Contrarrevolución: ¿Se puede hacer algo?
Sr Director,
Socialmente, las cosas están mal, bastante mal, para ser sinceros. Lo podemos ver en los periódicos, en la actualidad más palpable. ¿Están en España las cosas peor? Quizá. O quizá no mucho peor que allende. Pero la pregunta clave es: ¿se puede hacer algo? ¿Estamos condenados a sufrir las penurias de un sistema cada vez más totalitario sin poder mover un dedo?.
Hablemos de España. En España, entre siete y nueve millones de españoles acuden con asiduidad a la misa dominical. Entre el 75% y el 90% se considera católico, y los no-creyentes y ateos apenas alcanzan una cuarta parte de la población (los datos varían entre estas cifras según fuentes). Es decir, esto son datos objetivos, no se los inventa nadie. Con esto no quiero decir otra cosa sino que nos encontramos en España, y no en Yemen, Rusia, Suecia o Ruanda.
Hagamos un sencillo ejercicio de aritmética. De los 35 millones de españoles con derecho a voto, tomando una participación promedio del 75%, resultan 26 millones de votantes. De ellos, aproximadamente 21 millones votan a los dos partidos mayoritarios, aproximadamente 1 millón a partidos de los considerados de “extrema izquierda”, unos 2,5 millones a partidos nacionalistas, y el resto, 1,5 millones, a otros partidos menores. De nuevo, datos públicos y notorios, irrefutables.
Ahora extrapolemos estos datos a la población definida como católica y que, por lo visto, practica. Seamos conservadores: digamos que hay “sólo” 7 millones, es decir, una previsión pesimista. Y supongamos también que la participación en este colectivo “baje” al 60%, debido a múltiples causas, como el descontento o la existencia de un colectivo de personas mayores que pueda no votar, niños, etc. En cualquier caso, tendríamos ¡4,2 millones de católicos practicantes! con derecho a voto en cada convocatoria electoral. Y eso sin contar los no-praticantes o no-creyentes que defienden los postulados de los principios no-negociables (derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, verdadera libertad religiosa, etc).
La pregunta tonta es: ¿qué papel han jugado / juegan esos cuatro millones mientras que, en más de treinta años, se han aprobado divorcios, abortos, matrimonios gays, EpC, LOGSE, etc?. La respuesta, tonta también, es: residual, insignificante, marginal, tangencial. Lo justo para llenar dos minutos de telediario tres veces al año y poner en bandeja los comentarios habituales de los medios afines a la revolución. Y esto por no hablar de la división interna que existe dentro de la propia masa social que, se supone, nos representa. Y sobre esto último, la revolución lo sabe perfectamente, lo que le permite apuntarse con toda comodidad al napoleónico “Divide y vencerás” (encarnado en el “yo soy católico” del Sr. Blanco).