Javier Manzano profundiza en la importancia de los autos sacramentales en el Siglo de Oro español

Javier Manzano Franco (Sevilla, 1987) es licenciado en Filología Hispánica y cursó el Máster de Estudios Hispánicos Superiores de la Universidad de Sevilla. Siendo estudiante colaboró con el Grupo PASO (Poesía Andaluza del Siglo de Oro) en la elaboración del contenido de las webs de Novela Pastoril y Fernando de Herrera de la Biblioteca Cervantes Virtual. Más tarde colaboró con el Grupo LitesCo en calidad de asistente honorario. En 2014 se publicó su edición crítica de Delirium tremens, libro de poesía del olvidado bohemio leonés Pedro Barrantes (1863?-1912).

¿Qué es un auto sacramental?

El auto sacramental es una obra teatral escrita en un solo acto, de intención didáctica y cuyo tema principal (aunque no siempre el único) es la exaltación del Misterio de la Eucaristía. Otra característica definitoria es que el conflicto que pone sobre las tablas es una alegoría, protagonizada casi siempre por abstracciones personificadas (la Fe, la Razón, la Culpa, la Discreción…), personajes arquetípicos (el Rey, el Niño, el Rico…) o simbólicos (por ejemplo, personajes de la mitología griega que en realidad simbolizan virtudes o vicios). Aunque el tema eucarístico es el predominante en los autos sacramentales, también pueden aparecer temas teológicos secundarios como los relacionados con la mariología en los llamados autos marianos. Lo que sí define claramente el auto sacramental es su vinculación a la Solemnidad del Corpus Christi, pues era un subgénero teatral que se escribía para ser representado expresamente en esa fiesta y no en ninguna otra ocasión.

¿Cuáles son sus orígenes?

En 1264 el Papa Urbano IV establece la fiesta del Corpus Christi, la cual será impulsada por Papas posteriores como Juan XXII, quien manda en 1317 hacer procesiones del Santísimo Sacramento. Junto a estas, se van celebrando también cada año representaciones todavía muy rudimentarias, prácticamente juglarescas, que poco a poco van alcanzando mayor complejidad técnica. En el Corpus de 1424 aparecen ante don Alfonso el Magnánimo en Barcelona una serie de representaciones breves en cadena a modo de retablo, y a finales del XV también son comunes estos “juegos”, como se los llama, en Toledo y Oviedo. Pero el que se considera el primer auto sacramental que se conserva escrito es la Farsa sacramental (1520?) de Hernán López de Yanguas, seguida de otra Farsa sacramental (1521) anónima que Cotarelo atribuyó al mismo autor. A mitad de siglo se publica Recopilación en metro (1554), la obra dramática deDiego Sánchez de Badajoz que incluye diez piezas alegóricas como la Farsa racional del libre albedrío o la Farsa de la Iglesia. Por último, el Códice de autos viejos (1550-1578), valiosísima colección de autos religiosos del siglo XVI, contiene algunas piezas que pueden considerarse autos sacramentales primitivos.

Sin duda una bellísima expresión de la visión teocéntrica del hombre medieval…

No sé si se puede calificar el barroco de teocéntrico, pero desde luego es en este período cuando se produce una crisis del antropocentrismo. Las teorías heliocéntricas de Copérnico y Kepler dejan al descubierto que el hombre no es el centro del universo, y las hambrunas, pestes y guerras que asolan Europa derrumban el optimismo humanista. El hombre barroco tiene como principal virtud el desengaño y concibe la vida como un sueño y el mundo como un gran teatro, sombras vanas que se disuelven en un abrir y cerrar de ojos y tras de las cuales está la vida verdadera, que es la del más allá. De esto trata el que es sin duda el auto sacramental más célebre de Calderón y en general de toda la literatura española: El gran teatro del mundo (1655). En él, un Autor o director de una compañía de teatro (Dios) da instrucciones al Mundo para contratar actores que representarán distintos estamentos sociales: Rey, pobre, rico, campesino, religiosa, etc. Solo hay una regla de interpretación: “Obrar bien, que Dios es Dios”. Al final de la función (la vida), los actores se presentan ante el Autor, quien los enviará al infierno, al purgatorio, al limbo o al cielo a disfrutar por siempre del Banquete de la Eucaristía.

¿Por qué tuvo su apogeo en el Siglo de Oro español?

