La aspiración de llegar juntos hasta el altar para casarse sigue siendo el sueño de hombres y mujeres, aunque el creciente número de parejas en cohabitación parece probar lo contrario. La cohabitación no ha sustituido al matrimonio y un porcentaje muy elevado de los que viven en esta situación desearían casarse.
La crisis y fracasos matrimoniales tienen, a mi juicio, su origen en dos circunstancias: la primera es que estamos viendo que el amor también está en crisis y la segunda es la débil o nula preparación de los aspirantes a cónyuges.
Crisis del amor. Los cónyuges no se han sabido querer, construyendo su proyecto en el sentimiento, es decir, en el “te quiero porque me siento a gusto”, en vez de “te quiero porque me he propuesto hacerte feliz”.
Sobre la preparación, Juan Pablo II en su encíclica “Familiaris consortio” afirmó que la preparación al matrimonio, en nuestros días, es más necesaria que nunca y abarca tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata
La preparación remota concierne a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Esta preparación implica a la familia, la parroquia y la escuela, lugares en los que se educa a comprender la vida como vocación al amor. En esta etapa deberá salir a la luz , progresivamente el significado de la sexualidad como capacidad de relación que debe integrarse en el amor auténtico.
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