Cambio climático: acercamiento, visión equilibrada, riesgos y retos

A partir de una ecología humana debemos caminar hacia una ecología social que significa que, además de que el medio ambiente natural debe ser humanizado, encaminado al bien del hombre de hoy y de las generaciones futuras

Acercamiento

La concesión del premio Nobel de la Paz al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) ha constituido el culmen del reconocimiento a una carrera ideológica de carácter planetario. El proceso se remonta a la Conferencia Mundial sobre medio ambiente realizada en Río de Janeiro en 1992 la cual tuvo continuidad en la Conferencia Mundial sobre el hábitat tenida en Estambul en 1996 y, hace poco tiempo, se vió reforzada por la Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático que se realizó en Bali.

Lo que un día comenzó por una preocupación real, justa y necesaria, el cuidado del medio ambiente, ha degenerado hasta convertirse en un tema mediático del cual se han logrado alcanzar notables réditos económicos al hacer del así llamado “cambio climático” una bandera política, un estandarte ideológico y un objeto de consumo a través de libros, dvd´s, audiocintas, programas de televisión y publicaciones sobre el tema.

En el fondo, ciertamente, hay una realidad que constatamos ya no únicamente por las noticias que de desastres naturales, incendios, altas o bajas temperaturas e inundaciones se ven u oyen por televisión o radio. Lo más dramático de todo esto es la constatación vivencial que de la alteración del estado del tiempo sentimos y que no parece ser algo pasajero.

Visión equilibrada

A finales del mes de septiembre de 2007, en la sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas dedicada al cambio climático, el subsecretario para las relaciones con los Estados de la Santa Sede, Mons. Pietro Parolin, reconoció que ese tema “es una seria preocupación y una responsabilidad ineludible para científicos y otros expertos, para líderes políticos y gubernamentales, para administradores locales y organizaciones internacionales, así como para todo sector de la sociedad humana y para cada persona”, por lo cual subrayaba el imperativo moral según el cual todos tenemos la grave obligación de proteger el ambiente.

A la vez, destacaba que “ante las diferentes reacciones e interpretaciones de los informes del IPCC, las mejores evaluaciones científicas han establecido una relación entre la actividad humana y el cambio climático. De todos modos, los resultados de estas valoraciones científicas, y las incertidumbres que permanecen, no deberían ser exageradas ni minimizadas en nombre de políticas, de ideologías o del interés personal”.

En la última semana de octubre de 2007, con ocasión de la 62 Asamblea General sobre “desarrollo sostenible”, Mons. Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, recordó que la crisis medioambiental “nos llama a examinar cómo usamos y compartimos los bienes de la tierra y qué pasaremos a las generaciones futuras” a la vez que ponderó la necesidad de “una visión más positiva del ser humano, en el sentido de que a la persona no se le considera un problema o una amenaza para el medio ambiente, sino un responsable del cuidado y la gestión del mismo”. Y es que, efectivamente, no hay oposición entre hombre y ambiente sino una alianza establecida e imborrable “en el que el medio ambiente condiciona de modo fundamental la vida y el desarrollo del hombre, mientras el ser humano perfecciona y ennoblece el medio ambiente”.

Según las palabras de Mons. Parolin, el cambio climático es un hecho cuyas causas, aún no demasiado claras, relacionan la actividad humana con la alteración del clima. Muchos han visto o han hecho ver el factor humano como un riesgo a mitigar y he aquí el peligro. De hecho, en un artículo de Jonh R. Christy (The Wall Street Journal, 1 noviembre de 2007), director del Centro de Ciencias de la Tierra en la Universidad de Alabama y uno de los científicos que trabajan en el IPCC, explica que las predicciones sobre el calentamiento de la Tierra y sus consecuencias son sólo hipotéticas y resaltaba que el mundo tenía otros problemas más cierto y urgentes como la pobreza y la alimentación.

A pesar de la divergencia de opiniones aun dentro del mismo IPCC, nos quedamos con la ponderación de Mons. Parolin por proceder de una reflexión equilibrada y no basada en intereses políticos y económicos. Así, el “cambio climático”, como hecho, parece ser una realidad con hipótesis de causas aún no totalmente claras donde, de distintas formas, la actividad humana ha perjudicado el medio ambiente. Hasta aquí no hay problemas: sentimos esa realidad y, con una lógica sencilla, se puede entender lo perjudicial que resulta la producción de energía a base de carbono, el consumo de combustibles fósiles y otras emisiones de gases de efecto invernadero así como las consecuencias del uso irracional de agua o la tala desmedida de árboles. Sin embargo, como la alteración del clima está trayendo consigo grandes perjuicios se presentan múltiples soluciones que, dependiendo de la procedencia ideológica, serán lícitamente éticas en sus fundamentos y moralmente justas y aplicables en sus acciones.

