Un compositor habla sobre el desastre de la música en la Iglesia

Las “guerras litúrgicas” que sacuden la Iglesia desde el post Concilio han hecho correr ríos de tinta. Pero no es frecuente que quien aporte una reflexión sobre la deriva de la liturgia católica sea un compositor en activo, con experiencia directa en música sacra y que, además, lo haga desde un semanario de información general como Standpoint.
Quien ha escrito esas agudas reflexiones es James MacMillan, un compositor y director de orquesta escocés de prestigio, que cuenta entre sus obras con dos óperas. Su escrito me ha llamado la atención y me permito traducirlo y glosarlo para ustedes.
MacMillan parte de una constatación: en el pasado todos los grandes compositores han compuesta música litúrgica; esto ya no ocurre así hoy en día: “La música de nuestro tiempo ha ido por un camino y la música de las iglesias ha quedado como en conserva o ha tomado sendas populistas banales. El mundo internacional de la música tiene gran admiración por los compositores británicos: Elgar, Vaughan Williams, Britten, Walton, Tippett, Maxwell Davies, Tavener; pero suele pasar por alto el hecho de que en ocasiones escribían música para un uso real en la iglesia, para ser cantada por coros dentro de una liturgia real”.

Si algo está marcando la vida de la Iglesia en estos tiempos son las polémicas doctrinales y en estos debates un punto recurrente es el de la continuidad en el Magisterio y la Tradición de la Iglesia. Quienes defienden ciertas innovaciones juran y perjuran que sus propuestas están en la línea de las enseñanzas tradicionales de la Iglesia (en el fondo seguimos a Santo Tomás), mientras que sus detractores sostienen que las quiebran. El propio Papa Francisco, para justificar su afirmación de que la pena capital es intrínsecamente mala, ha explicado que
Me imagino que los editores del libro Cartas y diarios de John Henry Newman, la benemérita Editorial Rialp, no se hicieron muchas ilusiones sobre sus posibilidades comerciales. El público interesado en la intimidad de un clérigo inglés del siglo XIX, por muy cardenal que acabara siendo al final de sus días, ha de ser por fuerza minoritario. Y sin embargo, les aseguro que a la minoría que ha gustado de esos escritos bien se le pudiera aplicar aquello, también tan inglés, de “we few, the happy few”.