Aunque hubo en su día cierto debate sobre esta cuestión, parece innegable que fueron decisivos el Concilio de Trento y el papel que España jugó en él. En 1551 el Concilio mandó encarecidamente “que se celebre la fiesta del Corpus como manifestación del triunfo de la verdad sobre la herejía y para que se confundieran los enemigos del Sacramento viendo el regocijo universal de la Iglesia”. En los dos siguientes siglos la Iglesia española fomentó la composición de obras teatrales para ser representadas durante el Corpus que educasen al pueblo en el dogma de la Transubstanciación y la presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía, que era criticado por distintas ramas del protestantismo. Del mismo modo, los autos sacramentales abordaban de forma didáctica otros temas de la doctrina o la devoción católicas que la Contrarreforma debía dejar bien aclarados y consolidados frente a la amenaza protestante, como los medios de salvación, la Inmaculada Concepción de la Virgen María, etc. La literatura áurea española (en concreto la barroca) es una literatura que se escribe inspirada por la Contrarreforma católica.

¿Qué importancia tuvo la figura de Calderón de la Barca?

Con Pedro Calderón de la Barca el auto sacramental llega a su culminación tanto a nivel literario como escénico. En sus ochenta y un años de vida compuso ochenta autos sacramentales, más que ningún otro autor del Siglo de Oro. Estos además están compuestos con todos los primores del lenguaje poético barroco de moda en la época, desde la agudeza de la metáfora conceptista a las oscuridades del latinismo cultista, lo cual convertía estas piezas, originalmente pensadas para el consumo popular, en un producto de alta cultura a la vez muy apreciado por los letrados. A la sofisticación poética se añade el profundo contenido doctrinal, pues Calderón recibió de niño una esmerada educación humanística y teológica en el Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid, y en 1651 se ordena sacerdote.

Finalmente, la figura de Pedro Calderón de la Barca es muy importante en la culminación del auto sacramental porque con él la puesta en escena de este género alcanza una riqueza hasta antes nunca vista. Calderón, que desde 1635 es director del Coliseo del Buen Retiro y estrena fastuosísimas comedias palaciegas y zarzuelas llenas de música, decorados impresionantes y efectos especiales, trasladará a los autos sacramentales que se representan en las plazas durante el Corpus Christi algunos de estos elementos: actores que “vuelan”, trampillas que se abren apareciendo el “infierno”, escenografías sorprendentes, montes o bolas del mundo que se abren y dejan ver otro escenario en su interior, dragones mecánicos…

¿Qué otros autores podemos destacar?

Lope de Vega, como no podía ser de otro modo, hizo su incursión en el género: en su novela bizantina El peregrino en su patria (1604) se incluyen cuatro autos sacramentales, por citar algunos de los que escribió. También Tirso de Molina escribió dos autos sacramentales, siendo el más conocido El Colmenero divino. A partir del éxito de Calderón aparece una generación de dramaturgos (Ruiz Zorrilla, Moreto, Bances Candamo) coetáneos o discípulos suyos de talento muy desigual. Mientras tanto, en la América española brilla la novohispana Sor Juana Inés de la Cruz, quien compuso varios autos sacramentales, siendo el más destacado el auto mitológico El divino Narciso (1690) en el cual se representa cómo Narciso (Cristo) se enamora de Su propia imagen y semejanza (el personaje Naturaleza Humana) ante los celos de la ninfa Eco (el diablo) acompañada por Soberbia y Amor Propio.

¿Cuál fue la aportación de este género a la cultura y a la devoción popular?

El auto sacramental, como las justas poéticas que se celebraban en honor de la Virgen o de los santos, tenía una importancia fundamental en una sociedad como la del siglo XVII en la que la gran mayoría del pueblo llano no sabía apenas leer y, si sabía, carecía de acceso a los libros de doctrina católica por ser el libro en general un artículo de lujo y por estar estos en concreto escritos en latín, lengua que pocos dominaban. Esta situación se subsanaba mediante la predicación del sermón durante la misa que se hacía en lengua vernácula y suponía un brillante ejercicio de oratoria, pero también mediante la iconografía presente en la iglesia y en las procesiones y mediante estos recitales poéticos y obras teatrales en las plazas de las ciudades.

