Barroco e Hispanidad: una mirada carnal y sacra al mismo tiempo

El triunfo de san Hermenegildo

Se habla mucho de batalla cultural, y no seré precisamente yo quien niegue su vital importancia. No obstante, a menudo se corre el riesgo de quedarnos con lo de la batalla y olvidarnos del segundo término, que es el que da sentido, la cultura. Batallemos, sí, pero ¿por qué cultura?

Una de las instituciones que lleva más de dos décadas reflexionando, clarificando, orientando sobre aquello por lo que merece la pena batallar son las Reuniones de amigos de la Ciudad Católica y su revista, Verbo. Cualquiera que lea en sus últimos números el cuaderno titulado «Barroco e Hispanidad» descubrirá que es un lujo poder disponer de ella.

Este cuaderno, publicado en dos entregas, recoge las intervenciones en la última Reunión, que se publicarán en su totalidad en un futuro volumen de la colección Res publica en la editorial Dykinson. Aviso ya de que no estamos ante una lectura ligera, lo cual no significa que sea pesada o aburrida. Al contrario, resulta apasionante, aunque eso sí, exige atención y un cierto conocimiento previo de los temas abordados para disfrutarlos como es debido.

Resulta imposible resumir todas las aportaciones, que precisan y enmarcan los términos estudiados (como hacen Juan Fernando Segovia y John Rao) y los estudian desde diferentes perspectivas: Derecho (Dounot, Turco y Contreras Aguirre), Política (Castellano), Historia (De Ruschi), Arte (De Armas, Bastien, Sánchez). El artículo final, de la pluma de Miguel Ayuso, brilla como es habitual y esta vez, con finura analítica, sostiene con poderosos argumentos que si bien es posible hablar de un Renacimiento cristiano en España, no resulta igual con la Ilustración, afectada de racionalismo desde sus primeros pasos.

Hay mucho más, es evidente, pero me quiero fijar en la aportación de Juan Manuel de Prada, que se presenta bajo el título «¿A qué llamamos Barroco?». El texto es rico en extensión y contenido, y creo que expresa magníficamente una verdad muy relevante que tantísimos estudiosos son incapaces de ver al no ser capaces de contemplar ese fenómeno con los ojos de la fe (es lo que le ocurre a alguien de vastísima cultura como Eugenio D’Ors, como bien señala con ejemplos muy notorios De Prada). Y es que, sin comprender el sentido de lo sacro, es imposible comprender el Barroco, que en palabras de Juan Manuel de Prada «trata de expresar la tensión dramática entre el destino sobrenatural –glorioso- del hombre y su concreta circunstancia terrenal, por lo común poco gloriosa». De ahí esa tensión, que a los críticos modernos les parece contradictoria, y en efecto lo es, pero lo que no saben ver es que precisamente la religión católica es capaz de aunar esas contradicciones y dotarlas de unidad. Esto es importantísimo: el catolicismo es esto y lo otro, aquello y lo que parecería su contrario, el misionero y el eremita, el padre de familia numerosa y el célibe, el órgano y las saetas, todo unido en un gran mosaico que tiene sentido completo (de ahí que las teselas, por libre, se conviertan en monstruos, como tan bien señalara Chesterton cuando hablaba de esas virtudes cristianas que se habían vuelto locas y que, creyéndose cada una la única, van por el mundo dejando un rastro de destrucción).

La aplicación de estos principios al análisis del arte Barroco que hace De Prada me parece acertadísimo. Por ejemplo, cuando señala que «el arte barroco puede señalar que en la belleza de las cosas anida su decrepitud, pero sin olvidar que esa decrepitud es semilla de inmortalidad», o cuando indica que «el Barroco no niega la belleza del mundo, pero la juzga fungible y, por lo tanto, insuficiente para colmar los anhelos humanos; de ahí que cada júbilo porte una semilla de desengaño».

A esta concepción católica de la vida, que es el alma del Barroco, añade el autor, «no le interesan los arquetipos ni la perfección: le interesa la existencia del hombre concreto, con sus miserias y grandezas». ¿Queréis un ejemplo? La contraposición entre Ariosto y su Orlando furioso y Cervantes con su Quijote no podrían dejarlo más claro: «en las narraciones renacentistas todo aparece delineado y puro como el cristal; en la narración cervantina, todo está manchado con las polvaredas de la vida, como sin duda estaban manchadas las sandalias de Jesucristo. En las narraciones renacentistas, los nobles son virtuosos y las putas nefandas; en el Quijote los nobles pueden ser unos bellacos y las putas pueden ser caritativas, como en el mismo Evangelio». ¡Qué gran verdad! Y que riqueza se encierra en esa mirada realista propia del Barroco, pero realista de verdad, esto es, una mirada que es capaz de ver en la realidad no solo la superficie (en la que se quedará el realismo y el naturalismo del siglo XIX), sino también sus profundidades, su aliento de eternidad, su condición dañada, sí, pero también ya redimida.

