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26.05.21

La herejía del americanismo, una máquina de guerra contra la tradición católica

Javier de Miguel Marqués (1984) es Licenciado en Administración de Empresas, Graduado en Derecho y Máster en Asesoría fiscal. Casado y padre de cuatro hijos, a su carrera profesional como asesor fiscal une una década de estudios privados sobre la Doctrina Social de la Iglesia. También acostumbra al estudio asiduo de las infiltraciones de la filosofía moderna en otros campos distintos de la economía, como la Teología, el Derecho, la política y la pedagogía. En el ámbito editorial, es articulista colaborador en medios como Verbo, Periódico La Esperanza, Empenta y Marchando Religión. Asimismo, en su canal de Youtube aglutina vídeos explicativos de determinados aspectos de moral social cristiana. En esta entrevista nos explica que es el americanismo y por qué está condenado por la Iglesia.

¿Qué entendemos por americanismo?

Hay que decir que el término “americanismo” tiene varias acepciones, algunas de las cuales pueden tener nexos de unión entre sí. Por ejemplo, podemos hablar de él como giro lingüístico, como sentimiento patriótico de identidad nacional o continental, como estrategia geopolítica, y como forma de teología política o de ideología social. Aquí nos referiremos a estas dos últimas acepciones, de la cual la primera es causa de la segunda, pues como decía Donoso Cortés, todo problema humano es, en el fondo, un problema teológico.

A grandes rasgos, el americanismo del que hablaremos se caracteriza por la concepción, como ideal político, particularmente ideal de política cristiana, de los fundamentos de orden social y de las relaciones Iglesia-Estado-sociedad-individuo que han cimentado la constitución política de los Estados Unidos de América y su devenir histórico.

¿Por qué la define usted como una máquina de guerra contra la tradición
católica?

Fundamentalmente, porque ignora, cuando no desprecia radicalmente, el derecho público cristiano que ha constituido la identidad de la res publica cristiana durante siglos, y lo sustituye por una organización – que no orden- social fundada en las ideas-fuerza de la Modernidad filosófica, entendida ésta como el proceso de secularización de la vida social, a saber, separación Iglesia-Estado, indiferentismo religioso – llamado neutralidad-, libertad para la difusión de todo tipo de ideas y credos, al margen de su veracidad, y una concepción individualista y materialista de la vida, frente a la filosofía cristiana clásica acerca del bien común y del fin natural y sobrenatural de la comunidad política que, como tal, comporta severas obligaciones de la autoridad política para con la verdadera religión.

En otras palabras, pretende transmitir la idea de que la mejor de las relaciones Iglesia-Estado-sociedad posible, es aquella en que la fe puede expresarse sin trabas en un marco democrático de igualdad y libertad negativa, es decir, ausencia de coacción externa. “Las iglesias” serían, pues, meras asociaciones privadas sin distinción de régimen jurídico, y el Estado se ciñe a un marco de laicidad en el cual, si bien puede manifestar un respeto y aprecio por el hecho religioso en general –sin particularismos- en realidad también acoge sin género de duda el derecho a no profesar religión alguna.

Puede verse que esta teología-ideología tiene fuerte raigambre protestante, como consecuencia lógica del credo de sus fundadores, y ha sido precisamente el protestantismo la herejía que más ha contribuido a la secularización de las otrora sociedades católicas. Los llamados padres fundadores de los Estados Unidos de América huían del despotismo monárquico, y se plantearon un modelo que, en palabras de Miguel Ayuso, sacralizaba la sociedad en detrimento del Estado y las iglesias, cuya perversión había originado dicha persecución. Pero el absolutismo monárquico europeo es ya una teología política moderna, luego el americanismo no es sino una especie dentro de ese ingente género de la modernidad política.

León XIII, en su carta Testem benevolentiae, la condena…

Y, además, lo hace con duras palabras. Tilda al americanismo, insisto, no como una referencia general a la personalidad del pueblo de Estados Unidos, sino como al conjunto de doctrinas teológico-políticas antes comentadas, de “sumamente injurioso", y recuerda que no puede pretenderse “una Iglesia distinta en América de la que está en todas las demás regiones del mundo”.

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