Enrique Martínez: “Rezar el Santo Rosario en casa es el arma idónea para la educación de los hijos”

Enrique Martínez García es Catedrático de Filosofía en la Universidad Abat Oliba CEU, miembro ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás, Director del Instituto Santo Tomás de Aquino de Barcelona. Es a su vez Terciario carmelita y miembro de Schola Cordis Iesu. En esta entrevista nos habla de algunos de los principales aspectos de la familia con relación a la educación de los hijos según Santo Tomás de Aquino.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que los padres deben dar fundamentalmente tres cosas a los hijos: el ser, el alimento y la instrucción. ¿Por qué esto que nos enseña el santo debe ser así?

Porque la educación paterna es una prolongación natural de la generación y la crianza. Si lo propio del hombre es vivir según la razón, la generación de los hijos tiende a culminar lo que se ha iniciado al engendrarlos, y eso es darles el debido alimento material para que crezcan según el cuerpo y darles el debido alimento espiritual para que crezcan según el alma. Y esto es educar. Esta continuidad pone de manifiesto algo muy digno de ser admirado, y es el orden de la naturaleza, tan rechazado en nuestros días. Nuestra época quiere precisamente eliminar ese orden natural, porque es el que más claramente manifiesta la huella de Dios creador; e incluso de Dios redentor, pues quiso hacerse hombre para nuestra salvación en el seno virginal de María y formando parte de una auténtica familia. De ahí que se ataque con tanta fuerza la generación y la educación de los hijos.

El Aquinate explica con mucha claridad que si bien para alcanzar la generación del hijo es claro que basta la unión sexual; no es suficiente con dar a luz un hijo, sino que hay que llevarlo a su perfección. ¿A qué perfección se refiere?

Se refiere a la virtud. La definición de educación dada por santo Tomás al afirmar que el matrimonio es algo natural es: “conducción y promoción de la prole hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”. Esta definición luego fue asumida literalmente por el Papa Pío XI en su formidable encíclica Divini Illius Magristri sobre la educación, y que debieran leer los padres y maestros. La virtud es una disposición estable para obrar bien. Que la virtud sea el fin de la educación significa que el niño ha alcanzado con la virtud el gobierno de sí mismo, ya sea en lo intelectual, en lo moral o en lo técnico; ya es capaz de obras de adultos, como dice el Aquinate.

En el orden moral la virtud que identifica esa mayoría de edad es la prudencia, es decir, tener providencia de sus propios actos, tal y como la Providencia divina ha dispuesto que obre el hombre. El hombre virtuoso es el que manifiesta más claramente que es imagen de Dios. Y si atendemos a la virtud infusa, que ordena a la salvación, esa mayoría de edad es la que se da cuando el niño espiritual pasa a dejarse mover por el Espíritu Santo. Por eso suelo decir que la educación cristiana de los hijos debe conducirlos a realizar un día Ejercicios Espirituales ignacianos para discernir ante Dios qué quiere de Él.

Tan importante es esta estabilidad del matrimonio en orden a la educación de los hijos que santo Tomás afirma que debe durar toda la vida, y que, por consiguiente, la indisolubilidad del matrimonio es de ley natural. ¿Por lo tanto el educar a los hijos es un factor clave en
el matrimonio y una gran responsabilidad?

Por supuesto. Si me permite, más que “factor clave” hay que decir que es un fin esencial del matrimonio. Los padres no pueden hacer dejación de esa misión, cediéndola a otras instancias. Son muchos los que consideran que llevando los hijos a la escuela ya han cumplido. No es así. Lo fundamental es lo que los hijos reciben de sus padres. Por eso, una de las intromisiones más graves en el ser del matrimonio es que sea el Estado el que pretenda educar a los niños, y esta es una de las batallas más importantes de nuestros días. Además, lo que el Estado pretende con eso es precisamente eliminar la condición natural del matrimonio y de la educación; por eso no es de extrañar que dicha intromisión se haga por medio de las ideologías más contrarias a la naturaleza, como la ideología de género.

El matrimonio, por consiguiente, está ordenado por naturaleza a la educación de los hijos y al perfeccionamiento de sus almas por medio de la virtud. ¿Por lo tanto si los padres fracasan en la educación de los hijos fracasan en cierta manera en el fin del matrimonio?

