La magnífica recompensa

La magnífica recompensa

El jueves 1 de noviembre celebraremos la Solemnidad de Todos los Santos y el viernes 2 oraremos por todos los fieles difuntos. Nuestros hermanos en el cielo y los que se purifican en el purgatorio ya han terminado su peregrinación terrena, a la espera de la resurrección cuando venga Cristo.

«Una magnífica recompensa está reservada a los que duermen piadosamente en el Señor» (2 Mac 12, 45)

El jueves 1 de noviembre celebraremos la Solemnidad de Todos los Santos y el viernes 2 oraremos por todos los fieles difuntos. Nuestros hermanos en el cielo y los que se purifican en el purgatorio ya han terminado su peregrinación terrena, a la espera de la resurrección cuando venga Cristo. Los santos, con su alma, son quienes ya gozan de la visión cara a cara de Dios y son felices en la eterna comunión de vida con la Trinidad. Las benditas almas del purgatorio corresponden a quienes, al morir, están en gracia de Dios pero con pecados veniales o con sus consecuencias.

En la solemnidad de Todos los Santos pedimos ante Dios la intercesión de tantos santos anónimos que ya gozan de la eterna bienaventuranza. Entre ellos puede haber miembros de nuestra propia familia. Aunque no sepamos quienes son, al estar ellos con Dios y por la cercanía que han tenido con nosotros en la tierra podemos confiarles nuestras oraciones para que se las presenten al Señor. En efecto, si, como afirma el Papa Francisco, «los santos que han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y de comunión», cuanto más si han sido nuestros parientes o amigos.

Además, esta fiesta nos dice que nosotros estamos llamados a la santidad «que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que te dirige también a ti: «Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,45). El Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (Papa Francisco).

Cada uno de nosotros reza, quizá todos los días, por sus seres más queridos ya fallecidos. El 2 de noviembre rezamos por ellos, pero también por el alma de tantos fieles olvidados de todos y por quienes nadie ora. En ese día la Iglesia ofrece la Santa Misa como memorial del Santo Sacrificio de Cristo en la cruz en sufragio por las almas del purgatorio más necesitadas de la misericordia de Dios.

La Palabra de Dios nos pide que elevemos estas oraciones, según el ejemplo de Judas, fiel judío del Antiguo Testamento: «Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos; mas si consideraba que una magnífica recompensa está reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso. Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado» (2 Mac 12,44-46).

+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica

 

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