Peligros

El 20 de septiembre de 2007, durante la presentación del libro “Recurso ambiente. Un viaje en la cultura del hacer”, el cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, denunció cuatro de los peligros en los que puede caerse al proponer soluciones al cuidado del medio ambiente. Éstas nos servirán de criterio general siempre que escuchemos o leamos las propuestas que las diferentes tendencias presenten como remedios para el tema que nos ocupa. Esos peligros son:

1. El biologismo por el que no se distingue la diferencia sustancial entre el hombre y los animales. Propuestas viciadas en este sentido son todas aquellas que quieren equiparar la vida de una planta o un animal a la de un ser humano dotado de inteligencia, voluntad y sentimientos. El biologismo, que no es una ciencia sino una ideología, se contrapone al antropocentrismo.

2. La ideología del catastrofismo que se nutre del pesimismo antropológico que no apunta para nada al hombre como recurso y, más bien, lo ve únicamente como problema; tan es así que del pesimismo se pasa a la desconfianza hacia el ser humano llegando a riesgos tan actuales y desgraciadamente vigentes como el aborto o la esterilización en orden a disminuir la población mundial.

3. La ideología neomaltusiana que propone planificar de modo centralizado los nacimientos violentando así la voluntad de la mujer.

4. La ideología del naturalismo que es lo mismo que el retorno a la naturaleza, a las diversas formas de esoterismo naturalista, narcicismo físico, búsqueda de un bienestar psicológico y emotivo confundido con bienestar espiritual, como el new age, que entiende de modo panteísta la biosfera, como un todo indiferenciado, y pierde de vista la naturaleza entendida como diálogo entre el hombre y Dios.

Retos: de una ecología humana hacia una ecología social

Es común la preocupación por el medio ambiente natural y un olvido por el medio ambiente humano; se deja de lado que la salvaguarda de las condiciones morales es el primer paso en el cultivo de una auténtica ecología.

En este contexto fue en el que nació el concepto ecología humana en la Encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II que no se puede olvidar: “Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los "habitat" naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica "ecología humana". No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una "ecología social" del trabajo.

El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicionado por la estructura social en que vive, por la educación recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas. Demoler tales estructuras y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometido que exige valentía y paciencia.

La primera estructura fundamental a favor de la "ecología humana" es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona”. (Centesimus annus 38-39).

A partir de una ecología humana debemos caminar hacia una ecología social que significa que, además de que el medio ambiente natural debe ser humanizado, encaminado al bien del hombre de hoy y de las generaciones futuras, el medio ambiente humano, la salvaguarda de la vida, de la familia, el trabajo, la ciudad -¡el respeto a una ecología propia!- también debe ser custodiado.

Para esto debemos lograr una:

1. Consolidación de una visión de progreso humano compatible con el respeto a la naturaleza. No basta con promulgar leyes, hay que modificar los comportamientos de las personas, de todas.

2. Solidaridad internacional: el cuidado del medio ambiente en el mundo es compromiso de todos, no sólo de algunos países. Esa solidaridad debe tener en cuenta las realidades y posibilidades de cada nación; de las desarrolladas y de los países pobres. Ningún país puede resolver por sí mismo los problemas relacionados con nuestro medio ambiente, de ahí que se deba anteponer la acción colectiva al interés personal.

3. Políticas públicas que promuevan las iniciativas internacionales basadas en la dignidad del ser humano que no lo hagan aparecer como enemigo ni caigan en catastrofismos. Esas políticas públicas debería encontrar vías y medios de mitigación y adaptación económicamente posibles para todos pues, muchas veces, las naciones pobres y algunos sectores de la población son más vulnerables a las consecuencias adversas del “cambio climático”. Además, los gobiernos deben ofrecer ayudas económicas e incentivos financieros para el desarrollo de tecnologías más adaptadas al ambiente para un mejor perfeccionamiento de las empresas públicas y privadas.

4. Mayor conciencia pública y educación: que la sociedad civil sea consciente de la necesidad del cuidado del medio ambiente y sea educada en ese cuidado; mientras más personas conozcan los diversos aspectos de los desafíos medioambientales, mejor sabrán responder. La educación debe ir focalizada a cambiar actitudes innatas egoístas de consumo y abuso de los recursos naturales.

Estamos llamados a conservar el medio ambiente para nosotros mismos, por nosotros mismos y para las generaciones futuras.

Jorge Enrique Mújica, L.C.

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