Un libro en defensa de la Cristiandad. Aprender a mirar para aprender a vivir, obra de Santiago Arellano

El catedrático de Literatura en Educación Secundaria Santiago Arellano reflexiona en profundidad sobre como brotó de su corazón el libro “Aprender a mirar para aprender a vivir”, una obra muy personal que define su manera de entender la vida, su amor a la cristiandad y a la belleza.

¿Qué lugar ocupa la belleza en el desarrollo de su libro?

Sin duda la belleza es el alma germinal de mi libro. La anécdota familiar de mi encuentro con el almendro florido y la respuesta aparentemente cortante de mi padre me ha acompañado toda mi vida. Diez años, más o menos después, encontré la primera respuesta clarificadora en La ciudadela de Saint Exupery, al enseñarme a diferenciar las cosas urgentes para el ser humano y las importantes. El hambre está entre las urgentes. La belleza, entre las importantes, como el sentido de la vida o la concepción del amor.

¿Cuando entendió todo esto de manera más profunda?

Cuando lo entendí mejor fue en Barcelona en las clases de Filosofía del Doctor Canals y pasadas por el tamiz de dos maestros admirables como fueron José María Alsina Roca y José María Petit Sullá. Con ellos aprendí el tema de los transcendentales -Verdad, Belleza y Bien- como tres caras distintas de una misma realidad, de tal manera que nombrar a una hace referencia a las dos silenciadas. Hasta llegué a comprender que la frágil imagen invernal del almendro con sus ramas secas y ariscas, propicias a la limpieza y a la poda son el soporte del esplendor de la flor y su fruto el bien tan deseado. La verdad está en la totalidad de sus fases: en el invierno fecundante, árido y triste; en el esplendor del almendro florido, y en la alegría de la cosecha.

Desde esta consideración de los trascendentales se comprende mejor su obra.

Mi obra hay que situarla en la contienda de dos civilizaciones tan magistralmente previstas (descritas) en el Libro de San Agustín titulado La Ciudad de Dios” En el que expresa la contienda entre dos ciudades: la ciudad de Dios y la ciudad terrena.

Surgida de dos modos de entender el amor, radicalmente contrarios: ”El amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”, la Ciudad de Dios; “y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios” la ciudad terrena. Contienda que desde los duros cinco siglos tras la caída del Imperio Romano, siglos de costumbres primitivas y bárbaras, la increíble labor de los monasterios, preparó el triunfo de la cristiandad europea, nacida de la Iglesia, sin cuya sabiduría ya de siglos, serían incomprensibles los siglos X, XI, XII, XIII Y XIV y parte del XV, en la que toda Europa, unida por una misma fe, levantó las catedrales, las universidades, las plazas y mercados medievales, restauró los caminos romanos y estableció la vida cotidiana entorno al concepto de persona bajo el amparo del derecho natural. La primacía del espíritu simbolizada en la Cruz, presente en toda la vida de la ciudad no supone en modo alguno el olvido del hombre. El teocentrismo es el aval y guarda del verdadero antropocentrismo.

¿Cuando empezó a imponerse un antropocentismo al margen de Dios?

Fue a partir del siglo XV cuando se abren caminos que ponen la primacía en el hombre como individuo. El proceso es de sobra conocido. La unidad de la Cristiandad europea la destruyeron las diversas corrientes teológicas que parten del luteranismo. Lo demás vendrá de la mano del idealismo filosófico, de la Ilustración con sus ideales restauradores del imperio romano pagano copiado en el arte neoclásico, pero vivido en plenitud en los salones y en los símbolos de la Revolución francesa y en el esplendor de la corte y la ciudad en el imperio de Napoleón. No se engañe nadie: La ciudad moderna en medio de su esplendor no tiene más objetivo que eliminar a Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) de la vida y memoria de los hombres, que no quede huella ni de su cultura por grandes que sean sus obras ni de sus costumbres ni tradiciones. Los dueños del Poder se han hecho señores de la vida y de la muerte y han destinado a sus ciudadanos a la Nada, al sin sentido, a la soledad y a la desesperación.

