Descubrir y meditar otro Apocalipsis

Las reflexiones del dominico Adrien Candiard en su último libro Unas palabras antes del Apocalipsis no siguen caminos trillados. Tampoco es que pretendan ser originales o descubrirnos algún secreto arcano, gracias a Dios, pero sí nos ofrecen una mirada, fresca y profunda, que nos puede ayudar a redescubrir algunas verdades que quizás hayan podido quedar algo olvidadas.

El momento para escribir sobre el Apocalipsis no puede ser más propicio. Si eso que llaman consenso existe, lo vemos precisamente aquí: ¿quién puede dudar de que «el mundo se ha vuelto imprevisible e inquietante»? Algunos de los ejemplos de Candiard pueden ser más o menos convincentes, pero que nuestro horizonte es todo menos halagüeño es indiscutible.

Candiard nos recuerda que nos conviene volver al Apocalipsis, pero no a ese relato de horror y destrucción que la inmensa mayoría piensa que es, sino a ese libro revelado que es, ante todo, revelación: revelación de «los misterios ocultos bajo las apariencias de los acontecimientos del mundo». Sin olvidar que, como toda la Revelación, y de un modo muy especial el Apocalipsis, alimenta nuestra esperanza. Como escribe el autor, «la paradoja de la buena nueva es que tal vez necesitemos aceptar hablar un poco del fin del mundo para volver a encontrar, en este mismo mundo, una gotita de esperanza». Revelación y esperanza, pues, antes que horror y destrucción.

Pero quizás la mayor genialidad del libro sea no fijarse en el libro del Apocalipsis de san Juan, sino centrarse en el discurso «escatológico» del mismo Jesús, recogido en el capítulo 13 del Evangelio de Marcos. Un discurso sobre el que se suele pasar de puntillas y que nos demuestra que la mirada apocalíptica, la revelación del sentido de la historia, no es un capricho extemporáneo de un Juan anciano y alucinado, sino que es algo nuclear en el mensaje de Jesús. Llama la atención precisamente la poca atención que recibe este pasaje evangélico, tan poca que es probable que la mayoría de cristianos, preguntados por él, a duras penas lo recuerden. Volver sobre este discurso, nuclear en la predicación de Cristo, es un grandísimo acierto.

Otro gran acierto de Candiard es no intentar limitar, temerosamente, el significado del mensaje apocalíptico. Algunos lo refieren a algún acontecimiento ya pasado, otros hacen una lectura meramente espiritual… Candiard nos recuerda que, aunque esas lecturas pueden, en algunos casos, ser válidas, son incompletas. Si reducimos «estas páginas a una meditación de los primeros cristianos sobre un acontecimiento histórico traumatizante, el de la destrucción del templo de Jerusalén…la Palabra de Dios es una realidad muerta, un testigo del pasado, que ya no nos diría más que un vestigio arqueológico». Por el contrario, «espiritualizar el discurso de Jesús, interpretar las catástrofes históricas y cósmicas que presenta como un modo de describir nuestra vida interior y personal» es ignorar que «Dios se presenta siempre como el dios de la historia, y no solo como el dios de la intimidad». En una aseveración de sabor chestertoniano, el dominico concluye: «todo es legítimo, a condición de que no se presente como exclusivo».

El otro gran acierto de Candiard es hacernos ver que el fin hacia el que se encamina la historia no es solo su final, sino lo que le da sentido. Por esto puede afirmar algo de extrema relevancia: «el fin ya está aquí como principio que actúa en el corazón de la historia, una historia que no se desarrolla totalmente a ciegas». El fin ya está presente en el hoy, lo ha estado siempre, a lo largo de la historia, «como el objetivo hacia el que ésta tiende». Esto es crucial para comprender que, lejos de visiones terroríficas de aniquilación con las que la cultura popular moderna suele asociar el Apocalipsis, «el fin del que habla Jesús no es el momento en que todo se detendrá, sino, al contrario, una consumación hacia la que tiende toda la historia humana».

A partir de estas bases, sólidas y muy verdaderas, Candiard va desarrollando sus reflexiones, ricas, sugerentes, que ayudan a comprender algo (nunca del todo) acerca de por dónde lleva Dios la historia, de modo desconcertante para nosotros pero cuyo sentido podemos ya atisbar. Recordando siempre una valiosa advertencia: «un discurso apocalíptico no es un jeroglífico que debamos descifrar, sino un sentido que debemos acoger».

No destriparé más de este libro que se lee con gran provecho. Acabo con uno de los comentarios del autor que haríamos bien en tener siempre muy presente: «Tenemos necesidad de este desvelamiento, porque, en tanto sigue siendo desconocida la naturaleza del mal, podremos creer beatamente en la eficacia de soluciones puramente técnicas».

2 comentarios

  
Rexjhs
Señor Soley, ¿podría usted resumir las conclusiones del libro? Muchas gracias.
24/02/23 12:18 AM
  
templario
Estamos viviendo el Apocalipsis en sus capitulos 13 y el 14 es inminente. Solo falta que sea eliminado el Katejon de la 2ª de Tesalonicenses 2, para que se manifieste el anti-cristo.
Ana Catalina Enmerich: Vi que comían pan y vino SIN consagrar.
Arzobispo Fulton Sheen: de la verdadera Iglesia surgirá la falsa iglesia del anticristo.
Catecismo 675.
Daniel 9,27 y 12,11.
Non Nobis.
16/03/23 12:44 PM

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