Las cartas de Newman: un tesoro poco conocido

Las cartas de NewmanMe imagino que los editores del libro Cartas y diarios de John Henry Newman, la benemérita Editorial Rialp, no se hicieron muchas ilusiones sobre sus posibilidades comerciales. El público interesado en la intimidad de un clérigo inglés del siglo XIX, por muy cardenal que acabara siendo al final de sus días, ha de ser por fuerza minoritario. Y sin embargo, les aseguro que a la minoría que ha gustado de esos escritos bien se le pudiera aplicar aquello, también tan inglés, de “we few, the happy few”.

El libro cayó en mis manos casi por casualidad, lo caté sin grandes expectativas… y ha resultado ser una delicia. Un documento fino y delicado, como corresponde a su autor, pero también vivaz y colorista. Un retrato indirecto, y por tanto más veraz, de su tiempo y entorno, y un acercamiento a una persona excepcional, que no oculta ni sus dudas, ni sus desengaños… ni sus certezas y entusiasmos.

A la espera de que ustedes mismos puedan disfrutar de esas cartas, dirigidas principalmente a familiares y amigos, reproduciré algunos fragmentos que he encontrado especialmente interesantes.

Como en la primera carta que encontramos, escrita en 1817 desde el Trinity College de Oxford, de un Newman jovencito a su padre, donde contemplamos las costumbres gastronómicas de la época y aparece un joven muy alejado de una cierta imagen de misticismo beato que algunos han querido endosar a Newman. Escribe el estudiante novato que “en la cena me encantó la novedad de todo. Pescado, carne, ave, un salmón estupendo, piernas de cordero, etc., y buena, muy buena, para mi gusto, una cerveza fuerte que tienen y que sirven en jarras de peltre antiguas o potes de barro bastante deformes. Dile a mamá que hay tartas de fresa, de frambuesa y de albaricoque. Durante la cena el asado no iba circulando, había tal abundancia que era raro que dos tomaran del mismo asado”.

Este joven que con tanto entusiasmo escribe acerca de los placeres de la mesa, es también alguien con una profunda vida interior (que me ha recordado a lo escrito sobre la esperanza por San Claudio de la Colombière), como aflora en una carta de 1821, en la que escribe que “sobre todo quiero conseguir la fuerza de la fe, que ahora noto que me falta. Las nubes de la duda cruzan por mi cabeza, aunque tengo lo que Dios quiera que dure siempre: una completa seguridad de la esperanza acerca de mi salvación final, y la he tenido siempre desde el momento de mi conversión.” También me ha llamado la atención la seriedad de Newman, que desde muy joven se aplica a las cosas importantes con rigor: en 1823 escribe: “esta semana y la anterior he estado aprendiendo la Biblia de memoria; acabo de terminar la epístola a los Efesios.”

Muy jugosos son sus comentarios a lo largo del primer viaje que realiza por Italia, con escala en Gibraltar. Es allí donde recoge una anécdota sobre los españoles poco favorecedora, pero que nos salva con su comentario final: “el año pasado, me explicó un oficial de artillería en Gibraltar, fue a Cádiz y unos bandidos la robaron en esas montañas de qué hablaba. Por cierto que esas bandas están compuestas de distintos tipos de personas; me dijeron el otro día que asaltaron a un oficial inglés y que después se encontró en Cádiz a uno de los que le asaltó y resultó ser un oficial español. No obstante, otros militares españoles son caballeros.” Menos mal.

El impacto, en 1846, de Italia, con sus contrastes, fue fuerte en Newman. Escribe al respecto: “la belleza de estas iglesias se va apoderando de nosotros cada vez más. Hoy mismo hemos visto una nueva. Pero la puerca costumbre de escupir es un serio reparo para nuestro disfrute. Esta gente escupe en todas partes, incluso en los reclinatorios; lo van preparando y cada diez segundos, otro escupitajo, como si fuera un entretenimiento. Tiene que ser muy insano, no me extrañaría que produjera tuberculosis.”