En España, desde el siglo XVIII, con el asentamiento de la Dinastía Borbónica se ha ido organizando la ciudad y civilización moderna, en desprecio de la ciudad tradicional. No sin sangre sudor ni lágrimas. No se pueden entender las llamadas guerras civiles del XIX y XX sino como la resistencia de la civilización cristiana en el solar de España, último baluarte de La Cristiandad. Con toda la complejidad que tienen siempre las guerras civiles fueron las últimas cruzadas o si se quiere las últimas guerras de religión, pese a las deformantes leyes de la memoria histórica.

¿Como le fue posible, Don Santiago, mantener su fidelidad a la verdad, en medio de unas programaciones o currículos cada vez más alejados del cada vez menos vigoroso contenido católico en la antropología y moral impartida en la España desde la Constitución de 1978?

Yo, como sabéis, impartí mi docencia en Institutos públicos pero conocía muy bien el funcionamiento de los centros concertados. Siempre denuncié la trampa de creer que con enseñar la asignatura de religión y tener espacios para celebraciones litúrgicas, los colegios ya eran católicos. Qué error. El currículo obligatorio perfectamente controlado en las diversas pruebas igualaba la enseñanza en todos los centros educativos, cualquiera que fuera su financiación. La visión cristiana se iba diluyendo en el contenido cómo no de las ciencias, y de las humanidades cada vez más en las claves del racionalismo ilustrado y del positivismo finisecular o el pragmatismo utilitarista que llega hasta nuestros días.

Moderno era ser existencialista, poner en duda todo, un pesimismo que daban ganas de todo menos de entregarse de verdad ni “al amor ni a la guerra”. O sea, a pasar. Y como me decían entonces los jóvenes también eso les resultaba un coñazo. No me fue difícil levantar la bandera de la belleza. Pasar por el raro pero que caía bien. Los toros siempre me enseñaron maestrías. Desde la larga cambiada, o el quiebro seguro de pies juntos que alza las banderillas y consigue clavarlas en todo lo alto. Siempre emoción y entrega total. En silencio había que ganarse el respeto por la “maestría” y autoridad ganada en las clases. Todo creyente sabe que no ejerce ante los hombres sino ante Dios. Nunca desde el orgullo sino desde la humildad, sencillamente hablando. En cuanto me fue posible hice verdadero en mi vida profesional el lema de las Siete partidas de Alfonso X el Sabio.

Bien et lealmente deben los maestros mostrar sus saberes a los escolares leyéndoles los libros et haciéndoselos entender lo mejor que ellos pudieren et desque comenzaren a leer deben continuar el estudio todavía hasta que hayan acabados los libros que comenzaron”.

En aquellos años era más fácil que ahora.

Uno de los secretos que tuve muy presente es el lema tomista de que el mal triunfa por el bien que tiene. Realidad terrible porque es muy fácil en un afán de salir al combate precisamente cargándote el bien que al mal sustenta. En la inicua Ley de Educación “Celaá” que espero que sea por la vía de hecho incumplida, nos ofrece un ejemplo digno de meditar y así pasó siempre en todo lo que la revolución ha pretendido implantar. Vamos a ver es verdad que los hijos no son propiedad de los padres, como el que compra un caniche o un nuevo ordenador. Los hijos son una encomienda sagrada de Dios a los padres como vocación propia inherente a la relación paterno filial, que no es otra que la de la educación tanto material como la profesional, cultural y espiritual (Educación significaba nutrir y alimentar). Por eso hemos sabido en nuestras familias tradicionales:

No deben ser lo que queramos nosotros.

Debemos descubrir lo que tienen que ser.

Llega a ser el que eres.

Colaboradores, no propietarios.

Amar no es sentimentalismo.

Amar es querer el bien que les pertenece.

