(El País/InfoCatólica) Fue un vecino quien advirtió que el campanario estaba vacío. En el suelo quedaron los badajos y las huellas de las dos campanas, la más pequeña de 60 kilos, por lo que se supone que fueron descolgadas del yugo de madera, reparado recientemente, para tirarlas al suelo. Los ladrones aprovecharon la ligera pendiente del atrio para cargarlas en un camión. No se descarta que hayan actuado a plena luz del día por lo alejada que está la iglesia de zonas habitadas.
Que los ladrones buscaban solo las campanas es algo que se aprecia al constatar que no se forzó la puerta de entrada del templo, en donde sí se cometieron pequeños hurtos en ocasiones anteriores. Para llegar al campanario hay que franquear una puerta lateral y subir por una escalera exterior que en días como el de ayer, con algo de llovizna, ofrece algún riesgo de resbalones. Ni siquiera hubo ese peligro en los días en los que debió de cometerse el robo, que coincidió con un período seco.
No es la primera vez que entran a robar en alguna de las parroquias del sacerdote Restituto Prieto, aunque, hasta ahora, se habían conformado con llevarse alguna moneda de los cepillos. Pero hacerse con las campanas eran palabras mayores, pese a que en la propia parroquia, según el cura, “parecía que tenían miedo a que las pudieran robar algún día”.
El párroco, que vive en otro pueblo, reconoce que hubo algún tiempo en el que dejaba alguna moneda en las cajas, pero ahora “ya no les dejo nada, aunque siguen viniendo igual”. Lo que sí hace es no poner grandes trabas en el cierre de las iglesias. “Trancamos las puertas, pero las dejamos de forma que puedan entrar y salir fácilmente, ya que en ocasiones es más el daño que realizan que lo que logran robar, puesto que, realmente, no llevan apenas nada”, argumenta resignado.
Los vecinos están dispuestos a reponer las campanas, pero coinciden con el cura en que será “muy difícil” que en Goás repique una campaña “como lo hacía la grande”.