Y lo que escribe sobre los romanos tampoco tiene desperdicio: “No me gusta el pueblo de Roma. Son crueles con los animales y muy poco honrados: mienten y roban sin la menor conciencia; en tercer lugar, son sucísimos. (…) Percibo en ellos una certeza y una sencillez asombrosa para creer lo que a un anglicano o protestante le es tan difícil de aceptar. Pero aunque tienen esto, hacen demostraciones pasmosas de cómo es posible separar religión y moralidad. Por supuesto, hablo general; sería injusto negar que hay entre el pueblo gente buena y honrada”.

En este tono costumbrista, es realmente divertida la narración que hace de un viaje en tren en1852, donde destaca una experiencia que podría haberse extraído de Samuel Johnson: “intenté sacarle a mi compañero de asiento si tenía que bajarme en Berwick o en Tweedmouth, pero era demasiado escocés como para darme una contestación clara y lo único que saquéen limpio es que conocía en Berwick dos posadas buenas, que de las posadas de la estación el no respondía y que, además, a él todo esto del ferrocarril no le gustaba nada, y que prefería el viejo sistema de los coches de caballos.”

También, cómo no, aparecen en estos escritos importantes anotaciones en relación a las polémicas religiosas en las que se vio envuelto. Y aquí, el tranquilo y meditabundo Newman llega a irritarse de veras… es que hay cosas con las que no se puede jugar. Por ejemplo, en 1851, le escribe al editor de la Ari’s Birmingham Gazzette, en relación a uno de sus colaboradores que había hecho afirmaciones injuriosas contra Newman, lo siguiente: “aunque parezca extraño, tiene ese sujeto tan poca delicadeza que se ha permitido la impertinencia de enviarme una carta; la he devuelto sin abrirla. La próxima la quemaré, y la tercera, si llega, la clavaré en la pared. Me niego a tener ningún tipo de trato personal con semejante individuo”. Ya se ve que Newman no era partidario del diálogo a toda costa.

Y ante las insinuaciones de que Newman iba a abandonar la Iglesia católica ante las incomprensiones sufridas, la carta que le envía al editor de El Globo es antológica y muestra tanto su profunda y vigorosa fe como que había dejado definitivamente atrás todo respeto humano: “así que para darles una satisfacción completa, si es que eso es posible, por la presente declaro profesar ex animo, con un consentimiento absoluto, interno y deliberado, que el protestantismo es la religión más desoladora que cabe pensar, que la sola imagen de un servicio anglicano me produce escalofríos y el solo pensamiento de los Treinta y nueve artículos me provoca oleadas de sudor frío. ¿Volver a la iglesia de Inglaterra? Nunca. Se rompió la red y somos libres. Sería un loco rematado (por decirlo suavemente) si en mi vejez abandonara la tierra que mana leche y miel por la ciudad de la confusión y el reino de la esclavitud.” Admira su fuerza… y es motivo de reflexión el que nadie pueda expresarse con esta libertad hoy en día.

Lo que no quita que Newman tuviera que sufrir en sus propias carnes, en ocasiones de modo cruel y muy doloroso, todas las miserias de esa Iglesia santa que está compuesta de hombres pecadores. En 1860 escribe: “es ley de vida, supongo, que no se cuente para nada con quienes trabajan mucho y se hacen notar poco”. Y en 1880: “he visto muchos fallos entre los católicos, sobre todo en cosas educación; por supuesto los que trabajaban en medio de sus fallos ignoraban su situación y la manera de arreglar esos fallos, y no sentían el menor agradecimiento ni la menor consideración hacia una persona que estaba intentando arreglar esos fallos, sino que les parecía un enredador, un chiflado que hace todo lo que no hay que hacer.”

Es tremendo, y en cierto sentido de enorme actualidad, el comentario que hace en su diario hacia el final de sus años: “en Roma, por el lado del debate intelectual a mí me gustaría enfrentarme con problemas actuales como el de la incredulidad y otros por el estilo, pero tanto Propaganda como los obispos miran con enorme suspicacia al que hace algo”. Tremenda también, pero bella y esperanzada, es esta sincera y desgarradora confesión: “¡qué triste, qué deprimente ha sido mi vida desde que soy católico! El contraste ha sido éste: como protestante sentía que mi religión era algo triste y seco, pero no lo era mi vida; como católico, mi vida es triste y seca, no mi religión.”

