Levantaos, no tengáis miedo
Mons. Francisco Pérez predicando en la pimera Javierad del 2023 ©Diario de Navarra

Levantaos, no tengáis miedo

La luz de la fe hace posible que la sociedad encuentre su verdadera identidad. No son las promesas temporales las que colman el corazón, del ser humano, son las promesas eternas que Jesucristo nos ha traído las que hacen posible que podamos exultar de alegría y de felicidad siempre.

Me uno a todos vosotros para dar gracias Dios. Estos momentos, como cualquier acontecimiento litúrgico, son momentos de Dios. Su misterioso amor se manifiesta en el encuentro con él a través de la oración, del amor mutuo entre nosotros y de la Eucaristía. Dios se nos manifiesta de forma imperceptible y supera todo lo sensible porque es más grande que todas las realidades tangibles. Por eso hemos de prepararnos con el silencio y la escucha. Dios se hace presente en la sencillez del corazón cuando se abre a la sorpresa del misterio. Y eso es lo que quiero hacer hoy junto a vosotros: vivir, de nuevo, la experiencia de Dios. Dios es el principio y fin de todo, no lo olvidemos. Hemos escuchado con atención su palabra que es más fuerte que cualquier palabra humana. Hemos repetido juntos:»Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti» (Salmo 32).

San Pablo nos invita a avivar el fuego de la gracia de Dios, a descubrir la fuerza de Dios y su sabiduría en la Cruz de Jesucristo: «Comparte conmigo los sufrimientos por el evangelio con la fortaleza de Dios» (2Tm 1, 8). Estar apegados a las cosas de la tierra, a veces, nos paraliza y nos impide mirar mucho más alto. En el momento actual manifestar que somos cristianos nos resulta costoso y se nos puede ridiculizar. No podemos caer en la tentación de la cobardía y menos en pensar que el creyente es un parásito de la misma sociedad. A veces se nos quiere convencer de que esto es así y no es cierto. «Sin Dios el hombre pierde su grandeza, sin Dios no existe el verdadero humanismo» (Benedicto XVI). La misma naturaleza es testimonio de su amor ordenado. «En nuestra época, la infracción de la ley natural es con frecuencia percibida como una conquista del progreso» (C.S. Lewis). Y esto es muy grave puesto que la ley natural siempre pasa factura para bien o para mal.

La sociedad necesita creyentes humildes que con valentía y firmeza manifiestan sus convicciones, porque Dios merece que sus hijos le glorifiquemos con gestos, palabras y obras. De esta forma lo vivió San Francisco de Javier y así lo reconoció la Iglesia hace 400 años cuando fue canonizado. No tengamos miedo de dar la cara por el Señor, aunque esto, a los ojos de la sociedad aparezca como algo necio y débil. La fe es un regalo que hemos recibido de Dios y no la podemos ocultar como si fuera algo extraño a nuestra realidad humana. Así se lo dice Jesucristo a los discípulos: «Levantaos, no tengáis miedo» (Mt 17, 6). Al contrario, la fe hemos de ponerla encima del celemín para que los demás vean. Si yo ocultara mi fe Jesucristo no tendría un punto de referencia. Guardemos este tesoro de la fe y vigilemos, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros, y hagamos una manifestación de la fe gozosa y entusiasta.

La fe no es algo triste y apagado sino la luz que ilumina nuestras vidas y aporta el gozo de vivir con ilusión. Vivamos con fe y con amor cristiano de tal forma que convenza, que arrastre y que lleve alivio a aquellos que nos rodean. Creer no es una devoción más o menos piadosa sino una vida que aporta al ser humano lo único novedoso que le hace exultar de alegría. Queridos peregrinos hagamos más espacio en nuestra vida a Dios, no cerremos la puerta al que viene siempre y nos llama, no le dejemos pasar de largo. Quien pretenda marginar a Dios, tenga cuenta, que poco a poco perderá su propia identidad.

La luz de la fe hace posible que la sociedad encuentre su verdadera identidad. No son las promesas temporales las que colman el corazón, del ser humano, son las promesas eternas que Jesucristo nos ha traído las que hacen posible que podamos exultar de alegría y de felicidad siempre. Que sintamos lo que les dice, el Padre, a los apóstoles en la Transfiguración: «Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle» (Mt 17, 5). Conviene recuperar este sentido último, a la que nos invita la misma esperanza. Vivimos en una época en la que el pesimismo se ha convertido en lo normal y el motivo es porque miramos mucho hacia abajo y poco hacia arriba. Estamos llamados a vivir en plenitud y aquel que garantiza esta realidad de perfección que es Jesucristo. A él hemos de acudir y pedirle con confianza: «Auméntanos la fe». La fe de un cristiano es descubrir a Jesucristo, fiarse de él y acoger la Buena Nueva. La fe es un don, una gracia. Nadie puede conquistarla ni comprarla, solamente se le puede pedir al Señor con sencillez y humildad. Es un regalo de Dios.

Todos buscamos milagros en nuestra vida: el milagro de la salud, el milagro del bienestar, el milagro de la fortuna, el milagro de las buenas notas... Son deseos justos y buenos pero no suficientes porque el milagro fundamental es creer y quien cree tiene confianza en Dios y en su providencia. Sin ella nos sentiríamos huérfanos, angustiados, hundidos y hastiados. Cuanto más leo a los santos más encuentro en ellos, a personas, que se han realizado, que han encontrado su verdadera identidad. El ejemplo lo tenemos en San Francisco de Javier. Por eso ellos nos enseñan que creer nada tiene que ver con la mediocridad. Muchos no hubieran llegado a la meta de la santidad si hubieran sido unos mediocres. La fe compromete, le fe enardece el corazón y la fe muestra la meta a la que hay que llegar con entereza y entrega. ¡Señor tú tienes palabras de vida eterna!

Roguemos a la Virgen María y a San Francisco de Javier que nos ayuden a vivir como creyentes y que no nos dejemos arrastrar por ideologías nocivas y perecederas sino por la Luz del evangelio que trasciende hasta la eternidad.

Mons. Francisco Pérez, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

Primera Javierada (5 de Marzo 2023)  

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