Luis Antequera analiza su libro Crucifixión. Orígenes e historia del suplicio

Luis Antequera. Abogado y economista, es autor de Jesús en el Corán (2006), El cristianismo desvelado (2007), Derecho a nacer (2010), Cristianofobia (2016) y De Saulo a Paulo. El rabino que se cayó del caballo (2019) e Historia desconocida del Descubrimiento de América (2022). Es articulista en diversos medios con más de 2.500 artículos publicados. También es contertulio en programas de radio y televisión, colaborador habitual en el programa Diálogos con la Ciencia y En forma. Dirige los programas radiofónicos Con otros ojos y Esta no es una semana cualquiera. Conferenciante de éxito con más de cincuenta ponencias, siempre en el ámbito cultural. Asimismo, es fundador de El Club de la Tertulia, con más de cien actos celebrados en los que han intervenido importantes personajes de la actualidad nacional. Miembro del grupo de pensamiento Foro Diálogos para el Desarrollo.

¿Por qué un libro sobre la crucifixión?

Porque la crucifixión fue un espectáculo cotidiano para muchas personas de muchas civilizaciones durante muchos siglos, tan cotidiano como, por ejemplo, podría ser hoy cualquier espectáculo de masas, algo que, en muchas ciudades, (y Jerusalén entre ellas) ocurría con una periodicidad muy corta.

Por si ello fuera poco, una práctica tan inesperada como una crucifixión muy concreta acabará convirtiéndose en el evento que parte la Historia por la mitad, y sirve de lanzadera a la mayor revolución ética, moral, ideológica, social, y hasta política de la Historia. La pretensión de esta obra es aportar una perspectiva histórica en la que probablemente no se ha abundado tanto.

Obviamente la crucifixión de Cristo es la crucifixión por antonomasia, la más importante de la historia, pues es la crucifixión del mismo Hijo de Dios, que tiene un valor redentor y salvífico…

El libro que he escrito no tiene una pretensión teológica, ¡Dios me libre! Nunca mejor dicho. Se detiene en los hechos históricos y en sus consecuencias igualmente históricas. De hecho, se dedica a la crucifixión de Jesús, en lo que tiene de testimonio histórico sobre el suplicio, y nada más.

Pero por no dejar su pregunta sin respuesta, creo que la interpretación que del hecho hará el cristianismo está íntimamente relacionada con ese “chivo expiatorio” que se menciona en Levítico, el cual, entre los judíos, servía para lavar los pecados de la comunidad. Sólo que aquí, en vez del sacrificio de un chivo, se produce el de un hombre. Hombre que, además, no es cualquier hombre, sino la encarnación misma de Dios. Y todo ello, ¿por qué? Pues porque el pecado es inmenso: no se trata del pecado de una pequeña comunidad, la judía, durante un espacio de tiempo más o menos limitado, como en el caso del chivo expiatorio. Es la expiación del pecado de toda la Humanidad, y durante toda la Historia. Desde este punto de vista, ¿por qué la cruz y no otro modo más benévolo? Una vez más, por lo mismo: la sublimación del sacrificio en su grado máximo. La cruz porque es la pena máxima de todos los summa suplitia que preveía el derecho romano.

¿Por qué en su trabajo ha querido profundizar en los orígenes e historia de este suplicio?

Muy sencillo. Para los cristianos, y a través de los cristianos, para todo el mundo, la cruz ha perdido buena parte de su aspecto mortífero, convirtiéndose en un símbolo “neutro”, indoloro, representativo de todo aquello que puede implicar un buen entendimiento del mensaje cristiano: el amor, la fraternidad, la caridad, la solidaridad, la verdad… tantas cosas. Me pareció interesante recuperar para el lector, para el que mira una cruz en definitiva, ese aspecto terrorífico que tiene el que probablemente sea el peor suplicio por el que pueda pasar un ser humano, tan olvidado ya a base de contemplar todos los días, durante siglos, una bella cruz en la puerta de una iglesia, o hasta en la de la propia casa.

¿Cuál es la primera vez en la que tenemos constancia de una crucifixión y en qué momentos de la historia han tenido lugar?

