(Zenit / InfoCatólica) En la Sala Clementina del Palacio Apostólico el cardenal Ruini, presidente del comité científico de esta fundación y miembro del jurado del premio, dijo que es “una contribución a la promoción de la conciencia y del estudio de la teología en una época en la cual –como vuestra santidad subrayó repetidamente– la prioridad que está sobre todas las demás es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios”.
El presidente de la fundación, el monseñor Giuseppe A. Scotti, dirigió unas palabras de saludo al Papa, en las que destacó que “Dios no es un peligro para la sociedad” y que “no debe estar ausente de los grandes interrogantes de nuestro tiempo”.
En nombre de los premiados, habló el más joven de ellos, el abad Maximilian Hein. Recordó que hoy existe una gran oportunidad: “Como teólogos podemos buscar sin temor la verdad, desde el momento en que el teólogo no forma la verdad, sino más bien es la verdad la que forma al teólogo”. “No podríamos por lo tanto buscar la verdad si no la hubiéramos ya encontrado”, añadió, por lo que resulta necesario “el apoyo de los grandes teólogos de la historia de la Iglesia, especialmente de los Padres y Doctores de la Iglesia”.
Los teólogos premiados
En su discurso, Benedicto XVI se refirió brevemente a los premiados. Recordó su amistad con el profesor González de Cardedal, “un camino común de muchas décadas” que “ambos iniciamos con San Buenaventura y de él nos dejamos indicar la dirección”.
“Durante su larga vida de estudioso, el profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología, y ello no sólo reflexionando o hablando desde un punto de vista teórico, sino enfrentándose siempre al drama de nuestro tiempo, viviendo e incluso sufriendo de forma totalmente personal las grandes cuestiones de la fe y, con ellas, las cuestiones del hombre de hoy. De esta forma, en sus obras, la palabra de la fe, lejos de ser algo perteneciente al pasado, se vuelve realmente contemporánea nuestra”.
Sobre el segundo premiado, Benedicto XVI afirmó que el profesor Simonetti, “al mostrarnos desde el punto de vista histórico, con precisión y atención, lo que dicen los Padres, éstos se convierten en personas contemporáneas nuestras, que hablan con nosotros”, dijo. A continuación citó al tercer premiado, el padre Maximilian Heim, recientemente “elegido abad del monasterio de Heiligenkreuz de Viena, e invitó a “desarrollar aún más esa teología monástica que siempre ha acompañado a la universitaria, formando con ésta el conjunto de la teología occidental”.
¿Es posible una ciencia de la fe?
¿Qué es verdaderamente la teología?, se interrogó Benedicto XVI, y aún más: ¿la ciencia de la fe es realmente posible o es una contradicción?, ¿ciencia no es lo contrario de fe? Según el Papa, esta problemática “con el moderno concepto de ciencia se ha vuelto aún más impelente y a primera vista aparentemente sin solución”.
“Se entiende así –señaló– por qué, durante la Edad Moderna, en muchos ambientes la teología se replegara principalmente en el campo de la historia, con el fin de demostrar en él su seria cientificidad”, o cómo pasó a “una segunda fase centrada en la praxis, con el fin de mostrar cómo la teología, puesta en relación con la psicología y la sociología, es una ciencia útil que da indicaciones muy valiosas para la vida”.
Estas vías, sin embargo, no son suficientes, advirtió el Pontífice. “Por útiles e importantes que sean, se convertirían en subterfugios si la pregunta verdadera quedara sin respuesta. Dicha pregunta es la siguiente: ¿Es verdad lo que creemos o no? En la teología está en juego la cuestión acerca de la verdad, que es su fundamento último y esencial.”, advirtió el Pontífice.
La fe cristiana y el nexo entre fe y razón
La gran diferencia del cristianismo respecto a las religiones paganas, recordó el Papa citando a Tertuliano, es que éstas, “conforme a su naturaleza, no eran fe, sino ‘costumbre’ : se hace lo que se ha hecho siempre; se observan las formas cultuales tradicionales, esperando mantenerse así en la justa relación con el ámbito misterioso de lo divino”. En cambio “el aspecto revolucionario del cristianismo en la antiguedad fue justamente la ruptura con la ‘costumbre’ por amor de la verdad”, subrayó Benedicto XVI.
Por ello “la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología, había de interrogarse sobre la razonabilidad de la fe, aun cuando, naturalmente, el concepto de razón y el de ciencia abarquen muchas dimensiones, por lo que la naturaleza concreta del nexo entre fe y razón debía y debe siempre sondearse, una y otra vez”.
Citando a san Buenaventura, el Papa recordó la existencia de “la violentia rationis, el despotismo de la razón, que se convierte en juez supremo y último de todo. Este tipo de razón es ciertamente inviable en el ámbito de la fe”, es como querer someter a Dios “a un interrogatorio” a “un procedimiento de prueba experimental”, señaló.
Esta modalidad de uso de la razón, típica en el ámbito de la ciencia, llega a su cumbre en la Edad Moderna, y aparece hoy “como la única forma de racionalidad declarada científica”, lamentó. “Y lo que científicamente no puede ser verificado o falsificado cae fuera del ámbito científico”, añadió, reconociendo que con este planteamiento impostación fueron realizadas obras grandiosas “en el ámbito del conocimiento de la naturaleza y de sus leyes”.
La recta fe orienta a la recta razón
El Papa precisó que “existe un limite a tal uso de la razón: Dios no es un objeto de experimentación humana; El es el Sujeto, y se manifiesta solamente en la relación de persona a persona”. En esta perspectiva, explicó, Buenaventura “indica un segundo uso de la razón, que vale en el ámbito de lo ‘personal’, en las grandes cuestiones del ser humano: El amor quiere conocer mejor a quien ama” porque “el verdadero amor no vuelve ciegos sino videntes”.
La recta fe, por lo tanto, “orienta la razón a abrirse a lo divino, para que ésta, guiada por el amor a la verdad pueda conocer a Dios más de cerca”, destacó, y añadió que “la iniciativa de este camino la tiene Dios, que ha puesto en el corazón del hombre la búsqueda de su rostro”.
Benedicto XVI aseguró que el hombre necesita el desafío inherente a la naturaleza de la teología, que “nos empuja a abrir nuestra razón interrogándonos acerca de la Verdad misma, acerca del rostro de Dios” y concluyó recordando que “la razón, cuando recorre la pista trazada por la fe, no es razón enajenada, sino razón que responde a su altísima vocación”.