Por esta cultura sí vale la pena dar mil y una batallas.

 

9 comentarios

  
F Xavier Albizuri
Enhorabuena, un artículo magnífico, ciertamente cuando se habla de "batalla cultural" (por no mencionar la "contrarrevolución cultural") muchas veces se pierde por el camino la cultura. Y es verdad, el Barroco hispano representa la cultura que da forma al espíritu humano en nuestra tierra.
22/02/22 10:14 AM
  
Carlos Dueñas
El historiador y crítico de la literatura Jesús G. Maestro ofrece una interpretación diferente de Cervantes y el Quijote en una serie de clases que en estos momentos está difundiendo en YouTube. Según él, Cervantes era racionalista, materialista y ateo. En su opinión, no era pacifista y erasmista, como mantienen muchos historiadores.

Maestro dice que ningún problema humano se resuelve en el Quijote con una solución religiosa. Cervantes se burla del clero y la religión. Ningún personaje de la historia de la literatura apalea a tantos curas como don Quijote. ¿Por qué entonces el Quijote pasó la censura de la época? Porque don Quijote estaba loco o más bien se hacía el loco, es decir, Cervantes se hacía el loco, y los locos son inofensivos. A mi juicio, es una interpretación un tanto exagerada, pero creo que es cierto que Cervantes no era un hombre religioso.

La guerra cultural ha existido siempre, pero en el siglo XVI y XVII la tenía ganada la Iglesia. Como todo el mundo cree, la clave está en la relación de la Iglesia con el mundo. Desde el punto de vista del poder, no se trata tanto de estar en el mundo sin ser del mundo, sino de quién tiene el dominio, si la Iglesia o el mundo.

A la Iglesia le iba bien cuando “el mundo era para Iglesia”. Mientras duró la alianza entre el Trono y el Altar durante el Antiguo Régimen, la Iglesia logró implantar su religión como cosmovisión institucionalizada. A la Iglesia siempre le sentó bien su alianza con un imperio, primero el romano, luego el de Carlomagno y después el español, la monarquía católica hispánica. La Iglesia tenía los Estados Pontificios con su ejército y su inquisición, que la hacían fuerte, y por eso los papas se resistieron a perder el poder temporal.

Con el triunfo de la Revolución Francesa cambió absolutamente todo. La Iglesia perdió su poder temporal y la alianza entre el Trono y el Altar dio paso a los estados liberales y la separación Iglesia-Estado. La Iglesia supo desde el primer momento que el liberalismo acabaría con su hegemonía social y cultural. No en vano, ha sido la ideología que más condenas ha recibido del magisterio eclesiástico.

Gregorio XVI y Pío IX lucharon contra el liberalismo y el estado liberal. Quizás era lo que tocaba. León XIII fue el primer papa que intentó una política de distensión y conciliación con los estados liberales, aunque en sus encíclicas siguiera condenando el liberalismo. Esta política dual tuvo resultados desiguales, pues fracasó en la Francis de la Tercera República, pero fue exitosa en la Alemania de Bismarck.

En los años 50 del siglo XX, cuando las democracias aconfesionales habían triunfado en Occidente con algunas excepciones (España entre ellas), un anciano abierto, optimista y teológicamente conservador dio la sorpresa con un concilio para renovar el pensamiento y la praxis sobre el lugar, la misión y la convivencia de la Iglesia con el mundo moderno. Fue Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.

Pablo lo explicó muy bien. Como dijo en el discurso de clausura de la tercera sesión conciliar en noviembre de 1964, quería una “Iglesia para el mundo”. Se había acabado el tiempo de “un mundo para la Iglesia”. En los años 70 creo que el Concilio tuvo sus éxitos ya solo internos, pues el poder externo y temporal estaba definitivamente perdido. Todavía recuerdo bien las iglesias llenas, una intensa actividad parroquial, los Cursillos de Cristiandad con listas de espera y los movimientos juveniles a tope. Fue un apogeo efímero. La Iglesia se adaptó bien a la modernidad, pero muy pronto quedó desbordaba por la posmodernidad.



