombre a quien Jesucristo ha confiado otros hombres.

Son reyes, y viven la realeza cristiana mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado; y después en la propia entrega para ser­vir, en la Justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en sus herma­nos.

Tres carismas, tres tesoros, tres potencias, que no solo resultan joyas valiosísimas, sino que engendran responsabilidades y prestaciones que nin­gún laico debe orillar.

Afirmó el Beato Ozanam que la atracción de un alma es necesaria para elevar a otra y el Cura de Ars: El mundo será de quien ame más y lo demuestre mejor.

Hay que infundir en cada bautizado una mística de conquista alma por alma, de corazón a corazón. Fue la táctica de los primeros cristianos. Es la de las ideologías, la de las sectas, y es la de los jóvenes, ellos y ellas, sin advertirlo arrastran a sus compañeros al vicio y a la incredulidad.

En el segundo tomo de sus Recuerdos, que lleva como título Los Imprevistos de Dios, el cardenal Suenens, imaginó una entrevista que le haría un reportero en el cielo con la perspectiva de hoy, a Frank Duff, fundador de la Legión de María:

En el cielo apenas se conceden entrevistas. Pero, si de manera excepcional, Frank Duff pudiera damos algunos consejos, válidos para toda evangelización presente o futura, me parece que nos diría:

- que es preciso continuar la batalla destinada a convencer a todo cristiano de que debe ser apóstol en virtud de su bautismo, y que ese es un deber que hay que recordar contra viento y marea;

- que tenemos que anunciar el Evangelio, con palabras y con hechos, siempre y en cualquier lugar, y que ello nos obliga a estar en estado permanente de apostolicidad;

- que es preciso atreverse a creer que lo imposible se puede dividir en pequeñas fracciones posibles, y atreverse a caminar sobre las aguas;

- que es necesario valorar y otorgar prioridad al acercamiento directo, por contacto personal y testimonio vivo;

- que hace falta que los laicos asuman su propia responsabilidad, pero en osmosis estrecha con el sacerdote, que tiene un papel indispensable como intérprete del pensamiento de la Iglesia y como consejero moral;

- que no es posible vivir el cristianismo solo, sino que es preciso formar células vivas de cristianos, que se comprometan a reunirse a intervalos regulares, para orar juntos y apoyarse en su tarea evangelizadora;

- que el apostolado es un misterio de Redención, y que las almas se pagan a un precio muy elevado.