Apostillas a dos versos de Santo Tomás de Aquino

Apostillas a dos versos de Santo Tomás de Aquino

Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta el oído para creer con certeza.

1. Hay en la obra teológica del Aquinate, a pesar de su perfecto mecanismo de relojería, de su contextura de magnífico monumento de racionalidad donde cada elemento está perfectamente engarzado en el conjunto, un latente aliento poético y místico. Y, al contrario, en su magnífica poesía eucarística hay retazos de profunda teología (lo he dicho en otro lugar: Santo Tomás de Aquino: la razón silenciosa ).

En su himno eucarístico Adoro te devote, puede leerse un fragmento que siempre me ha llamado la atención. Incluso me ha parecido de un significado un tanto oscuro, lo que es extraño en santo Tomás, cuya dificultad viene, en todo caso, de la complejidad y de la profundidad de sus textos, pero no de lo que entendemos por «oscuridad» en la hermenéutica literaria: anfibología, ambigüedad, descontextualización, etc. Con el tiempo creo que el significado de este fragmento se me ha ido desvelando.

El texto en cuestión es el siguiente:

Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta el oído para creer con certeza.

El original latino dice:

Visus, tactus, gustus in te fallitur,
sed auditu solo tuto creditur.

La traducción española parece que complica un poco la sobriedad del texto latino. También he leído en otras versiones saber con certeza o creer con firmeza.

Santo Tomás se está refiriendo, evidente, a la Eucaristía, pero pienso que su expresión alcanza un sentido más general y toca un punto fundamental en el concepto de la fe. Más en concreto: por qué medio nos llega la Revelación y que provoca en nosotros la respuesta (la fe).

Hablamos del hombre y sus cualidades; hablamos de los sentidos. La vista, el tacto, el gusto se equivocan. En el caso de la Eucaristía estos sentido ven, tocan, gustan un humilde trozo de pan. Pero creo que podríamos trasvasar esta idea, en general, al acto de fe, para aprovechar toda su fecundidad. La evidencia de estos sentidos parecen engañarnos o, al menos, hablarnos en sentido contrario a la Revelación. La creencia en la vida eterna, por ejemplo, se contradice con la evidencia de la muerte, la de los demás. Existen las experiencias místicas extraordinarias (el mismo santo las experimentó al final de su vida), pero la experiencia sensorial de la vida ponen al hombre delante de esa «noche oscura» de san Juan de la Cruz. Ahora bien, auditu solo tuto creditur. Con el solo oído basta para creer, para creerlo todo. Vuelvo al mismo argumento: el Aquinate habla de la Eucaristía, pero la idea es ampliable al acto de fe.

2. ¿Qué diferencia hay entre el oído y los demás sentidos? Vista, tacto y gusto son sentidos que aportan al hombre sensaciones directamente; suponen experiencias para quien las recibe. Esas experiencias son personales, subjetivas. Para compartir estas sensaciones, para convertirlas en conceptos, hay que traducirlas en palabras, es decir, interpretarlas, verbalizarlas. Pero, en el fondo, las sensaciones son exclusivamente personales de suyo. Conceptuarlas es acudir a la comparación con otros elementos que tengan un rasgo en común. Por ejemplo, yo tengo claramente la percepción del color azul, pero, ¿cómo puedo definirla?, ¿cómo puedo expresarla y compartirla? Pues acudiendo a una comparación, por ejemplo, el azul es el color del cielo. Mas, si se piensa bien, definir el color azul, en sí mismo, sin referencias externas, es un imposible, una utopía. La poesía es, en gran medida, un intento de alcanzar este imposible, de traspasar al lenguaje (a los otros) una experiencia personal, en el fondo incomunicable. En otro lugar he escrito que toda poesía es mística. Da un salto en el vacío usando un elemento intuitivo, trascendente.