En el panorama histórico se ven cruces desde muy antiguo, quizás tan pronto como el s. VII a. C. en que parece que son los persas los que empiezan a utilizarlas, pasando de ahí a los griegos y a los cartagineses. Y de los cartagineses a los romanos.

Pero a la hora de responder a esta pregunta se han de señalar dos cosas importantes. La primera, que la cruz no era sólo una manera más o menos cruel de aplicar la pena capital. Más todavía, era un arma de guerra. Los ejércitos, persas, griegos, romanos, crucificaban a sus enemigos al terminar la batalla, produciéndose verdaderas masacres de prisioneros sobre cruces. Como una manera de librarse de la pesada carga que para un ejército es transportar prisioneros. Y también, y no menos, como “mensaje a navegantes”, los ejércitos que habrían de enfrentarse en el futuro a aquél que practicaba las crucifixiones. Aunque no estemos en situación de aportar cifras más o menos exactas, sí me queda la impresión de que fueron muchas más las crucifixiones producidas sobre el campo de batalla, que las que se produjeron como resultado de la ejecución de una condena a muerte.

Y segundo, que la crucifixión acoge toda una gama de suplicios muy extensa. Estamos acostumbrados a ver a un crucificado muy concreto sobre una cruz muy concreta, con forma latina, según se le ha dado en llamar, en una postura erguida y más o menos digna después de todo, con los brazos en posición de abrazo, las piernas estiradas… Crucifixiones como esa, alguna debió de darse, no digo que no, desde luego, pero no es la única posible ni, seguramente, la que con mayor frecuencia se produjo. Los reos de cruz eran atados o clavados a árboles, a cruces sin forma definida, incluso a cruces que apenas tenían un estípite (el palo vertical), y no patíbulo (los brazos)… hasta en muros, como, según relata Flavio Josefo, ocurrió en las Guerras Judeo-romanas. Y en posiciones de lo más variado, tanto mejor cuantos más jocosas o infamantes, bocabajo algunos, de costado otros, hay testimonios de crucificados que recibían un clavo en sus partes pudendas…

¿Siguen dándose en la actualidad?

Sí, en la actualidad se siguen produciendo crucifixiones. Tan recientemente como en 2019, la prensa mundial recogió el caso de una ejecución en Arabia Saudí, con 37 condenados a la pena capital, uno de los cuales fue crucificado.., eso sí, una vez ejecutado, una vez muerto. Porque una de las finalidades de la crucifixión, quizás la principal, es el escarnio público, y este escarnio también se puede conseguir sobre un cadáver.

Si alargamos un poco más el plazo, pudieron producirse crucifixiones durante el Holocausto Armenio de principios del s. XX en el Imperio Turco. Y hasta tenemos una fotografía de un crucificado en Japón, Sokichi, condenado por matar a su amo, a finales del XIX o principios del XX, verdaderamente sobrecogedora.

¿Cómo el ser humano pudo pensar en una forma tan cruel de dar muerte a sus semejantes?

Es la gran pregunta, y su respuesta es un clásico: “el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor”. Puede que en formas tan refinadas de producir la muerte a un semejante haya componentes más que lúdicos, incluso de tipo sexual, como el sadismo o el masoquismo. Está testimoniado que las sesiones de guillotina que se producían en el París revolucionario afectaban a la libido de algunos de los espectadores, incluso damas de la nobleza que contemplaban sibilinamente desde las ventanas de sus palacios adyacentes las largas sesiones de guillotina, “perdiendo la calma”.

Existe otro componente también: hablaríamos aquí de esa “banalidad del mal” que tan bien describió la periodista Hanna Arendt cuando tuvo que hacer la crónica del juicio de Adolf Eichmann, el nazi alemán capturado en Argentina por los servicios secretos israelíes, juzgado en Israel y condenado finalmente a muerte en la horca. A la periodista alemana de origen, nacionalizada estadounidense, le sorprendió la rutina, la cotidianidad, la indiferencia con la que el dirigente nazi realizaba su trabajo de exterminar judíos, con el solo afán de “hacerlo bien”, puesto que ese era su trabajo, sin entrar a considerar ninguna otra variable, como el drama humano, el sufrimiento producido, la injusticia, la crueldad… Así me imagino yo a tantos soldados y a tantos verdugos que tenían que llevar a cabo un trabajo tan atroz como colgar a un semejante de una cruz.

