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4.11.19

Yago Solá: «Merece la pena sacrificar la vida para entregarse plenamente a Cristo, nuestra única riqueza, para ser plenos y felices »

Yago Solá tiene 22 años y es religioso con votos temporales en la congregación de los Legionarios de Cristo. Es el mayor de 4 hermanos. Natural de Barcelona, actualmente está cursando sus estudios en Roma.

En esta entrevista nos habla de su vocación y de su experiencia como seminarista. Tenía una vida muy cómoda en el mundo pero lo dejó todo para seguir al “Todo”, al Dios Uno y Trino, siendo otro Cristo en medio del mundo. Hoy es el joven más feliz del mundo y esa felicidad rebosante la quiere irradiar entre ustedes. Espero que este testimonio les edifique y les ayude en su vida espiritual, independientemente de la vocación que ustedes tengan.

¿Cómo nace su inquietud por el sacerdocio y cómo fue su proceso de discernimiento? ¿Oyó con claridad el llamado para tomar la decisión?

Vengo de una familia católica, aunque no por ello perfecta. Mis padres me educaron en la fe desde pequeño. En casa siempre hemos procurado vivir con Cristo en la familia. Recuerdo con cariño que cuando yo era un enano, mientras desayunábamos los sábados y los domingos, mi madre nos contaba historias de santos que me encendían el corazón. También recuerdo que desde muy pronto, cada noche rezábamos el rosario en familia. No era fácil, nos costaba, todos estábamos cansados, pero creo que la Virgen empezó a preparar mi corazón sacerdotal desde allí. Yo siempre había estado rodeado de curas desde que era muy pequeño.

La primera inquietud me vino en un campamento de verano en el que uno de los religiosos que nos acompañaban me preguntó un día si yo había pensado en ser sacerdote. Yo tenía 10 años. Le dije que no lo había pensado, pero en aquel momento sentí como un “algo” que me ardía dentro y que me entusiasmó por el sacerdocio. No duró mucho… Dos años después, un sacerdote de mi colegio me invitó a una convivencia en el seminario menor de los Legionarios. Yo fui porque mis amigos iban y me lo quería pasar genial. Estuvimos cuatro días allí conviviendo con los seminaristas, y esa experiencia me marcó. Fue allí estando con ellos cuando sentí que Dios me quería allí. ¿Cómo lo supe? Ni idea, no sé cómo explicarlo. Simplemente lo sentí, lo supe. No escuché ninguna voz que me hablara, ni se me apareció ningún ángel. Yo sólo sabía que quería entrar en el seminario porque quería ser como esos chavales, tan feliz como ellos, y tan feliz como los sacerdotes que había conocido. Fui allí en esa convivencia donde casi sin querer, tomé la decisión de entrar en el seminario. Después de esa convivencia yo le comenté esto al sacerdote que me había invitado a la convivencia. Empezamos a hablar en dirección espiritual. Recuerdo que él venía al colegio, me sacaba de clase y hablábamos durante un ratillo sobre la vocación, el seminario, el sacerdocio…

Todo parecía ir bien, pero faltaba un pasito, decirles a mis padres que quería irme con doce años al seminario… Recuerdo el momento en el que se lo dije y los dos se quedaron alucinando, no sabían qué decir. Los dos me dijeron que lo pensara con calma, que ya veríamos… La realidad era que no me dejaban ir, pero me lo dijeron de manera elegante. Tengo que decir que entiendo perfectamente su postura. Siempre he sido muy primario, irreflexivo y muy emotivo. Ellos debieron pensar: “A este le ha dado un subidón de campeonato, ahora quiere ser cura, pero ya se le irá”. Su sorpresa debió ser que no se me iba la ilusión. Ellos también tuvieron su camino de acompañamiento con el mismo sacerdote que me acompañaba a mí. Hasta que Dios también les llamó a ellos. Ellos recibieron su vocación de ser padres de un seminarista, futuro sacerdote.

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