Por último destacaré otro apunte que me parece también de plena actualidad. Escribe Newman en 1872 acerca de los atributos del Sumo Pontífice: “ningún Papa puede convertir el mal en bien. Ningún Papa tiene poder alguno sobre los principios morales eternos que Dios mismo ha impreso en nuestros corazones. (…) el Papa es infalible, no impecable”.

Acabo con otra confesión de esta alma santa y, por ello mismo, sufriente y libre: “Me ha hecho sentir que en el Santo Sacramento está mi gran consuelo y que mientras le tenga a Él, vivo en su Iglesia, los miembros de la Iglesia, mis superiores, pueden exigirme obediencia, pero no tienen derecho a mi admiración, y tampoco ofrecen nada que lleve a confiar plenamente en ellos”.

Ah!, el libro incluye además, el famoso Biglietto speech, un texto que hay que leer y releer cada cierto tiempo. Un auténtico regalo.

11 comentarios

  
Strauch
Muchas gracias por la recensión, don Jorge.
21/09/17 8:48 PM
  
Juan Andrés
"Sería un loco rematado (por decirlo suavemente) si en mi vejez abandonara la tierra que mana leche y miel por la ciudad de la confusión y el reino de la esclavitud.” Pues parece que, en estos tiempos, nos quieren llevar a esa ciudad... Qué claras se ven ciertas cosas cuando se viene de fuera.
21/09/17 9:20 PM
  
Alfredo M. A
Un grande Newman. Que ore por nosotros.
21/09/17 9:42 PM
  
Tulkas
Dos biografías he leído de èl. Recientemente la de Isn Ker y rn mi adolescencia otra que no tengo ni recuerdo el autor, sólo q era un libro rojo perteneciente a una colección de biografías que se publicaba en kiosco allá por 1997.

Pero de una y de otra se me quedan grabadas las tribulaciones de Newman; las cuales resaltan màs porque ni se atisban en la Apología, donde predomina el tono de recuerdo agradecido.

Newman no es un personaje popular, en el sentido de famoso. En 2009 fui un par de días a Birmingham por trabajo y en la oficina de información de la estación no me supieron decir dónde estaba la iglesia del "monasterio católico que fundó el cardenal Newman".

Aunque sus cartas para mí no son prioritarias, porque primero van los Parochial and plain swrmons (en 1 vol en Amazon) es bueno saber que estàn disponibles. Pienso sobre todo en los sacerdotes, porque Newman es para mí, sobre todo, un MODELO de vida sacerdotal.

Y conozco una persona q ha comprobado, y bien, la eficacia de su intercesión.
21/09/17 10:10 PM
  
perenolasc
Gracias Son Jorge:
La verdad es que con este aperitivo del libro me ha abierto usted el apetito.
La semana que viene que estaré en España lo buscaré.
21/09/17 11:31 PM
  
perenolasc
Perdón, quise decir Don Jorge.
21/09/17 11:32 PM
  
Luis Fernando
Qué no habré yo de decir del gran beato inglés...
Si hoy soy católico y no ortodoxo es gracias a él.
22/09/17 1:53 AM
  
Viejo Profesor
Gracias por el dato, no veo la hora de leerlo. Admiro a Newman desde el afecto y desde el pensamiento. Le tengo una devoción especial. Gracias otra vez. Dada mi condición de laico un poco inconforme con ciertas conductas clericales me ha consolado aquello de "la obediencia" y "la admiración". Genial.
22/09/17 4:22 PM
  
Gregory
Este libro lo vi hace poco muchas gracias por recomendarlo.
22/09/17 10:03 PM
  
Oratorio
No olvidemos que fue oratoriano, inspirado por este gran Santo que fue San Felipe Neri. Pidamosles que intercedan por esta Iglesia nuestra que ha perdido el rumbo para que vuelva al camino de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
30/09/17 9:32 PM
  
Grace del Tabor- Argentina
¿ Está a la venta este libro en Buenos Aires, Argentina ?
Me atrae sobremanera ya que le tengo mucho afecto y admiración al Cardenal Newman.
Gracias por la excelente recensión.
Saludos cordiales.
02/10/17 1:30 PM

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