A raíz de la muerte de Cristo la cruz adquiere un profundo significado simbólico y teológico…

Sí, eso es así. Es curioso, porque el mismo Jesucristo, antes de ser crucificado, ya hace una alusión a ese significado simbólico de la cruz cuando dice aquello de “cada uno que tome su cruz”, recogido por los tres Sinópticos.

La literatura cristiana asumirá ese valor simbólico y teológico de la cruz con prontitud, hallando referencias a ello en autores muy tempranos, el mismo Pablo, el primero de los teólogos cristianos. Más le costará, sin embargo, hacerlo así, a la iconografía cristiana. No olvidemos que entre los primeros símbolos que sirven a los cristianos para identificarse entre sí y ante los demás, no va a hallarse la cruz: está el crismón, está el ictus (pescado), pero no, en modo alguno, la cruz.

La representación más antigua que ha llegado a nuestros días de la crucifixión de Jesús data del s. III (aunque otras dataciones la sitúan a finales del s. I): es el llamado “Grafito de Alexámeno”, pero no es una representación cristiana: está realizada por un pagano que lo que quiere es, justamente, burlarse de los cristianos, por lo que Jesús aparece colgado en la cruz con una cabeza de burro. A pesar de lo cual es una representación muy coherente, de la que podemos extraer muchas claves históricas.

La representación más antigua estrictamente cristiana que ha llegado a nuestros días es la de la puerta de la basílica de Santa Sabina, en Roma, que debe de datar del s. V. El cristianismo sólo asume la cruz como símbolo cuando ya lleva tiempo sin verse en las ciudades, es decir, mucho después de que el convertido emperador Constantino prohíba la crucifixión, precisamente por haber sido la manera en que murió Jesús, prohibición que aconteció en el primer cuarto del s. IV.

La crucifixión de Cristo está muy bien documentada históricamente. ¿En cuántas fuentes ha podido investigar?

Evidentemente, en los textos canónicos, esto es, el Nuevo Testamento, donde se produce una paradoja curiosa: mientras el juicio y la Pasión de Jesús están narrados de una manera muy prolija y detallada, la crucifixión, propiamente dicha, no lo está. Los evangelistas resuelven el relato con un simple “y lo crucificaron [a Jesús], sin explicar qué forma tenía la cruz; si era baja o era alta; si Jesús fue adherido a ella en el suelo y luego alzado, o en una cruz previamente hincada al suelo; si estaba completamente desnudo o no (que con toda seguridad lo estaría)… Lo que para empezar revela una cosa: ni al ciudadano judío ni al ciudadano romano al que los evangelios van dirigidos había que explicarle qué era una crucifixión y cómo se practicaba.

Pero es que por no decirnos… ¡ni siquiera nos dicen los evangelistas si Jesús fue clavado o atado a la cruz! Dato que conocemos a ciencia cierta, sí, pero por un relato tangencial, cual es el de la aparición de Jesús a siete de sus discípulos, y cómo éstos le dicen a Tomás que han visto al Señor, y entonces Tomás responde aquello de “hasta que no meta los dedos en las llagas de sus manos”

Hay textos apócrifos posteriores, siglos IV, V, que aportan algo más de información. Un apócrifo, pero no relativo a Jesús, sino a San Andrés, recoge también un relato muy vivido de lo que fue su crucifixión, la de Andrés.

Aparte de estas fuentes estrictamente cristianas, están las fuentes judías, Flavio Josefo es sumamente informativo, el Talmud…

Y están, por supuesto, las fuentes clásicas. Casi todos los autores griegos y romanos realizan alguna alusión a la crucifixión, muchas de las cuales se recogen en el libro que he escrito, lo que atestigua la cotidianidad que tuvo el suplicio en los primeros siglos de nuestra era y también en los anteriores.