Al igual que las parábolas de Cristo, las alegorías que escenificaban los autos sacramentales, en las que unos actores de carne y hueso simbolizan conceptos teológicos muy abstractos, constituían una forma muy didáctica y amena de instruir al pueblo en los misterios de la fe. Esto ha hecho que la fiesta del Corpus siga muy viva en muchas ciudades de España como Sevilla, Toledo y Granada, siendo estas dos últimas ciudades las que conservan tradiciones del Corpus del Siglo de Oro como los gigantes y cabezudos y la tarasca, dragón que representa a la Bestia del Apocalipsis sobre cuya grupa monta un maniquí femenino que representa a Ana Bolena, personificación de la herejía.

¿En la Ilustración vino el declive del género?

El género no sufrió declive alguno en cuanto a aceptación popular, pues el pueblo vivía entusiasmado a la espera de estas representaciones. Todas las circunstancias que llevaron a la definitiva prohibición en 1765 de los autos sacramentales junto con las comedias de santos y las comedias de magia fueron impulsadas por una élite de moralistas que ya desde el siglo XVII se opusieron a este género teatral. En 1626 el dominico Alonso de Ribera escribe en su Historia sacra del Santísimo Sacramento sobre “la manera de representar los autos sacramentales, con muy poca reverencia y acompañamiento de bailes y entremeses atrevidos”. En 1679, el padre Manuel Ambrosio de Filguera se queja de que durante el Corpus “hay entremeses, cantares, danzas y bailes y otras circunstancias de gracejo, que todo motiva alegría y risa” (sin comentarios).

Con estos antecedentes llegamos al siglo XVIII, en el que los ilustrados no hacen sino repetir argumentos similares contra el auto sacramental. Así, Blas Antonio Nasarre acusa a los autos de ser “interpretación cómica de las Sagradas Escrituras”, de contener “anacronismos horribles” y de estar “confundiendo lo sagrado con lo profano”. Durante el reinado de Carlos III la animadversión contra el auto sacramental aumenta, y José Clavijo y Fajardo clama desde su periódico El Pensador (1762) contra “estas farsas espirituales” “ofensivas y perniciosas al Catolicismo y a la Razón”, basándose en el hecho de que el auto sacramental no encaja en ningún género literario desde el punto de vista de la poética neoclásica y en que hace perder el respeto por las cosas sagradas.

¿Qué supuso su prohibición?

El fin del auto sacramental, la comedia de santos y la comedia de magia, los subgéneros teatrales de mayor éxito, supuso el fin del teatro popular hasta el Romanticismo y del teatro de calle hasta los años 80 del siglo XX. Este fue sustituido por el teatro neoclásico, un teatro elitista, carente de fantasía, maniatado por numerosas reglas poéticas y tremendamente aburrido, dirigido exclusivamente a la aristocracia (la tragedia) o a la alta burguesía (la comedia) con el fin de educarlas en los nuevos principios del absolutismo ilustrado, el racionalismo y el liberalismo económico. La aparición en la década de 1780 de la comedia sentimental o comédie larmoyante, aún más minoritaria, no logró evidentemente un acercamiento al público como el de aquellos autos sacramentales del Barroco a cuyas representaciones asistían masas.

¿Cómo se podría en cierta manera recuperar el género?

Óscar Cornago ha investigado sobre la subsistencia de ciertos elementos rituales y alegóricos que recuerdan el auto sacramental en obras del teatro vanguardista desde los 60 hasta hoy. Yo estoy plenamente de acuerdo, y por aquí se podría empezar. Algunos dramaturgos vanguardistas desde los 60 hasta hoy como Fernando Arrabal, Miguel Romero Esteo y Angélica Liddell han elaborado un teatro simbólico con elementos procedentes del imaginario sagrado, aunque han sido vaciados de toda significación religiosa o bien esta ha sido invertida. Nosotros debemos revertir ese proceso, re-llenar esos elementos con el valor religioso que originalmente tuvieron, para volver a hacer autos sacramentales que se expresen en un lenguaje actual y no caer así en el anacronismo. De todos modos, ya se está realizando la tarea: el poeta Daniel Cotta estrenó Effetá el pasado 2 de junio en la Catedral de Córdoba, el que, según creo, es el primer auto sacramental del siglo XXI.

Por Javier Navascués

1 comentario

  
Cos
Hermosa idea recuperar los autos sacramentales.
08/09/23 10:00 PM

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