22/02/22 12:30 PM
  
África Marteache
Vi un video de Miguel Ayuso sobre el Barroco y me encantó. Lo cierto es que a mi siempre me gustó el Barroco y veía que la gente, en general, lo rechazaba por lo que me encontraba muy sola en la apreciación. Pero en mi caso es una cuestión de afinidad electiva, si no te gusta el Barroco, no puedes estudiar Historia de Hispanoamérica, fue el movimiento que coincidió casi de pleno con los virreinatos y, por lo tanto, con su arte y su cultura.
El Barroco viste y desnuda, tiene "horror vacuii" en sus manifestaciones más esplendorosas pero pinta la podredumbre y lo descarnado como nadie (véase Valdés Leal). El Barroco es un obispo con toda su pompa al lado de un leproso con todas sus pústulas.
22/02/22 2:48 PM
  
JUAN BILLON LAA
En estos momentos, y desde hace mucho tiempo, resulta imprescindible para cualquier católico coherente con dicho nombre, estar suscrito y leer con atención, estudiar sería la expresión más adecuada, cada número de la revista Verbo.
El contenido es de la mejor calidad encontrable en nuestros días, en todos los sentidos, la encuadernación impecable, el precio mucho más que asequible, y la atención al suscriptor esmerada.
Todo puede hacerse con suma facilidad desde el sitio web de la editorial Speiro.
Los números sobre el barroco que comenta el artículo son buenísimos, y el último publicado conmemorando los sesenta años de Verbo y la Ciudad Católica es de lectura imprescindible.
23/02/22 9:44 AM
  
Scintilla
Me extraña el juicio que expone sumariamente de don Miguel Ayuso sobre la Ilustración española, porque sabe que no es cierto. O que de lo mismo se podría acusar al Renacimiento español, y sin él no se comprende lo que llaman Barroco, del mismo modo que no se entiende nuestro XIX sin nuestros ilustrados. Y hay libros sobre eso que lo ilustran maravillosamente tanto aquí como en Estados Unidos.
23/02/22 11:48 AM
  
Cos
Carlos Dueñas
El historiador y crítico de la literatura Jesús G. Maestro (...) Según él, Cervantes era racionalista, materialista y ateo.
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Claro, Jesús Maestro es ateo de la escuela de la filosofía materialista. Antes, en los 80s, quizá en los 70s, la moda progre era decir que Cervantes era una erasmista, incluso un cripto judío -porque ya sabemos que España se equivocó no siendo erasmista, se equivocó en Trento, se equivocó no teniendo una verdadera ilustración y se equivocó cuando las tropas de Franco ganaron la guerra, solo acertó cuando llegaron las películas del "destape"-. Y si ve usted páginas masonas verá que toda persona relevante ha sido masona. Y cuando comenzó la operación "salida del armario" nos aseguraban que todo el mundo del universo mundial que hubiese hecho algo en la Historia había sido homosexual ...


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Carlos Dueñas
La guerra cultural ha existido siempre(...) no se trata tanto de estar en el mundo sin ser del mundo, sino de quién tiene el dominio, si la Iglesia o el mundo.
(...)
La Iglesia supo desde el primer momento que el liberalismo acabaría con su hegemonía social y cultural. No en vano, ha sido la ideología que más condenas ha recibido del magisterio eclesiástico.
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El liberalismo ha recibido condenas porque es una doctrina errónea que conduce al error a la gente. Y madre de otros tantos errores. La doctrina católica nos enseña, sabiamente, como el poder temporal debe de mantener una relación de sana alianza con el poder de la Iglesia, quien es la única que puede iluminar las leyes y el actuar de los hombres con responsabilidades hacia el bien común con orden hacia la justicia.
Pero no solamente eso, sino que la naturaleza del hombre está dañada por el pecado y sin el auxilio de la Iglesia y sus sacramentos se vuelve como un barco si brújula, que finalmente terminará encallando contra las rocas. Porque o se elige el liberalismo filosófico, doctrinario, o se está con Cristo.
Es claro, que el liberalismo, que se impuso a sangre y fuego, y en alianza con el poder temporal, ha ido ganando la batalla.

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Carlos Dueñas
En los años 50 del siglo XX, cuando las democracias aconfesionales habían triunfado en Occidente (...)
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Las democracias aconfesionales, lo mismo que el liberalismo, tienen su historia. No surgen porque si. Hay una relación clara entre la revolución científica y el positivismo, entre el positivismo y la irreligión. Entre el idealismo y el liberalismo. O entre las democracias burguesas y el colonialismo salvaje.
Las "democracias aconfesionales" en los años 50 se han impuesto en Occidente a base de bombas. Y se benefician de un periodo de crecimiento económico. Ahora la potencia emergente es China. La manifestación liberal mas clara que se observa hoy en día es el globalismo, que ya sabemos los mecanismos sutiles -a veces nada sutiles, a porrazos- que utiliza. Mañana no sabemos como será el mundo. Eso si, el poder temporal siempre mantendrá una estrecha relación con el poder espiritual porque debe beber de él. Esté este poder en la Iglesia, en una logia, una universidad estadounidense o la sede del Partido.