En consecuencia, no es difícil comprender el disparate de la ministra Celaá al pretender atribuir al Estado la tarea que Dios ha encomendado a los padres por encima de su responsabilidad biológica, aunque punto de partida de reconocimiento de la responsabilidad indiscutible y por eso, en su carencia, de la vía de la subsidiaridad, al servicio de la realidad y nunca suplantando derechos-deberes que no le corresponden al Estado. Por eso es lamentable que el único problema de la ley, haya sido una vez más su financiación. Hemos perdido la batalla de la educación.

Para combatir con autoridad formamos el grupo pedagógico Amado Alonso cuyas claves educativas, forjadas en cientos de cursos a profesores y a padres se ha diseñado y se han recogido en “Aprender a mirar, para aprender a vivir”. Observa Javier, que estamos diciendo: ojo, que te pueden dar en todo momento gato por liebre.

¿Con qué finalidad está escrito su libro?

En defensa y exaltación de la Cristiandad Europea, y en concreto contemplada desde el ventanal de la literatura Española en fidelidad a su vinculación hasta la fragmentación a partir del los siglos XV y XVI, con un lema clave para el largo periodo medieval “Tradición y Originalidad” y una exaltación sin límites de la Literatura española de nuestro Siglo de Oro, donde el ingenio español alcanza niveles sin parangón. Tomando cartas en la contienda con respuestas proféticas que adelantan las consecuencias de una rebeldía que en nuestros días de la llamada “Posmodernidad” fueron adelantadas por el genio de nuestros escritores.

Amo como bien me planteas, querido Javier, la riquísima herencia grecolatina…

No nos cansaremos de repetir que somos hijos de Atenas, Roma y de la visión que santos, como Agustín, en su “doctrina cristiana”, San Jerónimo y los padres de occidente de la Iglesia, el Gigante San Benito y su hermana Santa Escolástica que enseñaron a Europa a orar y trabajar, a medir el tiempo, a organizarlo en las estaciones acomodando el calendario natural al religioso y consiguiendo que Genios como San Isidoro de Sevilla recopilara las primeras enciclopedias europeas, en sus admirables etimologías. Somos herederos de una asombrosa civilización. Por eso canto con orgullo la maravilla de la Odisea o de la Eneida, incorporadas como propias a mi herencia española.

Su libro no podía abordad la totalidad de los temas.

Hago una antología de temas para mi importantes, como el concepto de persona, el papel de la recta conciencia pieza clave en el desmoronamiento de la cristiandad, no menos que el nominalismo, o el desprecio de géneros tan centrales como fue el de la fábula. Me gustaría que fuera el inicio de una causa continuada y defendida. Quiera Dios que despierte ganas en el profesorado católico, al menos entre el profesorado católico. Vale la pena levantar el ánimo abatido de nuestro tiempo con dos lemas, uno de Celestina: “No sepas hablar y quitarte han el alma sin que sepas quien”. La segunda de mi amado Don Quijote: “Dulcinea es la más bella mujer del mundo” Pues no está bien que mi flaqueza defraude la verdad, aprieta la lanza y quítame la vida pues primero me has quitado la honra”.

Por Javier Navascués

3 comentarios

  
Jorge Pueyo
Muy grande y muy certero D Santiago Arellano. Mi felicitación por tan magna y tan necesaria obra en la que prescinde de una mirada puramente esteticista (demasiado frecuente por desgracia) para adentrarnos en la Trascendencia. Un libro para aprender y disfrutar
14/02/21 4:15 PM
  
mercedes
¿Cuál es la respuesta aparentemente cortante de su padre?
17/02/21 1:27 AM
  
Editorial Pequeño Monasterio
Desde la editorial Pequeño Monasterio os agradecemos muchos la entrevista. Es un gran libro de un gran amante de la Literatura con una gran vocación de docente.
Lo único es que queríamos avisar de que el título del libro está mal escrito, tanto en el título del artículo como en el interior. El título correcto es "Aprender a mirar para aprender a vivir".
Muchas gracias y un cordial saludo

Javier: Ya está cambiado y perdonen las molestias...tengo que aprender a mirar bien el título jejeje ya que se me metió en la cabeza que era Saber mirar...y ahí se quedó....
27/02/21 11:15 AM

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