El oído, en cambio, es un sentido por el que nos llegan las palabras (también los sonidos naturales, la música, etc.), es decir, ideas, nociones, contenidos. Aquí la percepción es sólo instrumental, es una forma que transmite un contenido. En los otros sentidos la percepción es lo que hay; su contenido tiene que elaborarlo el hombre, pero no le es dado. Hay en los tres primeros sentidos un elemento subjetivo, personalista. Hay en el oído un elemento objetivo, racional. La percepción auditiva de las palabras es un signo formal que corresponde a un significado, a un contenido.

3. En una palabra, la fe tiene un carácter intelectivo, no (no sólo) experiencial. En la visión tomista, está clara el carácter intelectivio de le fe. Es clásica e insuperable su definición: creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia (S.Th., 2-2, q. 2 a. 9).

4. Esta oposición que se manifiesta en los dos versos de Santo Tomás supone un ámbito de debate de gran actualidad y de un largo alcance. A partir de cierto momento, (años 60 del siglo XX aproximadamente) el lenguaje de la pastoral, de la catequesis, los documentos de las instituciones religiosas, los textos académicos se llenan de expresiones como encuentro, experiencia, sensación, vivencia… La fe, la vida religiosa se concibe como una experiencia, un encuentro con Jesús, un encuentro «personal» (siempre se destaca este aspecto). Esto configura una fe personalista, subjetiva. De alguna forma, una fe a la carta en la que, siguiendo la frase de Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas, no la Revelación transmitida por la Tradición. Esta concepción tiene profundas consecuencias en distintos ámbitos: la liturgia, la catequesis, la moral.

5. Un ejemplo de esta oposición. La antigua catequesis de iniciación para la primera comunión tenía un carácter intelectivo y altamente memorístico. Los catecismos de nuestra niñez, que para algunos tienen un carácter entrañable, eran compendios de preguntas y respuestas breves y claras. No dejaban mucho margen a la subjetividad, al personalismo. Cada dogma, cada norma estaba definida conceptualmente. En los nuevos catecismos y en la práctica de la catequesis, con una perspectiva pedagógica, se busca la adaptación, la comprensión, intentado que los contenidos de la fe sean una experiencia inteligible para el alumno, incluso, en ocasiones, que sean gratos, amenos. Si entrar en los resultados que esta innovación ha cosechado, si nos sirve este ejemplo para ver clara la evolución de un concepto intelectivo a otro experiencial de la fe.

6. Basta el oído. Por el oído nos llega el mensaje de la Revelación. Asentimos a él más allá de la evidencia y más allá de la experiencia. Volver a Santo Tomás es siempre un atajo que nos conduce a un lugar seguro.

Publicado originalmente en Marchando Religión

2 comentarios

Luis López
La definición de fe de Santo Tomás es tan perfecta, que parece una revelación del Cielo más que un acto de la impresionante inteligencia de ese gran teólogo.
27/01/22 7:08 PM
Diego Montero
Muchísimas gracias por el aporte. Si se me permite quisiera agregar que a través del oído detectamos muchos más elementos de la realidad. Elementos que se descubren por intuición. No solo recibimos un dato concreto sino que también percibimos el efecto que ese dato ha causado en el locutor. Para decirlo de otro modo, no solo prestamos atención a lo que se dice sino también al cómo se dice. En ese cómo, se descubre la pasión, el fuego, la profundidad del espíritu y, en definitiva, el convencimiento que el locutor tiene de lo que está diciendo. Ese cómo queda grabado en la memoria mucho más que el qué. Por eso la mejor manera de transmitir el conocimiento es por vía oral. Siempre los oradores humildes logran mayor convencimiento que los soberbios, aunque ambos digan lo mismo. La muchedumbre quedaba fascinada por el cómo Nuestro Señor decía las cosas, más allá de lo que decía. Todas sus virtudes se reflejaban en el tono de su voz y eso la gente lo percibía.
2/02/22 3:12 PM

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