Dicho así suena muy mal a los oídos de nuestros días, acostumbrados a frases sentimentales. Pero hay que decir que sí, que es un fracaso. Pero no olvidemos que los fracasos forman parte habitualmente de la vida del hombre, y Dios lo permite para que del mal pueda surgir un bien mayor. Nunca olvidaré el primer libro que me regaló mi padre: El arte de aprovechar nuestras faltas, del P. Tissot.

Ahora bien, hay que ver qué ha conducido a ese fracaso. Por un lado, la educación en la virtud fracasa muchas veces porque se ha planteado como la consecución de un “ideal” abstracto, y no como un legado, como una herencia que el niño recibe. La virtud que se pretende en el niño es algo que de algún modo ya tiene, que hereda de sus padres, sus abuelos, de tantas generaciones pasadas. Un niño es heredero de la virtud de los héroes, de los santos, de los mártires… Hay que hacerle experimentar ese gran tesoro que recibe y debe fructificar. Siendo algo tan real, y no una abstracción, un “valor”, hay que corregir al niño que rechaza tal legado; la educación en valores no suele conducir a la corrección de los hijos, sino a que el niño construya su identidad en todos los ámbitos –es el lamentable constructivismo pedagógico-. Y si finalmente el niño dilapida la herencia, como el hijo pródigo, el padre seguirá esperándole para volver a ponerle el anillo de la familia, signo de ese tesoro que es la virtud.

Por otro lado, la educación fracasa porque no se han buscado ayudas adecuadas. Los padres son los principales educadores, pero no se bastan a sí mismos. Es necesaria la comunidad de familias cristianas, en donde los amigos de los hijos sean los hijos de los amigos de los padres. Y también un colegio que esté en continuidad con la educación familiar, y eso hoy en día es lamentablemente muy difícil de encontrar. ¡Que responsabilidad tienen los directores y profesores de las escuelas católicas!

El Cura de Ars llegaba afirmar que muchos padres ponían en peligro su salvación si no educaban bien a sus hijos porque el fundamento del matrimonio, la familia y la educación no es otro que el orden natural creado por Dios; ¿por lo tanto, hasta que punto serían graves prácticas como la fornicación o el adulterio, que desgraciadamente tanto abundan en nuestros días?

Su pregunta me lleva a la cuestión fundamental. La ayuda imprescindible para los padres en la educación de los hijos es la gracia de Dios, que se nos da por medio de la Iglesia. Pío XI rechazaba con contundencia cualquier forma de naturalismo en la educación, como si el hombre se bastara a sí mismo. ¡Claro que la responsabilidad de la educación es asunto grave ante Dios! El pecado es el peor enemigo en la educación de los hijos. Pero, aunque el hombre es débil, contamos con la gracia de Dios, que asiste a todos los padres al educar, y a los hijos por medio de la recepción del sacramento, comenzando por el bautismo al nacer, pero también con la frecuencia en la sagrada comunión y en la confesión.

Y, por supuesto, con la vida de oración en casa. El Santo Rosario es el arma idónea para la educación, como lo fue para santo Domingo en su predicación. Antes decía que el niño debe sentirse heredero de la virtud de sus antepasados. Pues también de las grandes obras de Misericordia de Dios. Piense que el Niño Jesús rezaría aquel salmo: “Por nuestros oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres” (Sal 44, 2). Y lo que oyó fue a san José contando las grandes obras que Dios obró en favor de su pueblo. Eso debe hacer los padres con sus hijos, hacerles experimentar que son hijos de Dios, “y si son hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Rm 8, 17). 

Por Javier Navascués

1 comentario

  
M.Angels
Sí. La Gracia es imprescindible. Vivir la fe ante los hijos y con ellos. Luchar por la pureza de conciencia, la propia, y también de los hijos. Necesitamos la ayuda de Dios, el apoyo de una comunidad creyente, y el colegio...¡Ufff, los colegios....! ¡cuántos disgustos y decepciones nos han dado!
Rezar el rosario en familia, e ir con los niños a misa el domingo. Fundamental. Como en Caná de Galilea, el Señor y su Madre deben estar en nuestra casa.
01/07/21 8:19 PM

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