24/02/22 8:43 PM
  
Cos
Carlos Dueñas
En los años 70 creo que el Concilio tuvo sus éxitos ya solo internos, pues el poder externo y temporal estaba definitivamente perdido (...)La Iglesia se adaptó bien a la modernidad, pero muy pronto quedó desbordaba por la posmodernidad.
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¿Se adaptó bien a la modernidad en los años 70? Impresionante. A principios del siglo 20 había movimientos sociales llenos de vida, como Acción Católica, la Doctrina Social de la Iglesia inspiraba a políticos como Maura o Calvo Sotelo, había sindicatos -en Asturias, por ejemplo, el Sindicato Católico de Obreros Mineros de Vicente Madera Peña, aunque los que triunfan fueron los socialistas. Hoy no se reconoce ni a USO- y cooperativas, movimientos litúrgicos como las escolanías de canto basadas en el movimiento cecilianista, intelectuales como Zeferino González -S. XIX-, Eduardo de Hinojosa, Ortí y Lara, Menéndez Pelayo, Vázquez de Mella o Ángel Amor Ruibal. Lo de los años 70 son los últimos rescoldos que quedan en medio de la vorágine del post CVII.

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África Marteache
El Barroco viste y desnuda, tiene "horror vacuii" en sus manifestaciones más esplendorosas pero pinta la podredumbre y lo descarnado como nadie (véase Valdés Leal). El Barroco es un obispo con toda su pompa al lado de un leproso con todas sus pústulas.
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Yo también hablaría de la ternura del Barroco -nunca se cita-, a veces explícita como en Murillo o LA Roldana
lahornacina.com/dossierandaluciabarroca8.htm

Otras mas implícita, como en Velázquez. Para mi Las meninas es una cuadro familiar, reflejo de lo cotidiano, en el que la protagonista es una princesa, si, pero una niña.
24/02/22 9:22 PM
  
Estoy Cansado
El barroco expresa la transición del conflicto entre el mundo ideal y el real, iniciando con la incipiente extravagancia realista de Miguel Angel, y ausente en el realismo impresionista de Degas. El choque, o, mejor dicho, la transición entre dos perspectivas del mundo, la ideal y la real, concluyó con la invención de la fotografía, madre de la degeneración irrealista cubista y causa de un miramiento diferente del arte, en el que lo ideal y lo real, conciliados, conjugan, sin conflictos, la vastedad de las posibilidades de expresión artística del ser humano, desde un sentido más universal de la estética.
27/02/22 5:42 PM
  
Javidaba
D. Carlos Dueñas:
El profesor D. Jesús G. Maestro, con toda su indudable capacidad crítica y científica en literatura, parte del pre-juicio que congruentemente le impone su militancia materialista en filosofía; lo cual, si no le impide llegar a conclusiones acertadas, sí que le incapacita a percibir egregias realidades espirituales.
Su frase: "Cervantes era racionalista, materialista y ateo. En su opinión, no era pacifista y erasmista, como mantienen muchos historiadores.", acierta en la segunda parte, en la primera descarrila y no sólo en el preámbulo que hace D. Quijote (al final del Cap. 37) a su famoso discurso sobre las armas y las letras: "Y, así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: «Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»; y a la salutación, que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos, fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: «Paz sea en esta casa»; y otras muchas veces les dijo: «Mi paz os doy, mi paz os dejo; paz sea con vosotros», bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra." Si aquí Cervantes no testimonia una profesión de Fe, ¡caramba! muy cínico tenía que ser Cervantes, para esconder con citas del Mejor Maestro, el supuesto "ateísmo" vital que le achaca el profesor Maestro.
Cervantes era racional, y su aristotelismo chorrea por todas sus obras, pero no era "racionalista", porque era "material", carnal, no "materialista". Y era racional y carnal en la catolicidad de su Fe, que es Redentora.
Y eso es así, guste o no guste, parezca bien o parezca mal, se quiera tergiversar y tergiverse, o se respete lo escrito por el autor del Quijote.
Y en cuanto a la interpretación de la Historia del resto de su escrito, habría que proyectar otras realidades para dejar el cuadro más completo y exacto.
02/03/22 9:50 AM

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