Por Javier Navascués

3 comentarios

  
Sonia S
Hola,

moralmente, es un paso importante considerar la contemplación del sufrimiento ajeno, con publicidad, como algo deleznable y execrable. Y no cabe duda que el cristianismo apeló a esos buenos sentimientos, Aunque tampoco hay que olvidar que no fue hasta avanzado el XIX, que se eliminaron en los ordenamientos jurídicos de los países occidentales, los tormentos y tratos degradantes. La descripción del ajusticiamiento del autor del intento de asesinato de Luis XV de Francia es sencillamente horripilante, estremecedor.

Prohibición, ni que fuera nominalmente, claro está. Y en público, porque la lacra de la tortura todavía se practica en los sótanos del ministerio del interior.

Al hilo de la Arendt, quien acuñó la banalidad del mal a propósito del episodio de Eichamann, también en las dictaduras de Ámerica del Sur en los 70s, en que los gobiernos, el mismo Estado se convirtió en terrorista y aplicó el sadismo como "política" oficiosa, se dieron casos de horror que ponen en duda la misma condición humana.
Así, Borges, que al principio saludó a la dictadura de Videla et ali, pocos años después, al asistir al juicio de los comandantes y jerifaltes del régimen criminal de 1976, habló de la inocencia del mal cuando escuchó a uno de los testigos (y víctima) como a los secuestrados se les ofrece en Navidad un menú 'civilizado'. Al día siguiente volverían a los cuchitriles, a la comida podrida, a la falta de la más elemental higiene, a las cámaras de tortura y a la ausencia de toda dignidad, y es que no solo desaparecían cuerpos, junto a ellos se extinguia también toda ley y moral.

O, yo misma, al leer el testimonio de una 'desaparecida' de la misma dictadura argentina, cuando narra la visita de un prelado a uno de esos centros infames de detención ilegal, y a la insistencia de la secuestrada de recibir confesión, le cuenta al clérigo que en ese predio, aparte de todos los tormentos inimaginables, se estaban violando desde niñas de 15 años a ancianas de 60, y el asombro del oyente que dice "quedamos en tortura sí, pero no violaciones ... " y yo, pensando en la perplejidad del religioso, convertida en la ingenuidad del mal. No podia creer el buen pastor que aparte del hierro electrificado con los miles de voltios no penetrasen en las partes más íntimas y delicadas del cuerpo humano otra clase de "objetos" más mundanos.

El mal parece tener muchas aristas.

Saludo,
02/05/23 4:24 PM
  
Cos
El hombre que intentó asesinar a Fernando el Católico no sufrió menos tormento que el que lo intentó con Luis XV de Francia. La ejemplaridad en el castigo y la exposición de los despojos del reo fue lo normal durante siglos. Era usual colocarlos a la entrada de las ciudades.
Sobre esto escribió Michel de Foucoault en su famosa obra Vigilar y castigar.

Filósofo muy lamentable en otros aspectos, sobre este presentaba una explicación creo que muy interesante: el castigo ejemplar se había cambiado por la sociedad de la vigilancia durante el siglo XIX. El cambio tiene que ver, en primer lugar, con la creación del Estado y de un aparato institucionalizado de carácter profesional en el ámbito penal, y en segundo lugar, la rebaja de la consideración moral y su recambio por presupuestos de tipo mas práctico.
Si Foucault viviese hoy en día quizá tuviese algo que decir sobre este asunto, siendo que estamos en un momento de cambio y no sabemos hacia adonde y que el estado de vigilancia tiene un techo que es difícil de determinar, incluso podría convertirse en otra cosa como algún tipo de sistema pre policíaco.
03/05/23 1:30 AM
  
Cos
Y, desde luego, hay que distinguir entre lo que es un castigo resultado de un crimen, por muy duro e intolerable que nos resulte hoy en día, de lo que es el uso de la tortura mas allá de lo que sería su cometido para estos casos.
Estos castigos eran precisamente públicos, la publicidad era parte consustancial de su sentido. Si se hacen de forma oculta, su naturaleza es otra. Comúnmente suelen ser para obtener información. Sin entra a valorar el componente que pueda haber detrás de cualquiera de estos casos de maldad y perversión.
03/05/23 1:41 AM

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