(Efe/InfoCatólica) La Misa Crismal marca el comienzo del Triduo Pascual, centro y culmen del Año Litúrgico, y se celebra el Jueves Santo, día en que se conmemora la institución del sacramento del orden sacerdotal por Jesucristo durante la Última Cena.
El obispo de Roma afirmó que cuando los cristianos hablan de sus tareas comunes, como bautizados, “no hay razón para alardear” y que ese es un asunto que “inquieta”.
“¿Somos verdaderamente el santuario de Dios en el mundo y para el mundo? ¿Abrimos a los hombres el acceso a Dios o, por el contrario, se lo escondemos? Nosotros -el Pueblo de Dios- ¿acaso no nos hemos convertido en un pueblo de incredulidad y de lejanía de Dios?”, preguntó el Papa.
Benedicto XVI agregó: “¿No es verdad que en Occidente, en los países centrales del cristianismo están cansados de su fe y, aburridos de su propia historia y cultura, ya no quieren conocer la fe en Jesucristo?”.
El papa teólogo añadió que viendo lo anterior hay motivos para implorar a Dios que no permita que su pueblo se convierta en “no pueblo”.
“Haz que te reconozcamos de nuevo. Sí, nos has ungido con tu amor, has infundido tu Espíritu Santo sobre nosotros. Haz que la fuerza de tu Espíritu se haga nuevamente eficaz en nosotros, para que demos testimonio de tu mensaje con alegría”, señaló el pontífice.
Benedicto XVI dijo también que el hombre está inquieto porque todo lo temporal es demasiado poco y se preguntó si el hombre no se ha resignado, tal vez, a la ausencia de Dios y trata de ser autosuficiente.
“No permitamos semejante reduccionismo de nuestro ser humano”, agregó el papa, que aseguró que a pesar de “toda la vergüenza por nuestros errores”, no debemos olvidar que también hoy existen ejemplos luminosos de fe, que también hay personas que, mediante su fe y su amor, dan esperanza al mundo.
Entre ellas citó a su antecesor, Juan Pablo II, al que beatificará el próximo 1 de mayo y del que dijo fue un gran testigo de Dios y de Jesucristo en nuestro tiempo, un hombre lleno del Espíritu Santo. Y recordó que junto al papa Wojtyla también se encuentran un gran número de beatos y santos que dan la certeza de que también hoy la promesa de Dios no cae en saco roto.
Durante la misa los sacerdotes renovaron las promesas sacerdotales (pobreza, castidad y obediencia) y Benedicto XVI bendijo el Óleo de los catecúmenos, el de los enfermos y el Crisma (aceite y bálsamos mezclados), que le fueron presentados en tres grandes jarras de plata. Estos óleos son bendecidos el Jueves Santo por los obispos y se utilizan para ungir a los que se bautizan, a los que se confirman y para la ordenación sacerdotal. El rito se celebra en todas las catedrales del mundo.
Del óleo de los catecúmenos el Papa dijo que muestra un primer modo de ser tocados por Cristo, que Dios ama a los hombres y sale al encuentro de la inquietud de sus corazones. En referencia al de los enfermos dijo que en la sociedad hay multitud de personas que sufren, entre las que citó a los hambrientos y los sedientos, las víctimas de la violencia en todos los continentes, los enfermos con todos sus dolores, sus esperanzas y desalientos, los perseguidos y los oprimidos, las personas con el corazón desgarrado.
Misión de la Iglesia
Benedicto XVI recordó que la misión de la Iglesia es ir por los caminos sanando a los enfermos y anunciando el Reino de Dios. El óleo de la unción de los enfermos -precisó- es la expresión sacramental visible de esa misión.
El Santo Padre se refirió a los hombres y mujeres que llevan ese amor curativo a las personas de todo el mundo, “sin mirar su condición o confesión religiosa”, destacando a San Vicente de Paúl y a la Madre Teresa de Calcuta, a la vez que dio gracias a Dios por todos aquellos que se ponen al lado de los que sufren.
Del óleo crismal, dijo que es el de la unción sacerdotal y sirve sobre todo para la unción en la Confirmación y en las sagradas Órdenes y subrayó que los cristianos deben hacer visible en el mundo que Dios vive.
Benedicto XVI se trasladará esta tarde de Jueves Santo a la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, para celebrar la misa de la Última Cena, en la que tradicionalmente lava los pies a doce presbíteros.
El Papa ha decidido que el dinero que se recoja durante la misa se destine a los damnificados del terremoto y tsunami que ha sacudido recientemente Japón y causado miles de muertos.